María sujeta el teléfono de emergencia entre sus manos
María sujeta el teléfono de emergencia entre sus manos - IAGO LÓPEZ
TESTIMONIO

«Me controlaba los kilómetros del coche para saber cuándo y hasta dónde iba yo»

Hace dos años María denunció a su marido por maltrato y acoso. Ésta es su experiencia

Santiago Actualizado: Guardar
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María tiene 36 años y mucha vida a sus espaldas. Habla pausada, no levanta la voz, pero sus palabras son contundentes y resuenan en la cafetería donde se cita con ABC. Reconoce que ha decidido contar su experiencia como víctima de la violencia de género para despertar a las mujeres que estén pasando lo mismo que ella y aún no lo sepan. María no oculta su nombre ni sus circunstancias porque, explica, «llega un momento en el que ya no miras para atrás y sabes que solo te queda tirar para delante, aunque no te dejen». Su exmarido —sobre el que pesa una orden de alejamiento— tiene la custodia compartida del hijo de ambos, de seis años. Eso implica que el niño pasa una semana con su madre y otra con su padre.

Y esa es su particular guerra. Porque esta joven coruñesa no entiende que «si se ha demostrado que él es una mala persona y me hizo todo lo que me hizo, cómo alguien puede pensar que es buen padre».

Después de que María denunciase a su pareja por malos tratos y acoso, un juez ordenó que su exmarido no se acercase a menos de 200 metros de ella. Se trata de una distancia de seguridad mínima que, sin embargo, obliga a que las entregas semanales del pequeño las realicen familiares cercanos. Eso no impide que María se encuentre con su maltratador cada dos por tres. «Él viene a mi barrio a comprar tabaco, al cajero y se pasea por aquí, por eso mi piso está justo a 200 metros de la casa de mis padres», aclara mientras recuerda la última vez que se vieron. «Fue en julio. Se saltó la orden de alejamiento, igual que otras veces. Yo iba en coche con mis padres y con el niño. Él me estaba esperando un poco más abajo, arrancó y se vino detrás. Adelantó, serpenteó, saludó, sonrió y se puso a nuestro lado». María activó el botón de emergencia del teléfono que le entregó la Policía para su protección y lo denunció.

Aunque esta joven acude a la charla con ABC pertrechada con toda la documentación recabada durante más de dos años de calvario, no echa mano de ella. «Leerlo me pone fatal», confiesa, así que la conversación continua sin papeles de por medio, sostenida en los recuerdos de María. Ella y su novio se casaron después de nueve años juntos. «Ahí la cagué», resume. Explica que todas las «cositas raras» que veía en su relación se agudizaron tras la boda. «Llega un momento en el que piensas que la culpa es tuya, que algo hiciste mal para que él se pusiera así». A la hora de describir su relación de pareja, María se detiene en los pequeños detalles, en lo que en aquel momento le parecía accesorio y acabó siendo revelador.

«Nadie lo sabía»

«Cuando nos casamos ya fui un poco más de él y a partir de ahí todo fue a peor. Cada vez me dejaba ver menos a mi familia, a mis amigas. Me controlaba los kilómetros del coche. Sabía los que había cuando él dejaba el coche y cuando lo cogía yo. Mi sueldo se gastaba, él suyo no. Y todo estaba a su nombre. Cuando iba a ver a una amiga que vive en un pueblo cercano, lo veía pasar a él por la autovía, pero me lo negaba», echa la vista atrás. Pese a todo, el vaso tardó en colmarse. Tanto que María acudió a un centro de información a la mujer dos años antes de dar el paso de dejar a su marido. «Nadie lo sabía, solo la abogada del centro y yo, ni siquiera mis padres ni mis amigas», confiesa. El punto de inflexión lo marcó una escena que su hijo presenció. «Me cansé de tener que esconderme en el baño cada vez que discutíamos y él cogía la televisión y la zarandeaba». Ante la pregunta de si su marido le puso la mano encima en alguna ocasión, María duda y responde: «Eso nunca lo dije, prefiero dejarlo ahí».

La conversación continúa centrada en su hijo, la persona que la obligó a reaccionar tras catorce años de relación. «Pensé que si un día zapateaba la televisión, al día siguiente podía zapatear al niño. Lo que me hiciera a mí lo podía aguantar, pero eso no». «No son los golpes los que te marcan, estas cosas son las realmente te dejan huella. Es miedo, es vergüenza, piensas qué hice mal para que la bola se hiciese tan grande. No sabes en qué momento se te va de la manos, en qué momento cambia todo y esa persona empieza a decirte que le das asco y no quiere ni tocarte. Me decía que estaba tan gorda y tan fea que no sabía ni cómo estaba conmigo... y realmente te sientes así». El testimonio de María no es nuevo, suena a experiencias ya narradas, pero sus palabras son igual de impactantes, de sobrecogedoras. Cuando enfrenta el día en el que se atrevió a romper con su marido solo le sale decir que «fue horrible». «Ese día fue de los peores de mi vida, habíamos ido a la playa con nuestro niño y mi sobrino y fue espantoso. A los niños no los dejaba ni jugar y a mí me tenía machacada. Discutimos mucho, llegamos a casa y le dije que yo no podía más, que lo dejaba. Él me respondió que le parecía bien y me echó». Así empezó la nueva vida de María. Dos años y medio después todas sus cosas, su ropa, sus recuerdos, incluso sus uniformes de trabajo, siguen en la que había sido su casa. «No me dejó llevarme nada», relata a toro pasado.

A pesar de todas las piedras en el camino y de que la vida tras la denuncia «no es un camino de rosas», esta joven recomienda a quienes estén en una situación parecida a la suya que denuncien. «El primer paso es difícil, el resto también, pero hay que darlos», reconoce. «Cuesta mucho y él me pone muchas zancadillas» lamenta, pero María no se amedrenta aunque sus esperanzas vayan y vengan.

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