Marella Agnelli retratada por Erwin Blumenfeld en su estudio de Nueva York, en 1951
Marella Agnelli retratada por Erwin Blumenfeld en su estudio de Nueva York, en 1951 - © The Estate of Erwin Blumenfeld

Marella Agnelli, el canto del último cisne

La reina madre de la Fiat publica un libro en el que repasa su historia junto a «l’Avvocato» a través de sus fastuosas residencias y fotografías inéditas

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Los cisnes no cantan, sino que producen un ronquido sordo, un sonido parecido al graznido de los gansos. El mito de que esta ave emite, justo antes de morir, un canto melodioso como premonición de su propia muerte es culpa de poetas como Virgilio y Marcial. El libro de memorias «Marella Agnelli: El último cisne» (Rizzoli) llega este mes a las librerías como el definitivo y más armonioso gorjeo de la «principessa» Marella Agnelli (87 años), una de las criaturas más bellas y elegantes del siglo XX.

Agnelli, que lleva más de una década de autoexilio en «Ain Kassimou», su palacio de Marrakech, ha decidido desplegar sus alas y agitar el nido por última vez. Todas las fieras que han poblado su paraíso están en las 304 páginas de este libro: su marido, el magnate italiano Gianni Agnelli; sus amigos, Truman Capote, Andy Warhol y Jackie Kennedy; sus colaboradores en el mundo de la moda y el interiorismo, Erwin Blumenfeld y Renzo Mongiardino.

El relato de la reina madre de la Fiat está envuelto en un velo de anécdotas amables salpicadas por incisos dedicados al sinfín de villas y pisos que los Agnelli acumularon en Nueva York, Milán, Turín, Roma, Córcega, Saint-Moritz y la Costa Azul.

«Marella Agnelli: El último cisne», coescrito entre la protagonista y su sobrina, la periodista Marella Caracciolo Chia, no es una autobiografía al uso, con revelaciones escandalosas o rumores infundados. Por el contrario, son el ejercicio de estilo de una mujer que defiende la «regla de las tres S»: sogni, salute e soldi (sueños, salud y dinero, en italiano). Esos son los temas que, según ella, uno jamás debe discutir en público.

«Mi tía siempre ha sido muy discreta. De hecho, este libro empezó como un proyecto familiar. Pero llegamos a un punto en que decidimos que debía publicarse. Eso la ayudó a tomarse en serio el trabajo. A su edad disfruta de que su vida salga a la luz, pero ha tenido el control absoluto de todo lo que se ha escrito y ha elegido cada una de las imágenes que lo ilustran», explica Caracciolo Chia. «A lo largo de su vida ha sido retratada por todos los grandes y este libro es un homenaje a ellos».

Un aura tribal

Marella nació el 4 de mayo de 1927 en Cancelli, una villa en las colinas de Florencia. Mientras su madre, la heredera estadounidense Margaret Clarke, leía libros de filosofía y teología; su padre, el príncipe Filippo Caracciolo di Melito, se dedicaba a escribir poesía. El «crac del 29» pulverizó la fortuna familiar, empujando al príncipe a emplearse en el Servicio Exterior. «Creo que fue el primer miembro de la familia que trabajó», admite la autora, que se crió entre Ankara y Lugano. En 1943 conoció a los Agnelli, quienes, según ella, emanaban «un aura tribal». «No pertenecían a un mundo inmoral, sino a uno libremente amoral», confiesa en el libro.

«En aquella época, una joven soltera podía hacer muy pocas cosas. El matrimonio, por supuesto, era la opción principal, pero no para mí», explica. Estudió arte y diseño en la extinta Académie Julian de París y en 1950 partió a Nueva York para trabajar como modelo y asistente de Blumenfeld. Él le enseñó los secretos de una cámara Rolleiflex y le presentó a los monstruos sagrados de la de moda: Richard Avedon, Irving Penn, Horst P. Horst.

Después de un noviazgo a distancia, Marella y «l’avvocato» se comprometieron. A ella le intimidaba la idea de pasar a formar parte de «una familia tan grande». Se casaron en noviembre de 1953 en el castillo de Osthoffen, en Estrasburgo. Iba vestida de Cristóbal Balenciaga, su diseñador fetiche. «Si uno no era particularmente bello, y yo jamás me consideré bella, era importante al menos ser elegante. Balenciaga fue mi escudo». Y con esa «armadura» española posó para Robert Doisneau. «Fue tan discreto que ni siquiera recuerdo que estuviera allí. Pero hizo unas fotos maravillosas», reconoce.

Tras la boda se hizo cargo de Villar Perosa, un coto de caza de Víctor Amadeo II de Saboya devenido en residencia de su familia política. Contrató a Stéphane Boudin, de la mítica «maison» Jansen, para redecorar la casa y al paisajista Russell Page para modernizar los jardines. Aún así, se aburría. «Pasaba horas leyendo en el sofá. Gianni estaba preocupado. Veía que no tenía aptitudes para los asuntos domésticos. Un día recibí una llamada de la condesa Volpi, una dragona veneciana que era conocida por su savoir faire como anfitriona. Obviamente Gianni le había pedido que viniera a mi rescate», recuerda.

Volpi no se anduvo con rodeos. «Me han dicho que no sabes dirigir una casa. Querida, recuerda que solo se necesita una cama para conseguir un marido, pero se necesita toda una casa para retenerlo», le espetó. Marella aprendió todo de ella: cuántos juegos de sábanas se necesitan para una cama; dónde se deben bordar las iniciales; el número de sirvientes adecuados para la casa; cómo crear un menú y sentar a la mesa a los invitados. La alumna terminó superando a la maestra. Montó más de quince palacios alrededor del mundo, publicó tres «best sellers» sobre decoración y jardinería e incluso diseñó exitosas colecciones de telas.

Gianni alimentó la curiosidad de «sua moglie» por el arte. «Ella tenía un gusto especial por los artistas secesionistas como Klimt y Kokoschka. Y él prefería el futurismo de Balla. Marella aprendió a seguir a Gianni y viceversa», explica su sobrina. Llegaron a levantar casas solo para exhibir sus obras de Lichtenstein, Matisse, Zuloaga y Balthus.

A sangre fría

En los años 60 y 70 el matrimonio comenzó a pasar largas temporadas en Estados Unidos, donde entablaron amistad con los Kennedy. «John era carismático y bien parecido». También con Truman Capote. «A él le contaba cosas que jamás le habría contado a nadie más. Era capaz de crear una profunda sensación de intimidad. Pero estaba esperando como un halcón».

La primera decepción llegó cuando el autor de «A sangre fría» organizó un almuerzo en el Colony de Nueva York. C.Z. Guest, Babe Paley y Gloria Vanderbilt estaban allí. «De repente todas nos sentimos parte de un gran grupo de amigos que tenían la misma relación con Truman. Nos llamaba sus cisnes, pero en ese momento descubrí que había demasiados cisnes. Algunos ni siquiera me gustaban. Le dije: ‘‘Creía que yo era tu único cisne’’. Y él respondió: ‘‘Oh, querida...’’»

Pero los verdaderos golpes llegaron décadas después. Primero fue la muerte de su hijo Edoardo, en 2000. Dos años después, el fallecimiento de Gianni. «A ello siguieron dolorosas vicisitudes familiares», escribe Marella como colofón de su obra, omitiendo la batalla campal contra su hija Margherita por la fortuna de la Fiat. Pero Marella nunca olvida la «s» de soldi: jamás hablar del dinero. Ni de los sueños, ni de la salud. Esas son las reglas del último cisne.

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