Ilustración de las Cantigas de Alfonso X. La caballería mora porta adargas
Ilustración de las Cantigas de Alfonso X. La caballería mora porta adargas - PATRIMONIO NACIONAL
LITERATURA

¿Qué era la adarga antigua de El Quijote?

El viejo escudo morisco fue clave en la caballería ligera tanto en España como en el norte de África e incluso Bretaña. Te descubrimos su historia

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El clásico libro de Miguel de Cervantes, «Don Quijote de la Mancha», comienza de este modo:

«En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor»

La reciente traducción al español moderno de Andrés Trapiello ha modificado este célebre párrafo, cambiando las partes más confusas. Una de ellas ha sido transformar, traducir, «adarga antigua» por «escudo antiguo». Esta decisión, que quiere hacer accesible a las nuevas generaciones la obra de Cervantes, pierde un tanto el significado original de adarga: el viejo escudo morisco que era utilizado por la caballería desde tiempos romanos.

Los jinetes celtíberos

Don Enrique de Leguina, Barón de la Vega de Hoz, describe la adarga de este modo preciso en su «Glosario de voces de Armería»

:

«Escudo de cuero, generalmente de forma oval o de dos óvalos secantes, de gran aplicación para los juegos de cañas y alcancías. No tenían armazón ni otra resistencia que la de las pieles, dobladas, pegadas y fuertemente cosidas»

Esta protección de la mano de cuero, que solía tener sólo una asa par ampliar su movilidad, tiene su origen en la «Caetra» de tiempos romanos, según el estudio de la historiadora Amparo García Cuadrado. Así, etimológicamente la palabra puede proceder tanto del árabe «darca» como del vasco «adar» (rama). La caetra celtíbera era, en ese sentido, un escudo de madera que se recubría de cuero. San Isidoro lo cita en sus «Orígenes» y el campo de uso de este tipo de armadura estaba entre África, España y la zona bretona de la Galia. Plinio, en su «Historia Natural», hace a este escudo «inmune a espadas y proyectiles». Se menciona, entonces, su adorno con relieves o repujados para aportar solidez.

Una arma, en fin, que buscaba una fácil maniobra para el jinete celtíbero, acostumbrado a utilizar la lanza en estos tiempos donde en la caballería faltan estribos para controlar el equino.

La Reconquista sin fin

Gonzalo Menéndez Pidal, experto en la Alta Edad Media, describe la adarga de este modo:

«El escudo pequeño y ligero de forma ovalada recibía el nombre de adarga. No llevaba tablero, sino solo pieles dobladas y pespunteadas, era menor de tamaño que los escudos y aparece principalmente entre moros»

Este es el viejo mito que une el escudo a la caballería berebere, que lo trajo con la toma de España en el siglo VIII por los musulmanes. Ana Echevarría Arsuaga ha realizado el mejor estudio sobre esta reconquista de posiciones, especialmente en el siglo XV, con el libro «Caballeros en la frontera». En el describe la monta a caballo en la península de estos tiempos medievales utilizando: «una silla más ligera que la tradicional monta a la francesa y estribos cortos, que permitían flexionar las piernas a ambos lados del caballo, aumentando la movilidad de las extremidades superiores, que podían así manejar más cómodamente el armamento». Este modo de combatir era generalizado en la península y ella asocia la entrada de la adarga con los bereberes zenetas, a diferencia de las teorías que dan a la adarga un origen celtíbero.

Lo que sí es cierto es que los cristianos, que muestran escudos claramente de tipo occidental o circular en los grabados del tiempo («Las cantigas de Alfonso X», por ejemplo, muestran este contraste), no la usaron sino tardíamente. El historiador andalusí Ibn Said, antes de la Baja Edad Media, se quejaba que algunos moros usaran «escudos grandes cristianos». La adarga, de nuevo, era adornada con «remates» y «cordones de seda» casi siempre de color carmesí. La flexibilidad, la capacidad de adaptarse a la guerra de escaramuzas que domina los últimos años de guerra contra los musulmanes en el siglo XV, fueron la razón de su mantenimiento. Según Felipe Maíllo, en su estudio sobre «Los arabismos del castellano», las adargas eran «muy estimadas para los castellanos» y las consideraban como algo precioso. Hernando de Baeza en sus «Relaciones» sobre la Guerra de Granada describe de hecho las adargas como un tesoro:

«Cinco mil moros fueron muertos y tomados más de mil caballos y novecientas acémilas y muchas espadas ricas, y adargas de ante y otras muchas joyas, porque el despojo fue grande»

Las de mejor calidad, realizadas con cuero de vaca, se llamaban «vacaríes» y estaban realizadas en Fez. De la fama, en definitiva, de las adargas, quedan estos versos del romancero:

« Más de una vez el Maestre

Midió conmigo su lanza;

Más de un golpe de los suyos

Guarda por blasón mi adarga»

La edad de la pólvora

La llegada de las armas de fuego, a finales del siglo XV, desplazarán a las viejas y exóticas adargas. El viajante andalusí León el Africano en su «Description de l'Afrique» afirma que las citadas adargas eran resistentes a todo «salvo al proyectil de arma de fuego». Será, avanzando la edad moderna, un escudo en desuso, aunque se citan menciones de él en la campaña americana y las guerras europeas. Martínez Laínez y Canales Torres llegan a citar adargas en la Edad Moderna tardía, en pleno siglo XVIII, por su carácter de equipo poco pesado para la caballería de conquista en terreno desértico (exploración de California). Con el tiempo, dejará terreno a la rodela, más versátil y adecuada a los tiempos de la pólvora.

El Quijote, según el medievalista catalán Martín de Riquer, tiene tres modalidades de escudos: «adarga, rodela y paveses». La adarga de nuestro caballero andante, para Riquer, quedaría hecha pedazos luego del manteo de los mercaderes a Alonso Quijano en la novela. Este escudo acabaría, según cuenta Bernardo García en «El ocio en la España del siglo de oro», en las francachuelas y torneos que hacían los mozos jóvenes en el Madrid de los Austrias:

«En su brazo izquierdo portaban una adarga donde estaba representada la divisa y el mote que identificaba a la cuadrilla, dejando el brazo derecho libre para jugar a las armas»

Así, la adarga, en el sentido que tiene en la novela de Cervantes, eran las viejas armas del medievo, de la Reconquista, frente al avance de los mosquetes y cañones en el siglo XVII. Como bien afirma el filósofo Gustavo Bueno en su estudio sobre «El Quijote espejo de la nación española», la metáfora es la contraposición de las viejas armas herrumbrosas del hidalgo con el avance inexorable de la pólvora.

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