Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra, durante su comparecencia en la Comisión del Tesoro
Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra, durante su comparecencia en la Comisión del Tesoro - AFP

El gobernador del Banco de Inglaterra advierte de los riesgos de dejar la UE

Los diputados pro Brexit lo acusan de parcialidad por recordar que caerían la libra y la inversión foránea

CORRESPONSAL EN LONDRES Actualizado: Guardar
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El gobernador del Banco de Inglaterra, el canadiense Mark Carney, se vio envuelto ayer en una polémica en el Parlamento con diputados conservadores pro Brexit por enunciar los riesgos a corto plazo de abandonar la UE. Carney comparecía en la Comisión del Tesoro, integrada por parlamentarios de todos los partidos, cuando afirmó que formar parte de la Unión Europea «ha reforzado el dinamismo económico del Reino Unido y lo ha ayudado a crecer».

Además, enunció los riesgos a corto plazo que a su juicio acarrearía el «Brexit»: la libra se devaluaría mucho, caería la inversión extranjera, sería más difícil controlar la inflación y habría una relocalización de servicios financieros a otras plazas de la Europa continental o a la vecina Irlanda.

Toda esta retahíla de posibles problemas si se deja Europa encendió al diputado conservador Jacob Rees-Mogg, de 46 años, hijo de un exdirector de «The Times», formado en Eton y Oxford, como Cameron y Boris Johnson, y uno de los antieuropeos más convencidos de su partido, rozando a veces casi la caricatura. Rees-Mogg acusó a Mark Carney de referirse solo a las desventajas de la salida de la UE y no a sus ventajas. Endureciendo el tono, dijo que Carney estaba siendo parcial a favor de la la UE y «rebajando la dignidad del Banco de Inglaterra». El gobernador del banco central británico replicó molesto: «No le consiento ese comentario».

Un organismo imparcial

Carney enfatizó que su organismo es imparcial de cara al referéndum. Tal vez como un modo de mostrarlo, añadió que a largo plazo no existe una respuesta concluyente sobre si la economía británica evolucionaría mejor o peor fuera de la UE.

Aunque ahora mismo la sombra del «Brexit» parece el mayor problema doméstico, el gobernador explicó que al final otras amenazas globales, como el parón de China, podrían suponer en la práctica desafíos todavía mayores.

La campaña del referéndum, cuya votación se celebrará el jueves 23 de junio, monopoliza ya el debate político británico. Boris Johnson, el carismático alcalde de Londres, que dejará el cargo en mayo, se ha convertido en el rostro de referencia de los partidarios del Brexit, causa que ha abrazado porque le beneficia de cara a sus ambiciones para intentar suceder a Cameron en el 2020 como líder del Partido Conservador. Boris recibió ayer un revés, al destaparse que el pasado día 4, su jefe de gabinete en el Ayuntamiento de la capital, Edward Lister, envió un correo a la cúpula del alcalde en la corporación demandándoles el apoyo a la causa del «Brexit».

Metedura de pata

Boris Johnson intentó desmarcarse del correo en la mañana de este martes. Lo calificó de metedura de pata y dijo que ordenó retirarlo el lunes por la noche, en cuanto tuvo noticia de su existencia. Pero lo cierto es que el alcalde sale mal parado, porque se había pasado el domingo acusando al Gobierno de Cameron de presionar con malas artes a los partidarios del «Brexit». Boris incluso se ha inventado un nombre para la campaña pro UE del Ejecutivo: «El Proyecto Miedo».

El domingo, Johnson acusó al Gobierno de forzar la dimisión de John Longworth, director general de la Cámara de Comercio Británica, que agrupa a unas 92.000 empresas. Longworth renunció después de haber hecho comentarios pro «Brexit», contraviniendo la línea oficial de las Cámaras, que es la imparcialidad en el debate. Boris acusó al «proyecto miedo» del Gobierno de haber forzado la dimisión, algo que el Ejecutivo negó.

La filtración del correo interno del Ayuntamiento de Londres prueba que donde las dan las toman y que la campaña va a ser muy dura y recurriendo a toda la munición disponible. Cada día que pasa se agudiza la sensación de guerra civil en el Partido Conservador, que puede salir maltrecho de las tensiones fratricidas de la larga campaña.

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