La plaza de toros de Toledo
La plaza de toros de Toledo - LUNA REVENGA

La plaza de toros contada por sus protagonistas

Hace cincuenta años, en Toledo había toros el Domingo de Ramos, el de Resurrección, el Corpus, en la feria de agosto, en el anviersario del Alcázar...

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Paco Camino y Santiago Martín, «El Viti», dos de las grandes figuras de la tauromaquia, se acartelaron seis veces en Toledo entre 1963 y 1970 (la mayoría de las veces con Jaime Ostos abriendo plaza). Tenían conceptos del toreo completamente distintos (Camino es sevillano; «El Viti», castellano) y como tal ambos acumulaban partidarios y detractores. Normalmente, los seguidores de uno eran hostiles al otro. Pero en Toledo la cosa se fue de las manos. Hasta el punto de que cuando toreaba Camino, los seguidores de «El Viti» se salían al pasillo para no verle, y al revés. La anécdota la cuenta Eduardo Martín-Peñato, presidente de la comunidad de propietarios de la plaza toledana.

Todos los que la vivieron coinciden en que aquella fue la mejor época del coso de Mendigorría.

Eran las décadas de los cincuenta y los sesenta, donde hubo años en los que había toros el Domingo de Ramos, el de Resurrección, el Corpus, en la feria de agosto, en el aniversario de la liberación del Alcázar (a finales de septiembre) y festivales a final de temporada.

A Faustino Villanueva, asesor del presidente de la plaza desde 2002 y que está preparando dos libros sobre la historia de la tauromaquia en la zona («Gente del toro toledanos» y «Efemérides taurinas de Toledo»), le llama la atención «la cantidad de becerradas que se daban: desde que se levantó la plaza hasta la década de los cincuenta o sesenta, estoy seguro de que los espectáculos no bajaban de ocho o diez al año».

La gran generación

Las razones del por qué se celebraban tantos festejos son múltiples. Según Martín-Peñato, era «una época floreciente del toreo». Además de Camino y «El Viti», estaban «El Cordobés», Julio Aparicio, «El Litri», Antonio Ordóñez, Luis Miguel «Dominguín», Diego Puerta, Jaime Ostos... Coincidieron además con la que quizás ha sido la mejor generación de toreros toledanos de la historia: Pablo Lozano (de Alameda de la Sagra), Gregorio Sánchez (de Santa Olalla) y Vicente Punzón (de Consuegra). Los tres aprendieron el oficio de otro paisano, Domingo Ortega (de Borox), de una generación anterior a la suya y problablemente el mejor torero que ha dado la provincia.

Rafael del Cerro, autor del libro «La plaza de toros de Toledo (1865-2010). Antecedentes y noticias de un coso», da otro motivo: los toros tenían una gran cobertura en los medios de comunicación. En el Corpus se sumaba la «implicación política» del régimen de Franco. «Lo más importante era la procesión, presidida por el ministro de Justicia; después se hacía un desfile militar y todas las autoridades se iban a comer a la Academia de Infantería, y desde allí a los toros. Eso arrastraba a la ciudad detrás de las autoridades», dice Martín-Peñato. «En el Corpus, el tendido uno era un referente para ver quién estaba en la barrera de sombra: políticos, actores, gentes del corazón...», añade Del Cerro.

Juan Belmonte brinda al público
Juan Belmonte brinda al público - PLAZA DE TOLEDO

El asesor Villanueva aporta más factores de ese éxito: «Toledo era el único sitio de la provincia donde se daban corridas de renombre y cuando la gente quería verlas: o se iba a Madrid o se venía a Toledo». La cercanía con la capital de España tiene un doble filo. Entonces era positivo: «Recuerdo que si el Corpus coincidía con la feria de San Isidro, ese día en Madrid se ponía un cartel más bajo porque se sabía que los aficionados se venían a Toledo».

Pablo Lozano aporta el prestigio social. «Antes te veían por la calle y te decían: ‘Ahí va un torero’. Ahora los toreros van en chanclas, con los pantalones rotos, con barba... eso es no tener respeto a su profesión», lamenta.

La primera vez que Pablo Lozano pisó la plaza toledana fue el 20 de agosto de 1941 para ver un mano a mano entre Marcial Lalanda y «Manolete». Hacía escaso tiempo que había acabado la guerra civil y la tarde no salió como se esperaba. Incluso «se tiró un aficionado al ruedo y se montó otra guerra en la plaza», recuerda entre risas. Ocho año después, era el propio Lozano el que se vestía de luces, compartiendo cartel con Dámaso Gómez y Alfonso Galera en una novillada de Hijos de Eugenio Ortega y Lorenza Cortés. «Estuve bien, le corté las dos orejas a un novillo», dice. En total, haría 14 veces el paseíllo en Toledo para torear cuatro corridas, tres novilladas y siete festivales.

Domingo Ortega toreando vestido de calle
Domingo Ortega toreando vestido de calle - PLAZA TOLEDO

A mediados de los sesenta, Pablo colgó el traje, pero no dejó los toros. Junto a sus hermanos José Luis y Enrique, los Lozano han seguido viniendo a Toledo ya sea como apoderados (por ejemplo, de Sebastián «Palomo Linares» o «Espartaco»), como ganaderos (tienen tres hierros: Alcurrucén, El Cortijillo y Hermanos Lozano) o como empresarios. A principios de los noventa «tuvimos un año la plaza, pero la cosa estaba muy enredada con las autoridades y la dejamos», cuenta Pablo. Curiosamente, desde hace dos años dos de sus hijos (Pablo y Luis Manuel, este último actual apoderado de «El Juli») son parte de la gerencia de «Taurino Manchega», la empresa que gestiona la plaza.

A lo largo de 150 años, la Fiesta de los toros ha evolucionado muchísimo. Por ejemplo, en el siglo XIX lo normal era empezar de sobresaliente (sustituto de los toreros anunciados) en las corridas. Después se ascendía a banderillero y de ahí a matador. Hoy eso es impensable.

Cuánto hemos cambiado

El toro también ha cambiado. Desde la experiencia del que ha visto de cerca los cuernos, Lozano opina que el toro de hace cincuenta años «era más chico, tenía más movilidad y era más difícil de dominar. Había que estar muy preparado». En realidad, todos coinciden en que el toro de antes era más pequeño, aunque aportan matices. «El actual es mucho más lidiable. El trabajo de los ganaderos se nota mucho y lo digo de forma positiva», dice Martín-Peñato, que hasta hace poco fue ganadero. «Era mucho más imprevisible. Sin embargo, creo que la Fiesta ha perdido con la tablilla. A un toro hay que juzgarle por su trapío, no por su peso», aporta Villanueva.

Los alumnos ciclistas de la Academia de Infantería
Los alumnos ciclistas de la Academia de Infantería

En Toledo, lo más significativo es la caída en el número de festejos. En la actualidad, se da una corrida de figuras en el Corpus y si acaso una novillada o un festival en otra fecha (este año se celebrará de forma puntual una segunda corrida en otoño por el 150 aniversario de la plaza).

¿Por qué esta bajada? También hay variadas razones. La feria de agosto se perdió hace unos años porque «en verano, en Toledo no queda nadie», dice Martín-Peñato. Del Cerro apunta otra vez a los medios de comunicación, pero en este caso a la poca o nula cobertura que ofrecen de los toros.

Villanueva se queja de la burocracia: «Hoy, para cualquier espectáculo se necesitan tres veterinarios, cinco o seis médicos, permisos de todo tipo, 184 operarios... ¡Es que todo el mundo chupa de los toros y al final el que se la juega es uno que, además, a veces es el que menos gana!». También reparte culpas entre los gestores de la plaza y la afición. «Aquí en muchos momentos se ha masacrado a la afición con unos precios el doble de caros que en Madrid y unos toros el doble de chicos y totalmente adulterados». De los aficionados dice que «cada vez hay menos interesados en conocer lo que es el mundo del toro. Yo he presenciado festejos, sobre todo en Madrid, donde se pide la oreja de forma mayoritaria, el presidente no la concede y cuando el torero va a dar la vuelta al ruedo, la gente le pita. Eso significa que la gente no sabe lo que pide».

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