Llega a Madrid un joven torturado por el Daesh para recibir atención médica

Esta mañana ha ingresado en el hospital Ramón y Cajal para comenzar su futuro tratamiento

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Karlus Barbar, un joven iraquí secuestrado y torturado por Daesh, fue secuestrado y torturado brutalmente por Daesh. Esta mañana ha llegado gracias a la ONG Mensajeros de la Paz, donde ya ha ingresado en el hospital Ramón y Cajal para que le valoren y diagnostiquen y comenzar su futuro tratamiento.

Ha sido recibido en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas por el presidente de Mensajeros de la Paz, el padre Ángel; el embajador de Irak en España, Alaa Al-Hashimy, y el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Jesús Sánchez Martos.

«Viene con mucho ánimo y esperanza», ha relatado el padre Ángel, quien ha asegurado que el joven de 28 años se encuentra en «estado bastante crítico», aunque no llegue a «ser peligroso».

La ONG católica ha sido la encargada de gestionar los trámites para que llegue a España a curarse, ya que en Irak, «no hubiera podido», según el sacerdote.

Karlus Barbar es cocinero en Erbil (Irak) y en agosto de 2014 unos soldados del Daesh le obligaron a convertirse al Islam y unirse al combate.

Ante su negativa fue capturado, torturado y le amenazaron con asesinarle, pero fue liberado en mitad del desierto gravemente herido.

«Pudo escapar y pidió auxilio en un montón de sitios, entre ellos en la Nunciatura de Bagdad», ha contado el religioso, a quien el Nuncio le contactó para que sopesase las posibilidades de tratarlo en España.

Aún es pronto para saber cuáles son los tratamientos que va a recibir o si va a quedarse hospitalizado, pero en caso de que no fuese necesario, Mensajeros de la Paz le acogerá en la casa que tienen habilitada para este proyecto, «Casa de la Paz», con el que ya han traído a más de cuatrocientas personas de distintas edades heridas en guerras para su hospitalización en España.

Tras su recuperación, Karlus volverá a Irak a seguir ejerciendo de cocinero.

«Corre riesgo, pero todos los que están allí lo tienen», ha lamentado el padre Ángel, «pero con esos riesgos hay que vivir y luchar para que cada vez sean menos».

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