La onda expansiva del «procés» llega a Bélgica
El desplazamiento a Bruselas de Puigdemont después de que un miembro del ejecutivo le ofreciera asilo político no ha sentado nada bien al Gobierno federal belga
Con la entrada de Carles Puigdemont y sus seguidores al país, la coalición de Gobierno belga puede ser la primera víctima exterior de la crisis constitucional en Cataluña. Antes de la inesperada llegada del ex presidente de la Generalidad, el primer ministro Charles Michel (liberal) ya tuvo que pedir el domingo a su secretario de Estado de migración, Theo Francken (independentista flamenco) que «no eche más leña al fuego» de la polémica ya que aquel había declarado que no excluía concederle asilo político.
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Cuando las autoridades europeas insistían en que la vía secesionista era una amenaza para toda la UE estaban hablando precisamente del riesgo de contagio que incubaba. Y el gobierno belga puede ser el primero en conocerlo en carne propia. No solo ha sido Francken dando a entender que la justicia española carecería de legitimidad para juzgar a Puigdemont , sino que uno de los eurodiputados de su mismo partido, la Nueva Alianza Flamenca, Mark Demsmaeker, hizo este fin de semana de declaraciones a Catalunya Radio en las que llegaba a dejar abierta la posibilidad de que Gobierno belga pudiera reconocer la existencia de la llamada república catalana.
El desplazamiento a Bruselas de Puigdemont después de que un miembro del ejecutivo le ofreciera asilo político no ha sentado nada bien al Gobierno federal belga. «Este es el tipo de asunto más alejado del corazón del Gobierno», dijo ayer el Ministro de Justicia Koen Geens (democristiano flamenco) al referirse a la idea de que Puigdemont pudiese solicitar asilo en Bélgica. «No sé si hay una solicitud de asilo, pero no tengo la impresión de que la haya» declaró el responsable del Gobierno belga.
La actual coalición del gobierno que sostiene al primer ministro Charles Michel (liberal francófono) tiene como piedra angular al principal partido independentista flamenco, la NVA (Nueva Alianza Flamenca) que es tan radical en cuestiones identitarias y soberanistas como ERC, pero en este caso son alérgicos a los socialistas. Desde que se convirtieron en el partido más importante de Flandes ( y ahora de toda Bélgica ) la política de este pequeño reino gira en torno a sus ocurrencias. En principio su entrada en la política federal se hizo bajo dos condiciones esenciales: ellos tenían que aparcar sus reivindicaciones independentistas y los demás partidos aceptaban a cambio enviar a los socialistas a la oposición.
El historiador Marc Reynebeau declaraba ayer al diario Le Soir de Bruselas que las declaraciones de Francken ofreciendo asilo a Puigdemont pueden considerarse como «un hecho altamente simbólico para los nacionalistas flamencos» que viene de «una ambición histórica de ayudar a todos los nacionalistas europeos, ya sean catalanes, escoceses o bretones». En un momento en el que el líder de la NVA, Bart de Wever, estaba decidiendo si apostaba por seguir manteniendo en un segundo plano su alma nacionalista para continuar en la coalición de Gobierno, el secretario de estado Francken parece haber encontrado en la crisis catalana el mejor argumento para hacer florecer el debate interno.
La NVA nació como reacción a la clase política tradicional y se estaba convirtiendo en un partido del sistema. Puigdemont les ha proporcionado el argumento preciso para volver a ser una fuerza rebelde ante sus bases. Hace un año, cuando nadie creía que las cosas llegarían tan lejos, el actual ministor federal del Interior, Jan Jambon, también miembro del ala radical de la NVA , había dicho que pensaba que si Cataluña proclamaba su independencia, él era partidario de proponer su reconocimiento. Pero también admitió que ese debate tendría como consecuencia la ruptura de la coalición de Gobierno. Parece que no se ha equivocado y que el asunto catalán le ha explotado al ejecutivo belga.
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