Estaban de luna de miel, y su hijo murió abrasado en el incendio de Portugal

Con solo cuatro años, Rodrigo se convirtió en el primer rostro de la tragedia

LISBOA Actualizado: Guardar
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Con solo cuatro años, Rodrigo se convirtió en el primer rostro de la tragedia. Su identificación acongojó a los horrorizados portugueses, conmovidos al saber que este niño murió abrasado junto a su tío, al lado de un automóvil arrasado por el fuego. ¿Dónde estaban sus padres? La historia produce tristeza. Siete días atrás, el pequeño sonreía junto a ellos en la celebración de su boda. Nadie podía sospechar lo que acontecería una semana después.

El menor se quedó al cargo de sus tíos mientras sus padres disfrutaban de su luna de miel en el archipiélago de Santo Tomé y Príncipe, antigua colonia portuguesa. El progenitor trabaja en la aerolínea TAP y había obtenido unos billetes para desplazarse hasta el enclave africano.

Rodrigo iba de la mano de su tío, quien lo llevó consigo al entorno de Pedrógao Grande con la intención de pasar el fin de semana. En ello estaban cuando se vieron atrapados en la carretera de la muerte. Fue su abuela quien relató en televisión las circunstancias del deceso. Con un desconsuelo infinito, apenas lograba articular palabra, tal es el sufrimiento que la corroe. La misma pena eterna que anida en el corazón de sus padres. La luna de miel se transmutó en luna de hiel.

Un pueblo arrasado

En la aldea de Pobrais, vivían 30 personas. Hoy solo quedan 19, pues los demás murieron en el radio de acción del devastador incendio de Pedrógao Grande. Uno de los supervivientes más aguerridos es Manuel Cunha, de 83 años, quien se negó a huir porque no quería dejar atrás lo poco que tiene.

Decidió plantar cara a las llamas como pudo. Y vaya si lo hizo. Con todo su coraje. Se aferró a la esperanza de defenderse con unos simples baldes de agua y se encomendó a Dios.

Lloraba emocionado al comprobar que había logrado sobrevivir, aunque el implacable reguero de destrucción a su alrededor no le permite esbozar ninguna sonrisa. Sus desesperadas plegarias han dado paso al temido «¡y ahora qué»..

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