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Adela Campallo mira de frente al horizonte

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La primera sorpresa de la noche vino en el primer baile por galeras. Adela tiene la exclusividad de haber interpretado por primera vez este estilo sobre las tablas. El baile se articuló desde el cuerpo, creciendo con lentitud hasta que el limite de energía le despegó la planta de los pies del suelo y la puso a zapatear.

El tres por cuatro del Lebrijano fue sostén para un hermoso manejo de los silencios en el baile.

De la suavidad vocal de El Londro pasamos en un abrir y cerrar de ojos a la pétrea voz de José Valencia. Número por zambra y serrana que la bailaora expuso en un continuo crecimiento del cuerpo. Demostró un gran trabajo de valoración espacial, una coreografía capaz de comar todo el ancho del escenario sin perder en sobriedad.

También fueron interesantes lo cierres en asimetría física.

Los aires de levante en la voz de Londro se fueron meciendo hacia los tangos y rompieron ventolera por cantiñas. Adela respondió con el mantón a la lustre que José Valencia, Juan Campallo y Dani Vargas sacaban a la composición musical.

El baile pecó en algún breve momento de frialdad y algunos pasos se mostraron excesivamente mecánicos, pero el cómputo global solventó los pequeños errores de forma.

Esteticismo

Tras una ronda de fandangos, las guitarras nos pusieron a compás de tanguillos mientras Adela bailaba manteniendo posición y acompañada de bastón. La sobriedad estética contrastó con una coreografía plagada de silencios, cortes y cierres. Una precisión de relojero por parte de la compañía al completo redondeó el número.

Pero sin duda alguna lo más destacado de la noche llegó al final del espectáculo. La soleá de Adela la precede, su maestría en este baile es 'vox populi' y la sevillana se encargó de refrendar sobradamente que la fama no era producto de exageraciones.

Solo la caminada para entrar al escenario es un manual de baile por soleá. Usa el tiempo a su antojo, tres compases tan solo para levantar los brazos y a continuación empieza a restañar el cuerpo como un látigo.

El marcaje de direcciones es casi teatral y tras acumular toda la energía en varios minutos de contención pura, estalla en una escobilla vertiginosa.

Adela cerró el espectáculo sentada de cara al público y oteando el horizonte.

Un horizonte afrontará con garantía de buenas expectativas. La fortaleza que ha demostrado sólo la puede llevar a finales hermosos.