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Parlamentarios brasileños con una pancarta contra Cunha, presidente de la Cámara y abierto adversario de la presidenta Rousseff - EFE

Brasil inicia la sesión que puede destituir a Dilma Rousseff

Los congresistas partidarios de iniciar un histórico proceso de destitución de la presidenta confían en ganar la votación de esta noche

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Brasil llega hoy a un momento que puede marcar nuevamente el rumbo de su historia. En las calles, grupos a favor y contra la destitución de Dilma Rousseff se reúnen en plazas centrales de todo el país. En Brasilia, frente al Congreso que decidirá el futuro del país, un impresionante muro de metal de un kilómetro divide en dos, básicamente entre izquierda y derecha, quienes están a favor y en contra de la continuidad del Gobierno de Rousseff y de los 14 años del oficialista Partido de los Trabajadores (PT) en el poder.

El presidente de la Cámara Baja, Eduardo Cunha, ha declarado la sesión abierta «sobre la protección de Dios y en nombre del pueblo brasileño», en medio de gritos de «Fuera Dilma», coreados por los promotores del proceso, y del "no habrá golpe" del oficialismo.

En todas las grandes ciudades brasileñas se realizan protestas desde ayer casi en un clima similar al de un gran partido de fútbol. En São Paulo, en la avenida Paulista, y en otras ciudades, se han instalado pantallas gigantes y dividido los espacios para la transmisión en vivo desde el Congreso, que mostrará uno a uno los 513 votos abiertos, en una sesión que debe terminar a las 10 de la noche de hoy hora brasileña (madrugada en España). La oposición necesita 342, que parece que ya tiene, y Rousseff 171, que no parece alcanzar en estos momentos.

Bares y restaurantes deben funcionar como en día de Mundial, para recibir clientes a favor, en contra y neutros sobre la destitución. El barrio bohemio Vila Madalena, en São Paulo, es un reducto de camisetas amarillas de la selección contra Rousseff. El centro de la ciudad debe recibir mejor a los camisas rojas. Los centros comerciales deben cerrar hoy para evitar tumultos.

A pesar de un clima aparente de fiesta, hay un cansancio en ambos lados, especialmente con la corrupción que embarra a buena parte de los políticos en ejercicio, en prácticamente todos los partidos. En catorce años de poder que agradaron más a sectores empresariales que a movimientos sociales de la base que lo sustenta, el PT ahora es deudor de grupos de izquierda que se sintieron relegados y abandonados, pero ahora lo defienden.

En una carta enviada a los sesenta movimientos sociales que se reunieron para apoyarla ayer en un estadio en Brasilia, Rousseff reconoce que «no atendió a todas las legítimas reivindicaciones» de estos grupos y garantizó que el país volverá a crecer después de «reencontrar la paz y la unión necesarias para retomar el rumbo de los cambios».

Es uno más de los mea culpa que Rousseff viene repitiendo desde que vio que el poder se le escapaba de las manos ya en 2013, cuando comenzaron las primeras señales de insatisfacción con su Gobierno, por el desgaste económico, por no atender las demandas de los grupos de su base y por su falta de habilidad en negociar con políticos, en un sistema presidencialista que depende de 38 partidos.

«Ella cedió al mercado cuando se reeligió nombrando a (ministro de economía, Joaquim) Levy, pero mantuvo un Gobierno muy errático, muy débil, que dialoga mal con su base aliada porque no le gusta la política. Todo eso en un escenario complejo, después de una elección dura, con medidas impopulares», explica Humberto Dantas, profesor de Ciencia Política de la escuela de negocios Insper, en São Paulo.

A flor de piel

Ilan Goldfajn, economista jefe de Itaú, el principal banco privado brasileño, percibe también un cansancio económico de la población que quiere alternativas para salir de dos años de recesión, después de un período de éxito económico con Luiz Inácio Lula da Silva. «Hubo un exceso de optimismo, como ahora vivimos un exceso de pesimismo», reconoce Goldfajn, que cree que un cambio levantará el ánimo del mercado, que el viernes antes de la votación mostró que no quiere más a Rousseff, con alzas en la Bolsa y la caída del dólar.

En las calles, sin embargo, lo que se vive es la más pura emoción a flor de la piel. Un estudio de las protestas liderado por Esther Solano, doctora en Ciencias Sociales de la Complutense y profesora de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp), muestra que la polarización en las calles es encabezada por brasileños de clase media, y con buena escolaridad, y no entre ricos y pobres, como se pensaba una división entre derecha y izquierda.

Para unos Rousseff está siendo víctima de un golpe de estado, como el vivido en 1964, cuando los militares tomaron el poder de otro presidente que también dividió al país, João Goulart, un izquierdista que le ponía la piel de gallina a los más conservadores con su simpatía hacia China, Cuba y a la antigua Unión Soviética.

Para otros, es una destitución normal y constitucional, como la que en 1992 presionó la renuncia del ahora senador Fernando Collor de Mello, una joven promesa política, que decepcionó a la clase media con un fiasco económico, y que desde un partido inexpresivo tampoco estaba dispuesto a negociar con los demás.

Ahora, sin embargo, Rousseff tiene la fuerza del PT, de los partidos de izquierda y de los movimientos sociales, que incluso críticos a su gestión hacen de todo por ella, considerada inhábil, pero honesta. Si no lo consiguen, se espera que estos grupos se mantengan en las calles en oposición a un futuro gobierno de Michel Temer, el aliado de 14 años del PT, que ahora es visto como traidor.

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