Imagen de la gala del 30 aniverasrio
Imagen de la gala del 30 aniverasrio - ABC

Festival de Peralada: 30 años de sueños

El evento ampurdanés celebró sus tres décadas con una gala lírica en la que brilló el malagueño Carlos Álvarez

PERALADA (GERONA) Actualizado: Guardar
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Una suave tramontana mecía anoche los árboles que envuelven el Auditorio Parc del Castell, escenario principal del Festival Castell de Peralada. La noche prometía: una fiesta de uno de los patrocinadores había congregado a empresarios y hasta al president Puigdemont y a varios de sus consejeros y el cartel anunciaba a un puñado de las mejores voces operísticas del momento. El concierto que celebraba los 30 años de vida del Festival lírico más importante de España rindió homenaje precisamente a eso, a las voces, pero también al alma del Festival, la mecenas Carmen Mateu de Suqué, quien fue ovacionada al final de un acto que mezcló música con evocadoras imágenes de la historia del certamen. Y como muchos de los presentes, incluido quien firma estas líneas, han visto nacer, crecer y consolidarse al Festival, las emociones se multiplicaron con rapidez cuando en una pantalla ubicada detrás de una voluntariosa OBC, reflejaba instantáneas de momentos inolvidables, con protagonistas que lo han dado todo en el escenario, muchos de ellos de los más grandes del mundo en sus especialidades y otros tantos que ya no están.

Pero el concierto, con un recuerdo a las víctimas del horror vivido en Niza –una parte considerable del público del Festival es francés–, prometía un duelo de voces y algo de eso hubo, con un vencedor claro: el barítono malagueño Carlos Álvarez, quien pletórico de facultades y dándolo todo en cada frase, conquistó corazones y cámaras fotográficas, aunque Sondra Radvanovsky no se quedó atrás: su actuación fue un puro goce para los sentidos; al servicio de Verdi y Puccini, la soprano de Chicago impuso su voz impresionante haciendo todo lo que hay que hacer para dejar al público rendido a sus pies, incluso con pianísimos «a la Caballé» en el «Vissì d'arte».

Los otros divos que pasaron por el escenario no defraudaron: el tenor argentino Marcelo Álvarez impuso un canto generoso, sobrado de medios, con un Chénier luminoso y un Cid de impacto, aunque, como decían algunos turistas franceses, le faltó pulir su dicción gala. Ambrogio Maestri aportó su «alter ego», Falstaff, un personaje que hace tiempo que ya ha hecho suyo, esta vez junto a un Carlos Álvarez espectacular como Ford. Maestri, además, entusiasmó con su Carlo Gérard de «Andrea Chénier», aplicando todo su vozarrón. Eva-Maria Westbroek escogió a Verdi para abrir boca, con un «Pace pace» en el que demostró poderío pero poca afinidad, mucho más convincente con el «verismo» de Maddalena de Coigny. Una OBC llena de lapsus, pero pasional, estuvo obediente a las órdenes del desbocado director musical, el aquí debutante Daniele Rustioni, quien demostró ser un gran bailarín, aunque sus zapateados y sus desgarros guturales sobraron completamente al ensuciar el trabajo de músicos y cantantes.

A las melancólicas proyecciones se unieron pequeñas intervenciones shakesperianas a cargo del actor Àngel Llàcer, todo en un concepto escénico de Albert Estany que cumplió con su objetivo: informar, evocar y emocionar sin molestar a la música y a sus intérpretes. En las propinas, la ópera también dejó paso a la zarzuela, en sendas romanzas propuestas por Carlos y Marcelo Álvarez.

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