José García Domínguez - PUNTO DE FUGA

La mili de Puigdemont

El señor Puigdemont acaba de tranquilizar al resto de la infancia local con el compromiso solemne de que en la República Catalana nadie tendrá que vestir un uniforme militar

José García Domínguez
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El señor Puigdemont acaba de tranquilizar al resto de la infancia local con el compromiso solemne de que en la República Catalana nadie tendrá que vestir un uniforme militar ni hacer la mili, al haber renunciado sus promotores a dotarse de los servicios de un ejército convencional. Hay una generación de catalanes, la del actual presidente de la Generalitat por más señas, que estrenó el uso de razón marcada por la lírica ácrata de Pippi Calzaslargas, indiscutida reina de los sábados por la tarde en la TVE de cuando los inicios de la Transición. Hacer siempre lo que a uno le diese la gana, vivir el instante y negarse firme, terca, obstinadamente a claudicar ante el mundo de los adultos.

He ahí el modelo ético y estético, el paradigma vital, el referente como dicen ahora los tertulianos pedantes, encarnado por aquel pequeño icono nórdico, saltarín, desestructurado y pelirrojo. De ahí que Cataluña no vaya a poder ser jamás en la vida un Estado, uno como los de verdad, no como los de los cuentos de hadas. Y es que en este eterno jardín de infancia mediterráneo, empezando por el niño Puigdemont, hay demasiados cumbayás por metro cuadrado como para que la definición canónica del Leviatán, esa que apela al monopolio de la violencia, pudiera llegar a aplicarse alguna vez en la práctica. Aquí, la leña, es sabido, solo pueden repartirla los malos de fuera, esto es, “Madrit”. Bien al contrario, cuando se desate algún conflicto bélico, en lugar de soldados, tanques y ametralladoras, la República Catalana enviará al frente reproductores de MP3 con baladas de Lluís Llach y poemas de Gloria Fuertes. Sea como fuere, lo que parece ignorar Puigdemot es que el paraguas protector de la OTAN no sale gratis. Por ejemplo, Dinamarca, otro país petit de ésos que tanto les gustan a los separatistas, viene obligada por sus socios militares a invertir anualmente unos cuatro mil millones de euros en sus fuerzas armadas. Y como Dinamarca, todos. Ah, la infancia.

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