Gerardo Fernández Albor, como primer presidente de la Xunta, en una imagen de 1982
Gerardo Fernández Albor, como primer presidente de la Xunta, en una imagen de 1982 - ARCHIVO ABC

35 años de la investidura de Fernández Albor: Palabras para una Galicia que estaba por estrenar

Bienintencionado, su discurso agarró de la mano al autogobierno hasta nuestros días

Santiago Actualizado: Guardar
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Tuvieron que poner una bomba de calor industrial en el Pazo de Xelmírez, aquel 8 de enero de 1982, para que no se congelaran ni sus señorías ni el frontispicio de la autonomía. En la dimensión almidonada, húmeda y ortodoxa, nunca estuvo Galicia tan cerca de asimilarse con la Casa de los Comunes inglesa: el asiento de los diputados y el del autogobierno se hacían abriendo los codos y clavándose la vista al frente. «Los únicos capaces de dar a los gallegos luz a su noche, pan a sus demandas y dignidad a su vida» estaban —así lo había deseado Castelao— en aquel resueto parlamentario. Albor lo iba a estrenar como primer presidente del país.

« Fernández Albor

se compromete a sacar a Galicia de su pasividad actual», reza la crónica de ABC, firmada por Lois Caeiro, acompañada en las primeras páginas por una foto y el siguiente pie: «El discurso tuvo una extensión de unos cincuenta folios y tuvo un claro contenido político con un planteamiento galleguista y de signo conservador». El médico compostelano fue a Xelmírez como Gabriel Celaya, haciendo una prosa histórico-administrativa tan cargada de futuro que algunas de las dolencias de la Comunidad se han acoplado a los discursos de los 35 años siguientes. «El alto ruralismo —relataba— es también algo a tener en cuenta a la hora de evaluar las necesidades de inversión pública en Galicia, por lo que deberá también quedar suficientemente dilucidado que las inversiones para la atención de los servicios mínimos deberán financiarse exclusivamente mediante ingresos corrientes». El cañón de calor estaba ahí como referente, para que podamos pensar que aquello era la primera legislatura autonómica y no la próxima Conferencia de Presidentes sobre el modelo de financiación.

«Sabíamos que aquel día iba a ser recordado, pero nunca creímos que iba a llegar hasta este nivel»
Tomás Pérez-Vidal , diputado de AP en 1982

«Sabíamos que aquel día se recordaría, pero nunca creímos que iba a ser a ese nivel», recuerda Tomás Pérez-Vidal, aquel diputado aliancista de 26 años que, un buen día, se peleó con el vicesecretario Mariano Rajoy por los turnos de la máquina de escribir. Los recursos de la Galicia autonómica eran aquellos. «Aún me dura el frío de aquel día», rememora el que fue presidente del Parlamento, el afrancesado que enterró al anglosajón, hoy instalado en los pabellones de O Hórreo.

«A Albor le deseé los mayores éxitos en su gestión, porque lo iban a ser para Galicia y para el resto de los gallegos»
Francisco Vázquez , líder de la oposición en 1982

Albor, el hombre «con antecedentes galleguistas y democristianos mas absolutamente virgen en política», definido por Justo Beramendi en «Historia mínima de Galicia» había sido nombrado albacea de las nuevas competencias, a cambio de ceder los libros de coordenadas de su historia a quienes se iban a enrolar en el cuestionado pero señero arte de la escisión, pasando de Alianza Popular a la consiguiente Coalición Galega de Barreiro Rivas, su antaño alter ego.

«La Lei de Símbolos supuso un cambio muy significativo. Entonces, en aquellos días todo era histórico»
Camilo Nogueira , diputado del Grupo Mixto en 1982

Francisco Vázquez, portavoz en el 82 del grupo socialista y líder de la oposición, es de los que telefonea a Albor cada mes. «Aquellas épocas eran muy bonitas, como la Asamblea de Parlamentario de Galicia, que tuvo un gran cometido en la construcción de la autonomía gracias a la voluntad de los partidos de ámbito español». El exalcalde de La Coruña todavía recita el final de su réplica al discurso del presidente: «Le dije: "Le deseo los mayores éxitos en su gestión, porque lo serán para Galicia y los gallegos". Quiero subrayarlo, sabiendo los tiempos actuales que vivimos». Vázquez prestó la plataforma, el PSOE, para que cuatro prebostes de la Galicia consciente de serlo obtuvieran el acta: Ramón Piñeiro, muñidor de la «nación cultural» gallega, Carlos Casares, Benjamín Casal y Alfredo Conde. Los dos primeros se desmarcaron de los socialistas y favorecieron la presidencia de a Albor, menos Conde, que decidió su abstención. «Fui independiente dentro de los independientes. Quedé mal con mis compañeros y con el PSOE. Fue una torpeza. Los que acertaron fueron los del sí». El escritor, medalla Castelao, perfila un Albor mucho mejor persona que político.

«Fui un independiente dentro de los independientes. Fue una torpeza. Acertaron los que invistieron a Albor»
Alfredo Conde , diputado socialisa en 1982

Beramendi detalla que aquellos parlamentarios se abrazaron al idioma, la bandera y al himno «sin mayor empacho» gracias a la Lei de Símbolos impulsada por el nacionalista Camino Nogueira. «Aquello supuso un cambio muy significativo», asegura, para proteger el «carácter nacional» de Galicia. «La gran mayoría de nosotros no teníamos experiencia y en aquellos días todo era histórico», zanja.

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