Fernando Conde - Al pairo

Lo dice ABC

«Hoy aceptamos casi como dogma divino cualquier información que nos llegue a través del 'tuiter' o del 'feisbu', sin molestarnos en contrastarla»

Fernando Conde
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Que levante la mano quien no haya recibido alguna vez en su móvil un artículo o un poema atribuido a un famoso escritor, periodista o poeta -Pérez Reverte, que ejerce de los dos primeros, y Benedetti, como adalid de los últimos, son dos clásicos ya del ardid-. Sin embargo, a poco que se indague, es fácil descubrir que ni Reverte ni Benedetti son padres de los textos que se les imputan. Acudir al llamado argumento de autoridad es habitual cuando alguien quiere insuflar verismo y fuerza incontestable a una información. Lo hemos visto, incluso, en recientes debates electorales. Pero ese recurso -espurio y viejo- es por sobreabundante un síntoma más de la decadente sociedad actual.

No obstante, el argumento de autoridad no es un recurso único a la hora de tratar de engañar a quienes nos escuchan o leen.

Ahí está también el «argumentum ad lazarum» o la apelación a la pobreza, recurso empleado a diario por muchos nuevos prestidigitadores políticos para camelar al personal con una mano, mientras con la otra arramblan con todo lo que esté precisamente a mano. O el más conocido «argumentum ad hominem», que busca desacreditar la veracidad de un argumento apelando a la falta de consistencia de quien lo sostiene. En fin, que argumentar, argumentar, pero con fundamento, no es tan fácil, y ser creíble aún menos. Pero entonces cabe preguntarse por qué la sociedad actual es una de las sociedades más crédulas de toda la historia de la humanidad.

Hoy aceptamos casi como dogma divino cualquier información que nos llegue a través del «tuiter» o del «feisbu», sin molestarnos en contrastarla -tampoco es fácil saber dónde-. Creemos lo que nos cuenta «güiquipedia» como si fuera palabra de la Enciclopedia Británica o de la Espasa, y nos tragamos con una candidez gargantuesca todo lo que cualquier contacto del «guasap» nos mensajee. Hemos perdido casi por completo el espíritu crítico y hemos enterrado para siempre aquel consejo machadiano de que cada vez que enseñes, enseña a dudar de lo que enseñas. Hoy somos de una credulidad preocupante. Tanto que los periodistas actuales se las ven y se las desean para que su opinión informada e informante se eleve por encima del vocerío en zoco en el que se ha convertido el mundo de la información actual. Un mundo en el que es fácil opinar, con o sin criterio, y ser escuchado, con o sin criterio.

En otros tiempos los lectores solían decir esto es así porque lo dice ABC -un argumento de autoridad serio y contrastado-. Hoy lo difícil es saber distinguir lo que en medio de esta selva «informativa» de verdad dice ABC.

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