Panorámica de la Ribeira Sacra desde el concello lucense de Chantada
Panorámica de la Ribeira Sacra desde el concello lucense de Chantada - MIGUEL MUÑIZ

La gran oportunidad de la Ribeira Sacra

La comarca, singular y heroica, tiene ante así la posibilidad de mejorar sus servicios y vencer a un escepticismo que impregna a toda la sociedad local

Chantada (Lugo) Actualizado: Guardar
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Solo la mano de la Unesco puede salvar a la Ribeira Sacra de sí misma. Únicamente un espaldarazo como ser declarada, primero, Bien de Interés Cultural (BIC), y después, Patrimonio de la Humanidad, puede rescatarla de su singularidad aislada y heroica, de sus caminos inaccesibles; y merecer el mimo internacional. Se le brinda, por tanto, la oportunidad de incorporarse al carril de unos mejores servicios, renovar sus votos generacionales e intentar que todo ello se haga sin desnaturalizarse. Un equilibrismo que despierta la reacción escéptica de muchos vecinos, preocupados en cierta medida por si la ordenación paisajística ahogará su capacidad para sacar rendimientos de la tierra.

Lo fundamental, aluden casi todos, es subsanar la falta de información. Y para ello, dicen, hace falta pisar el terreno.

«¿Se podrán hacer accesos o no?, ¿se podrán poner raíles?, ¿qué tipo de alambrado o estacado se podrá colocar? Todas estas cosas tendrán que hablarse con la gente que vive en el territorio. Si no, nos pueden poner un traje con el que no nos podamos mover», razona José Manuel Rodríguez, presidente del Consello Regulador de la DO Ribeira Sacra. «Esto no se mantiene vivo con ave marías, esto se mantiene porque hay una gente que trabaja en las viñas. Esa es la cuestión».

No hay, a priori, un rechazo a que la comarca de los bancales —los socalcos— sea condecorada con el reconocimiento internacional por excelencia, como el que gozan el casco histórico de Santiago de Compostela o a la Muralla de Lugo. Pero se pide a la Xunta que favorezca el diálogo para diseñar la candidatura: «A lo mejor a un señor le resulta muy fácil trazar una línea, pero igual nunca cogió una caja o dos de uvas para subirlas por la pendiente», añade Rodríguez. «Aquí no podemos plantear seguir trabajando las viñas como los romanos, cosechando cuatro cestas al día porque es absolutamente inviable».

Hasta hace unos años, la mayoría de las bodegas de la Ribeira Sacra tuvieron que costearse de su bolsillo la conexión con la línea telefónica y la red eléctrica. Servicios universalmente considerados como básicos, pero que en la comarca ayudan a perpetuar su retrato de zona compleja.

En concellos como Parada de Sil, donde los populares —y fotografiados— Balcones de Madrid se encaraman al río, la disponibilidad de cobertura móvil e internet es tan necesaria «como el comer». Francisco Margide, edil de Cultura y ex alcalde del municipio, identifica dos prioridades que urge atender antes de abordar grandes proyectos. Una son las comunicaciones por carretera: «Están hechas para cuando los vecinos no tenían coches y andaban por ellas de vez en cuando», explica.

Según sus cálculos, unos 50.000 visitantes acuden al año a Parada de Sil para otear la Ribeira Sacra desde lo alto de los cañones. Durante la pasada Semana Santa, visitaron el monasterio de Santa Cristina 3.300 turistas. «No queremos autovías», enfatiza, pero sí «mejores accesos». El otro punto capital es la vivienda. La escasez del parque de casas vacías complica la pelea contra el declive demográfico.

Son pocos, hasta el momento, los jóvenes que han manifestado su voluntad de quedarse en el ayuntamiento orensano, pero los suficientes para poner en marcha la rueda de la renovación generacional. Como dato, este año en Parada de Sil han nacido cuatro niños: «Hace años que eso no ocurría».

Primero, creer

Roberto Regal, enólogo y empresario, fía buena parte de sus esperanzas en la Ribeira Sacra al «liderazgo» que, en su opinión, deberían asumir quienes vienen por detrás. Cuando habla de la sociedad y el tejido económico local, echa el freno de mano al optimismo: «Ves que hay mucha gente que tiene ganas y otra que no. Estamos en una época en la que somos muy individualistas, falta corporativismo y no creemos en nuestra tierra», reflexiona.

La actitud para emerger y crear riqueza a partir de la tradición también es un patrimonio. Una de las preocupaciones de Regal es que, si el territorio se coloca en el olimpo de los elegidos por la Unesco, acabe encerrado en una espiral de turismo prefabricado: «Hay muchas lagunas y caminos que no podemos hacer a correr, pero tengo miedo de que aquí se acaben vendiendo coca-colas y hamburguesas». Entonces la Ribeira Sacra se devaluaría, disolvería su esencia en las pautas de consumo masivo. «Ahí es donde nos vamos a jugar el tipo de turismo, aquel que va a marcar la diferencia entre que podamos hacer un vino u otro».

Roberto Regal, enólogo y empresario
Roberto Regal, enólogo y empresario - MIGUEL MUÑIZ

No está solo el enólogo en su visión crítica de la Ribeira Sacra. Algunos están acostumbrados a pasar de puntillas por el progreso y vivir a la antigua manera. José Rodríguez Mazaira es un hombre entrado en años, entrañable, que despacha al visitante desde la puerta de Cabo do Mundo, su bodega. Hacer una prospección rápida de su producto es fácil, «la vida no tanto», asegura. «Los pueblos se van quedando muy desierto, la gente muere, juventud no hay... Esto podrá ser un gran Patrimonio de la Humanidad, pero al final creo que se va a quedar igual».

A unos kilómetros de distancia, en la aldea de Nogueiras, el debate se enciende entre Antonio, Mario y Fernando. El primero es sacristán de la iglesia parroquial, conocida como la «Capilla Sixtina» de la zona, por sus frescos góticos del siglo XII, ahora en fase de restauración. Los segundos regentan la bodega Viña Garoña.

Los tres convergen en que «el futuro no está nada claro» y reconocen que las trabas de ordenación territorial pueden estrechar el negocio del vino en favor del paisaje. Pero Antonio rompe una lanza por la candidatura: «Llevamos como mínimo cuarenta años que, a cada paso que damos, esto se va a menos, y como sigamos ese camino dentro de diez años aquí no queda ni el apuntador».

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