Sociedad

El amante del exceso

Escotes de vértigo, cortes espectaculares, estampados felinos, estilo extravagante... Mujeriego y juerguista, Cavalli es el lado salvaje de la moda

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«I'am the party» (Soy la fiesta). Juerguista y mujeriego, el nieto de Giuseppe Macchiaiolo, un pintor impresionista cuyos cuadros todavía permanecen expuestos en la Galería Uffizi, se ha convertido, a su manera, en uno de los artistas contemporáneos más deseados. Ha conseguido que mucha gente dé la vida por «poder tener un Cavalli». Dueño de un helicóptero, dos yates y una de las mejores ganaderías de caballos de Italia, todo en Roberto Cavalli resulta exagerado. Puro en mano -«cuando decido no fumar, todo el mundo quiere verme fumándolos»-, camiseta negra, jeans ceñidos y botas de punta, Roberto Cavalli adora la extravagancia, la fama -«frente a mi barco se amontona mucha gente haciendo fotos y a veces les enseño el yate»- y a las mujeres, especialmente a las pequeñas, porque puedes «rodearlas cuando las besas». «If they love me, I love them», es su grito de guerra. Él las necesita y ellas le necesitan.

Pero no siempre fue así. Siguiendo el ejemplo de su abuelo, empezó pintando camisetas muy coloridas y de estampados de leopardo en la calle para sacar algo de dinero. Sin irle mal del todo, no terminaba de despuntar, pese a que su primera colección, a finales de los sesenta, le permitió abrir tienda en la Costa Azul. El derroche de fantasía, manifestado en escotes de vértigo, cortes espectaculares, pliegues y 'prints' felinos, se dio de bruces contra el «deprimente» minimalismo imperante en los aburridos ochenta y principios de los noventa. Frente a los negros, grises y marrones, Cavalli era un sarpullido de color. Frente a la elegancia contenida y pulcra de modistos como Armani y Valentino, Cavalli se la jugó vistiendo sexy a una mujer a la que envolvió en un estilo extravagante y exuberante. Sedujo a mujeres sensuales y de curvas marcadas como Jennifer Lopez, Shakira e Ivana Trump, pero también a famélicas como Victoria Beckham o Diane Kruger.

El creador florentino, presente en Bilbao a través de Veritas de Isabel Fica, fue de los primeros en descubrir el impacto de la alfombra roja. Cuenta que las famosas acuden a él porque «quieren gustar» y que tener a una celebridad al lado es la mejor plataforma publicitaria «porque sales en todas partes, al instante y en todo el planeta».

Acertó con su arriesgada apuesta consciente de que a casi todas las mujeres les encanta sentirse «femeninas y especiales». «Y a las que no les guste eso, es que tienen algún problema», sostiene. Arrinconado mucho tiempo por el 'stablishment' de la industria hasta conducirle al ostracismo -«cuando todo era oscuro yo enseñé a ser sexy en la moda, pero muchos cruzaron la línea de la vulgaridad»-, Roberto estuvo a punto de retirarse de este negocio hasta que apareció en su vida... ¡otra mujer! Una austríaca aspirante al título de Miss Universo en 1978. Eva Düringer tenía 18 años y Roberto 37. Él es Escorpio y ella Libra. El certamen fue en Santo Domingo y Cavalli, divorciado de su primera esposa, era miembro del jurado.

Asunto resuelto. Eva se llevó primero la corona, después al modisto al altar y, finalmente, lanzó la empresa al estrellato. Lo suyo no fue «un flechazo ni ese amor loco» al que el italiano solía entregarse de joven. Cree que ahí radica la durabilidad de su relación: «Desde la amistad empezamos a querernos». Al no dejarse llevar por el instinto, «tuve tiempo para conocerla y admirarla». Y enriquecerse hasta las cartolas. Mientras él siguió a lo suyo -dar fiestas sin parar y dedicarse a posar- Eva recreó una nueva versión del milagro de los panes y los peces. La firma Cavalli vive una época dorada. Ingresó en 2007 más de 700 millones de euros.

A punto de caerle los 70 y amante del buen vivir -«a la gente le molesta que beba agua en las fiestas, pero mi única droga es la energía»-, supo gestionar el éxito en la madurez, si bien reconoce que antes creía más en la amistad. «Hoy todo el mundo dice ser amigo mío y tengo que ser más cuidadoso», repite. Al principio también se divertía más «creando». Los papeles se han invertido tanto que si antes la moda le seguía a él, ahora es él quien tiene que seguirla. También ha tenido que pagar un precio: «Antes era más libre». Su empresa ha alcanzado dimensiones tan colosales que tiene que pensar «qué es lo que va a funcionar y lo que no». Porque, aunque grande como pocos, juzga a Dios «el mejor diseñador. Por la belleza que creó es irresistible para todo el mundo». Amén.