Por las calles de Rangún ya circula algún Rolls-Royce, algo impensable hace pocos años
Por las calles de Rangún ya circula algún Rolls-Royce, algo impensable hace pocos años - PABLO M. DÍEZ

Negocios entre «amigos» en Birmania

Gracias a su transición democrática, es el cuarto país que más crece del mundo, pero los militares siguen controlando la economía

Enviado especial a Rangún (Birmania) Actualizado: Guardar
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Para bien y para mal, los coches, los móviles y las obras son los signos de lo que hoy se entiende por progreso. Todo eso abunda en Rangún, la principal ciudad de Birmania (Myanmar), desde que el país empezó hace cinco años una transición democrática que culminó hace dos semanas con sus primeras elecciones libres desde 1990. La aplastante victoria de la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, que ha estado confinada 15 años bajo arresto domiciliario por reclamar democracia a la Junta militar que controlaba el poder con puño de hierro, garantiza seguir adelante con su apertura política y económica.

Hace solo un lustro, el brutal régimen del general Than Shwe mantenía a Birmania aislada del exterior, sin móviles ni internet y sometida a una feroz represión y censura sobre los medios de comunicación.

Desde que, en 2011, un Gobierno reformista dirigido por antiguos militares tomara las riendas, el país se ha abierto y experimentado el cuarto mayor crecimiento económico del mundo.

Su Producto Interior Bruto (PIB) subió un 8,5% en el último ejercicio fiscal, que acabó en marzo, y volverá a elevarse otro 8,2% el próximo, según las previsiones del Banco Asiático de Desarrollo. Tras el levantamiento de las sanciones internacionales por su apertura política, tan elevado crecimiento se debe a la masiva entrada de inversión extranjera, que ascendió a 8.100 millones de dólares (7.500 millones de euros) el pasado año fiscal, el doble que el anterior y veinte veces más que en 2010. Atraídas por las enormes posibilidades que ofrece Birmania, donde está todo por hacer después de varias décadas cerrada al mundo, numerosas compañías foráneas han entrado en el país para explotar sus ricos recursos naturales y aprovechar su barata mano de obra.

Y es que, a pesar de su abundancia de petróleo, gas, madera, jade y piedras preciosas, esta bellísima nación del Sudeste Asiático es una de las más pobres del planeta. Con un tercio de sus 52 millones de habitantes viviendo con menos de un euro al día, sus ingresos medios son solo de 5.000 dólares (4.640 euros) al año y el salario mínimo es de 3.600 kyiats (2,6 euros) por jornada. Tan bajo nivel de vida está permitiendo a Birmania entrar a competir con otros países manufactureros, como Camboya y Bangladesh, en este mundo globalizado donde las multinacionales buscan el mínimo coste para obtener el máximo beneficio.

En la primera mitad de este año fiscal, fueron autorizadas 101 nuevas empresas extranjeras que traían una inversión total de 3.280 millones de dólares (3.042 millones de euros), sobre todo en sectores como el petróleo, el gas, las manufacturas, los transportes, las comunicaciones, la construcción, la minería, los hoteles y el turismo. Buena prueba de este «boom» son las obras de bloques de viviendas y centros comerciales que pueblan las atestadas calles de Rangún, donde el tráfico es imposible. Hace un lustro, los pocos coches que circulaban eran de los años 70 y 80, pero la apertura ha dado lugar a una importación masiva de automóviles japoneses de segunda mano que se venden por poco más de 1.000 euros y han llenado las calles de taxis, cuyos conductores se sacan unos 200 euros al mes. Lo mismo ocurre con los «smartphones», cuyos precios eran antes prohibitivos y hoy están por todas partes y con internet 3G en las ciudades. En el lujoso Hotel Shangri La, la élite cierra sus tratos en sus elegantes salones y, en el cercano barrio de Chinatown, un Rolls-Royce blanco pasa junto a los puestos ambulantes de comida que inundan las aceras.

Pero esta explosión económica que vive Birmania se ve perjudicada por sus calamitosas infraestructuras, que eternizan los trayectos por carretera o impiden el suministro eléctrico constante, y su corrupción galopante. La mayoría de los negocios están en manos de los «amigos» de los militares, que se han asegurado el control de la economía pese a haber perdido el poder.

Además del petróleo, el gas y la madera, uno de los recursos más valiosos de Myanmar, nombre oficial de la antigua Birmania, es el jade. Por esta piedra preciosa, que se cotiza a precio de oro en la vecina China, el Gobierno de los militares y sus socios pudieron obtener el año pasado 28.775 millones de euros. Así lo calcula Global Witness, un grupo encargado de fiscalizar a los regímenes autoritarios para denunciar sus abusos.

Dicha cantidad se halla muy por encima de los 3.150 millones de euros vendidos el año pasado en la subasta estatal de jade, el único mercado oficial para sus operaciones internacionales, y de los 11.140 millones que China reconoció como importaciones de piedras preciosas procedentes de Birmania, la mayoría jade.

Por ese motivo, Global Witness denuncia que el 80 por ciento del comercio de jade birmano se hace de contrabando con China. Buena parte de ese tráfico ilegal procede de minas clandestinas que son explotadas por mafias o por las guerrillas étnicas que, al margen del Gobierno, han montado sus propios Estados paralelos en amplias zonas del país, como el Ejército para la Independencia de Kachín. El lucrativo, pero oscuro, negocio del jade sigue dando beneficios a solo unos pocos en Birmania.

«El beneficio clave de estas elecciones para el régimen es mantener el compromiso de los socios occidentales con el comercio y la inversión en esta antigua autarquía», analiza Thomas Pepinsky, profesor asociado de la Universidad de Cornell y experto en mercados emergentes del Sudeste Asiático.

Entre estos «amigotes» de los militares destacan magnates como Aye Ne Win, nieto del primer dictador de Birmania; y otros sometidos a sanciones internacionales al seguir en la lista negra de Estados Unidos. Con negocios en la construcción, la energía, las líneas aéreas, los bancos y la telefonía, algunos de ellos, como Tay Za y Zaw Zaw, ya se han aproximado al partido de Aung San Suu Kyi para hacerle donaciones. Porque en Birmania, mande quien mande, los negocios se hacen siempre entre «amigos».

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