Merkel durante sus discursos de Año Nuevo entre 2009 y 2014
Merkel durante sus discursos de Año Nuevo entre 2009 y 2014 - DPA

Merkel, diez años en el poder, con su liderazgo cuestionado por la crisis de refugiados

Hay una generación de alemanes que no recuerda otro jefe de Gobierno que «Angela»

Madrid Actualizado: Guardar
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Diez años en la cancillería. Quien lo hubiera dicho entonces en el juramento del cargo de canciller de la República Federal de Alemania el 22 de noviembre del 2005 solo habría cosechado risas. Cierto que ya aquel día se cumplía algo que pocos habían sido capaces de adivinar. Que aquella mujer tan modesta y modosa, cuando no sosa, física de profesión, podía ser la heredera de Helmut Kohl, el extrovertido renano que había entrado ya en la historia como el canciller de la unidad alemana. Incorporada al partido en Alemania oriental tras la unificación, había escalado posiciones sin cesar y acabó por desplazar y decapitar políticamente a todos los delfines, crecidos a la sombra de Kohl, sofisticados políticos occidentales, muchos con experiencia en gobiernos regionales y en la lucha interna.

Angela Merkel (Hamburgo, 1954), hija de un pastor protestante que por convicción abandonó la Alemania del milagro económico para irse con su familia a predicar a la Alemania comunista, no tenía un perfil ideológico. En su adolescencia y juventud en la RDA había sido una ciudadana común que nunca desafió al régimen comunista. En su primera campaña electoral no impresionó tampoco y cuando, tras un resultado decepcionante, logró un acuerdo para dirigir una gran coalición, nadie podía haber adivinado que aquello era el comienzo de una era.

Ausencia de tragedias

Pues lo era. Hoy ya hay una generación de alemanes jóvenes que no recuerdan otro jefe de gobierno que «Angela». Son los que confunden ya a Helmut Kohl con Adenauer en el pasado remoto y solo recuerdan haber sido gobernados por una mujer. Y aquella modosa germanoriental es hoy una mujer de poder consciente de que dirige la única potencia europea y, aunque siempre deseosa de las decisiones compartidas, muy decidida a imponer sus criterios. Incluso en situaciones en las que choca con inmensas resistencias como fue el caso con el giro energético del abandono de la energía nuclear o ahora con la crisis de los refugiados y la oleada de contestación que ha provocado. El mayor mérito de Angela Merkel de su década de cancillería no ha sido ninguna gesta política, económica, social ni geoestratégica. Sino la ausencia de tragedias. Hasta hoy al menos.

Su mayor sobresalto en las pasadas legislaturas fue el fin de la energía nuclear, una decisión súbita de inmenso riesgo para la economía de la potencia industrial. Fue un gesto populista hacia los miedos de una sociedad como la alemana especialmente que le granjeó muchas desconfianzas. Su mala prensa en el exterior por la crisis griega nunca le afectó en el interior donde se apreció su rigor. Aunque muchas veces se considerara que sus esfuerzos por acuerdos europeos iban en detrimento de intereses de Alemania.

Pero Merkel era aún hace unos meses tan absoluta garantía de estabilidad para Alemania que hubo discusiones en primavera sobre la posibilidad de que el SPD, socio socialdemócrata de Merkel en el gobierno, no presentara candidato en 2017. Y no eran pocos los que ya hablaban de su siguiente legislatura en 2021 como un buen broche para culminar en 2025 con veinte años de gobierno. La crisis de los refugiados ha dinamitado esas certezas. La decisión de Merkel de abrir sin límites las fronteras a la llegada de refugiados ha supuesto un cataclismo para Alemania. Y también para Merkel cuya vida política y hasta su sitio en la historia será determinado por lo que suceda en los próximos meses y años con el flujo sin precedentes de inmigrantes. Pero debe quedar claro que la canciller, que siempre ha buscado soluciones intermedias para todo, en esta cuestión actúa por convicción.

Con todo, y en medio de una crisis sin precedentes con la inmigración, el terrorismo y el reto de las finanzas europeos que no cesa, la mayor arma de Merkel sigue hoy siendo que, como en sus inicios titubeantes en 2005, nadie encuentra la alternativa a su persona.

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