Artículos

Democracia sin humo

Somos deudores de los Ducados de Adolfo Suárez, que hizo una democracia con humo pero vital

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La prohibición de fumar en espacios públicos ha despertado algunos demonios familiares de este país cuya vena anarcoide y antisistema no han logrado enterrar dictaduras ni constituciones. La ley que limita el consumo de tabaco poniendo cerco a los fumadores hasta el punto de animar la denuncia anónima de los infractores le ha evocado al presidente de Cantabria los señalamientos de la guerra civil atizados por la inquina ideológica de aquellos tiempos. A Reverte, Arturo P, el drama de Anna Frank y su delator nazi, y al alcalde de Valladolid, nada menos que un Holocausto donde los judíos serían fumadores y los otros, la Gestapo. Ha faltado quien deduzca que solo cuando Fidel Castro dejó de fumar puros la revolución se convirtió en dictadura. Que, hasta entonces, 'los barbudos' eran unos socialistas románticos y utópicos bajados de Sierra Maestra para rescatar con el puro y el fusil a los cortadores de la zafra y a las prostitutas de los casinos de La Habana. Pero que cuando Fidel apagó el cigarro y mataron al Che los del socialismo utópico empezaron a perfeccionar la dictadura científica. Sin humo, sin pan, sin libertad. Mientras el pueblo, Compay Segundo y Celia Cruz, seguían fumándose sus penas liadas en el embriagador vegetal tostado de Vuelta Abajo y Pinar del Río.

Nosotros somos deudores de los Ducados de Adolfo Suárez, que hizo a base de tortillas y pitillos una democracia con humo pero vital. De los Peter Stuyvesant de Santiago Carrillo -que los sacaba encendidos- pero entre calada y calada transmutó su antifranquismo en democracia. Felipe, que pasó de la pana a los Cohiba y España del coche de línea al AVE. Fraga siempre pareció un anti-humo 'avant la lettre' pero se sumó al consenso de la tolerancia del tabaco con la misma convicción que a los pactos de la Moncloa. También fumaban Ajuriaguerra y Carlos Garaikoetxea o Txiki Benegas cuando redactaban borradores de estatutos y amnistías. Venimos de la España con el cigarro de liar suspendido de los labios. Del tufo de los Celtas, del vicio del Ducados, la sofisticación de los Boncalo, la eterna adolescencia del Bisonte, el sugerente Camel. Y descubrimos el sabor del Gitane al mismo tiempo que el de la libertad al otro lado de la frontera. Peces-Barba dirigió la sinfonía de la mayoría absoluta del PSOE con un puro como batuta y algunos progres enamorados de la Catherine Deneuve fumando en las películas de Buñuel escribieron entonces novelas malas a toda prisa esperando que un cigarrito en libertad inspirase la creatividad fingida en dictadura. Con el Malboro en la clandestinidad llega el coche eléctrico, el chorizo sin colesterol, el vino sin alcohol y tendremos también una democracia sin humo aunque no conseguiremos despegarnos la nostalgia de otros tiempos en que pese al humo todo fue mejor.