Artículos

Un entierro de primera

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Nada hubo más vomitivo en lo que se ha dado en llamar el funeral del siglo que la intervención de Brooke Shields -que un día fue la deseada niña del Lago Azul y hoy no es más que la fondona madre de Hannah Montana, lo que cambian las cosas-. Un funeral que, dicho sea de paso, convocó a todos los saldos del pop, no en vano al que enterraban era a su rey . Lionel Ritchie, Magic Johnson o Steve Wonder salieron del baúl de los recuerdos para confirmar que aún siguen vivos y una escotadísima, incluso para un funeral mediático, Mariah Carey jugaba a ser la Elton John de aquel otro entierro que nos tuvo en vilo hace más de una década.

«La muerte no nos iguala a todos», parecía el lema de un espectáculo en el que, además de verles las caras a los niños Jackson, tuvimos la oportunidad de comprobar que si la muerte no nos iguala, por lo menos el tiempo nos echa a todos los mismos kilos encima: memorables los de lo que queda de los Jackson Five y los de sus multioperadas hermanas ejecutando, nunca mejor dicho, lo de We are the world.

El Principito y los corderos

Pero ya digo que si hubo algo vomitivo fue el impostado discurso de Brooke Shields y sus ínfulas intelectuales citando -qué cosa tan burda- El Principito, un libro que al parecer le ponía muchísimo al desgraciado Michael -ya saben lo de la rosa, el zorrito y todo aquello que salía en los poster de los adolescentes ochenteros- y que a mí siempre me ha producido urticaria, será porque yo «desgraciadamente no sé ver corderos dentro de las cajas» como decía el autor del libro.

Y como no sé ver corderos dentro de las cajas, me cuesta -y mucho- entender la programación de verano de esta ciudad sean quienes sean sus organizadores y vaya a quien vaya dirigida la oferta. Será porque «hay que exigir a cada uno lo que cada uno puede hacer» -toma, Brooke, que yo también me he leído El Principito- tendríamos que ser mucho más exigentes con la programación, si como nos dicen, el futuro de Cádiz pasa por aquello de ser una ciudad de servicios y un referente en el turismo cultural.

Lo de la ciudad de servicios parece que no lo tenemos asumido del todo, o que ni siquiera hemos empezado a asumirlo, si la hostelería se sigue nutriendo de gente en paro -todos tienen derecho a trabajar, pero lo menos que se pide es que conozcan el trabajo- que no sabe o no quiere atender las mesas, que no entiende o no quiere entender que el que se sienta en una terraza no quiere malos modos ni malas contestaciones ni quiere que le hagan esperar ni que le den prisa para terminar, ni que le timen, ni que le traten como si le hicieran un favor, ni que. sigan ustedes, que seguro que tienen más ejemplos que yo.

La ciudad que no lo asume

No hemos asumido que somos una ciudad de servicios si el horario comercial también está de vacaciones durante estos meses. No asumimos que somos una ciudad de servicios si las motos siguen circulando en las calles peatonales para asombro del turismo, si seguimos colocando el bidón de basura justo al lado de la terraza de un bar, si denunciamos el ruido de los bares porque el descanso es lo primero. No. Eso no lo tenemos asumido, ni lo vamos a asumir de aquí al Doce. Que se sepa.

Y ya pueden venir mil rutas del tapeo -anoche, por cierto, comenzaba la octava edición-, ya pueden prolongarla hasta mediados de septiembre -por lo de los aviones, que parece ser la gran apuesta, y por lo del campeonato de natación-,ya pueden participar los bares que quieran y conseguir el sabor 2012 si les parece, que si el servicio es malo, poco hay que hacer.

Pero tampoco aprobamos la asignatura cultural. Que la Universidad de Cádiz inaugurara sus cursos de verano con Angela Vallvey me parece bien, que lo haga a las diez menos cuarto de la mañana, me da que pensar. A esa hora, salvo la tercera edad que anda haciendo tai-chi en La Caleta, potencialmente poco público podía asistir a la conferencia, a menos que la UCA también piense en la tercera edad, que puede ser. Que el Ayuntamiento haga de la playa Victoria un cine de verano, me parece bien, que proyecte películas tan antiguas me parece perfecto para Torrealháquime o Algar, que no tienen cine, pero no para una ciudad que se las da de capital de no se qué.

Que la Diputación haga un ciclo de cine con el pretencioso nombre de Cine y Música en Palacio me parece perfecto, que lo dedique a Clint Eastwood y que pongan Los puentes de Madison me parece un pelín cutre, la verdad.

Yermo cultural

Que el Ayuntamiento invierta 270.000 euros en los conciertos del verano y que transforme la plaza de la Catedral en una jaula para pollos -¿por qué no San Antonio?- me parece correcto, que el pelotazo sean Serrat, Mónica Naranjo y Sara Baras me parece más propio de la plaza de toros de Villaluenga que del centro del mundo mundial que decimos que somos. Que El Rastrillo y el Festival de Folclore -que son iniciativas privadas- sean la apuesta más fuerte de este fin de semana y que la procesión de la Virgen del Carmen lo sea de la semana que viene no hacen sino reafirmarme en una cosa: «No sé ver corderos a través de las cajas». Debe ser, como decía Jacko -en palabras de Saint-Exùpery- que «lo esencial es invisible a los ojos». Eso será.

Nos miramos tanto al ombligo que no somos capaces de reconocer que somos una ciudad de segunda división, con unos recursos muy limitados y con unos niveles de pobreza preocupantes. Una ciudad que a pesar del maravilloso envoltorio, no puede esconder su miseria. Porque al final todo es lo mismo, como el funeral de Michael Jackson. Un ataúd de oro, sí, pero con un muerto dentro.