Hermann Tertsch

Confundirse de enemigo

Desacreditar como fascista la adhesión a España es una vileza extendida

Hermann Tertsch

Por supuesto que los encontraron en Cibeles, los sabuesos de «La Vanguardia», ese diario propiedad de un pequeño conde que incomprensiblemente es aún Grande de España. Pese a vivir de denigrar y agredir a España. Sus periodistas sabían a lo que iban. A buscar entre el mar de miles de manifestantes a la docena de chavalitos que dieran la nota con la bandera del Águila de San Juan y cánticos falangistas. Para dejar otra vez claro que el patriotismo español es fascista, «facha», franquista. No es «La Vanguardia» el único medio que practica esta «caza del aguilucho» para difamar toda expresión de amor a España. Da igual si la pieza a cobrar acude por su cuenta o incentivada. La mala intención busca desacreditar toda adhesión a la Nación Española. Mientras se exalta y promueve la agitación nacionalista de invenciones decimonónicas creadas precisamente para destruir la secular nación común. Las imágenes son eficaces. Disuaden de la adhesión y confirman prejuicios y desinformación.

Cierto es que esa enseña que los ignorantes llaman falsamente anticonstitucional presidió el proceso constitucional, encabeza la Constitución Española y fue bandera y escudo oficial hasta el 5 de octubre de 1981. Y es más honrosa que todas las que exhiben los separatistas y la izquierda. Lejos quedan los tiempos en que Carrillo imponía la bandera rojigualda en los mítines del PCE. Hoy la hispanofobia de la izquierda es general. Y salvo guiños oportunistas, en sus manifestaciones jamás se ve una bandera nacional. Las hay separatistas, alguna de aquella II República que hundieron, otras con Lenin, Stalin o el Che sobre fondo rojo, el cupo de asesinos idolatrados. Ahora que se cumple un siglo de la Revolución Bolchevique, los comunistas españoles, en Podemos e IU, celebran los cien años y callan los cien millones de inocentes asesinados en aras de un paraíso que siempre les sale mal por diferente causa. Pero siempre con el mismo precio de mentira y dolor, muerte y horror. Y siempre hay nuevos arrogantes adanistas que creen que si fracasó antes es porque no estaban ellos.

El pasado sábado salieron a la calle muchos españoles. Porque temen por España en una Cataluña agredida en sus derechos y libertad por una minoría fanática, totalitaria y antiespañola. Sabían que serían insultados por los medios y boicoteados por los ayuntamientos comunistas. Lo que no esperaban era el implacable boicot del PP y del Gobierno. Que se reflejó en el silencio de las televisiones y radios cuyo control se reparte el PP con la extrema izquierda. Y un mezquino esfuerzo por desacreditar como «ultras» las concentraciones. El veto a la difusión de la convocatoria se impuso con un celo que ya se habría querido ver en la lucha contra el separatismo. En pleno golpe de Estado, este Gobierno parece tenerle más miedo a los defensores de la Constitución que a los golpistas. Tengan la certeza de que vendrán días peores. Y no se confunda el Gobierno de enemigo si está decidido a imponer la ley. Nadie quiere pensar que tenga otras intenciones.

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