«Cuando vi que se tocaba el cinturón, pensé que volábamos todos»

Los vecinos y veraneantes de Cambrils tratan de digerir la noche en que cinco terroristas irrumpieron ante ellos «como en una películade terror»

Ciudadanos de la localidad de Cambrils guardan cinco minutos de silencio frente al Ayuntamiento EFE
Montserrat Lluis

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En la playa de Cambrils (Tarragona) , ondeaba ayer la bandera verde y el mar en calma serenaba a cientos de bañistas. En el paseo marítimo que recorre el arenal en paralelo, sin embargo, el color era el rojo de los regueros de sangre y las caras, de terror, de haber pasado la noche en vela y en vilo: unos, escondidos durante «un eternidad» en el sótano del Club Náutico; otros, refugiados cuatro horas en ese bar en el que suplicaron colarse a golpes contra la persiana; otros, huyendo por el puerto tras darse cuenta de que no eran fuegos artificiales sino balas sobre sus cabezas; otros, frente al cuerpo de un terrorista «joven que, antes de morir, llevó sus manos al cinturón ».

Cuando se llevó las manos al cinturón, pensé: ahora volamos todos

Jordi Pedrell, testigo del ataque

«Por qué a mí?»

Los agentes no tardaron en rematarlo, pero la película de terror no había terminado en la terraza de Jordi. A los pies de su casa, «el marido de la señora de Zaragoza que murió atropellada -la única víctima mortal - se volvía loco. ¿Por qué a mí, por qué a mí?», cuenta Jordi que gritaba desgarrado. Rosa y su marido, Mauricio, corrieron mejor suerte y cientos de metros paseo marítimo abajo. «Estábamos en la puerta del Náutico y escuchamos el acelerón de un coche. Vimos que venía hacia nosotros a toda castaña. Yo le grité a mi marido, ‘corre, corre, que esto es un atentado’. Fuimos los primeros en darnos cuenta y la gente de las terrazas miraba extrañada como huíamos. Pensaban que lo que sonaba eran petardos. Pero eran balas. Son más secas», aclara esta mujer de Manresa, que cada verano se alquila un apartamento en Cambrils, en busca de la tranquilidad de este pueblo, a 16 kilómetros de Tarragona, vecino de Salou pero ajeno a su bullicio. La madrugada del viernes no pegó ojo entre sirenas, llantos de niños, helicópteros, desactivadores de explosivos... pero a primera hora de ayer fue a la playa. «¿Y qué vas a hacer? Tengo mucho miedo pero hay que hacer vida normal. Lo que ellos quieren es romper nuestro modo de ser. Pero no lo van a conseguir».

Puigdemont visita la comisaría de Cambrils para agradecer a los mossos su reacción EFE

No todos los veraneantes mostraban la misma entereza tras sus gafas de sol. En las decenas de restaurantes que se insinúan con descaro a base de fotos de paellas y mariscadas, ayer preocupaba la avalancha de cancelaciones . «Me acaban de anular una mesa de diez», se lamentaba Paul, del Vora. «Claro que esto va a afectar al turismo, un montón. Anoche, todos decían que hoy se irían de aquí corriendo», lamenta Rai, un armenio al frente de la Taberna del Mar desde hace trece años. La noche del jueves, cuando se produjo el atropello, «algunos clientes se fueron sin pagar y otros instintivamente se metieron dentro del restaurante. Bajamos la persiana y nos quedamos 40 personas dentro encerrados. La Policía nos prohibió salir hasta que, a las 3.30 horas, vinieron y acompañaron uno a uno a la gente a su casa». Además de las facturas que dejó de cobrar con la estampida, ayer tuvo que cerrar el restaurante al mediodía para dar descanso al personal tras la madrugada de horror. Uno de los camareros debió de aprovechar para celebrar su suerte. «Una bala le pasó rozando la pierna», explica aliviado el hostelero.

A pocos metros, L’ancora vive la misma desolación y preocupación. Por más que su relaciones públicas, Juan Enrique Peri, se esfuerza en vender con salero -y hasta picante- su esmerada cocina mediterránea, este mediodía fracasa. No hay estómago. «La gente cancela aunque también es verdad que yo espero que este fin de semana vendrán curiosos a ver la zona, los restos, lo que ha pasado». Doce horas después del atentado, no cuesta encontrar junto a la terraza del restaurante las marcas de los impactos de bala contra los bancos del paseo marítimo, guantes de látex en el paso de cebra donde fue rematado uno de los cinco terroristas, largos y erráticos señuelos de sangre... reclamos de muy mal gusto y que nada tienen que ver con los verdaderos atractivos de una villa marinera de 33.000 habitantes , 6.200 de ellos extranjeros, cuyas 8.119 plazas hoteleras y 7.086 de camping ocupan parte de los cinco millones de turistas que cada año visitan la Costa Daurada tarraconense.

«La Policía no nos ayudó»

Milan debía volar ayer por la tarde a Alemania tras «unas maravillosas vacaciones» en Port Aventura, a menos de un cuarto de hora en tren de Cambrils. Se despedía del verano en la terraza del Náutico cuando, «casi sin darme cuenta», se vio encerrada «en una habitación de seguridad junto a veinte personas». Calcula que permaneció dos horas, hasta que «la Policía nos mandó ir a coger un taxi. «Esperamos más de tres horas en la calle hasta conseguir» uno que los devolviera a su hotel del parque temático, donde se dieron cuenta de que a algunos de sus compañeros les faltaba la documentación. A la mañana siguiente, deambulaban por el Club Náutico. Los pasaportes de unos no aparecían y, según pasaban las horas y se acercaba la salida del vuelo, perdían también los papeles y las formas. «La Policía no nos está ayudando demasiado. Ni anoche ni ahora»

«Si no hubiera sido por los policías, esto habría sido una carnicería»

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