Iñaki Urdangarín, fotografiado la pasada semana
Iñaki Urdangarín, fotografiado la pasada semana - EFE

Camus, Nóos, el fútbol y la vida

Con la sentencia del tribunal, la causa judicial más importante de estos últimos años ha llegado ya casi a su fin

Palma de Mallorca Actualizado: Guardar
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«Se quiere informar rápido en lugar de informar bien. La verdad no se beneficia con ello». Esta acertada reflexión, que parece escrita hoy mismo, fue expuesta por el gran pensador francés Albert Camus en su texto «El periodismo crítico», publicado en septiembre de 1944. Años después, en un texto dedicado al fútbol y titulado «La Belle Époque», Camus hizo referencia a su propia experiencia personal como portero cuando, para hablar sobre la condición humana, escribió: «Pronto aprendí que el balón nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me sirvió mucho en la vida».

No sé si entre el reducido grupo de periodistas que durante el pasado año cubrimos en su integridad el desarrollo del juicio del caso Nóos

había muchos aficionados al fútbol, pero creo que todos suscribiríamos literalmente ambas consideraciones sobre el periodismo y sobre el posible papel del azar en la vida de cada ser humano. Por lo demás, conformábamos un equipo de informadores muy heterogéneo. Había personas monárquicas y también republicanas, e incluso mediopensionistas, jóvenes y menos jóvenes, de espíritu sosegado o de temperamento impaciente, prestas a la broma o serias, de izquierdas, de derechas o de centro. En el buen sentido, había de todo, como en botica.

En ese grupo tan variopinto, había quien sentía admiración por las tres magistradas que integraban el tribunal —Samantha Romero, Eleonor Moyá y Rocío Martín— y quien sentía aprecio por el fiscal Pedro Horrach, por alguno de los letrados, por alguna de las acusaciones o por quien había sido en su momento el juez instructor de la causa, José Castro. Esa admiración o ese aprecio no diría que los sintiéramos también hacia los acusados, pero sí sentíamos hacia ellos el respeto que cualquier ser humano, ya sólo por su misma condición de persona, siempre merece.

Sentencia de 741 páginas

Las sucesivas declaraciones de los 17 encausados, de los testigos y de los peritos, así como también las pruebas presentadas, los documentos analizados y las intervenciones de las distintas acusaciones y defensas, cambiaron en algunos casos la percepción que pudiéramos haber tenido al inicio de la vista oral con respecto a los presuntos delitos cometidos por varias personas concretas. Durante el proceso, algunos periodistas optamos, además, por adentrarnos con una cierta frecuencia en los no especialmente apasionantes vericuetos del Código Penal o de la Ley de Contratos del Sector Público, para intentar entender mejor todo lo que se estaba tratando en esta causa.

Una vez acabado ya el juicio, en junio del pasado año, la percepción mayoritaria, si no unánime, de quienes habíamos seguido diariamente la vista oral era que la sentencia podía ir poco más o menos en el sentido en el que finalmente fue. Así, pensábamos que seguramente habría para Diego Torres y para Iñaki Urdangarin condenas algo menores de las solicitadas inicialmente para ambos, que Doña Cristina y que Ana María Tejeiro —esposa de Torres— serían absueltas y que quizás habría alguna exculpación más. No era que tuviéramos el don de la videncia o el de la quiromancia, era sólo que el desarrollo de las 63 sesiones del juicio nos había conducido a esas conclusiones provisionales.

Casi ocho meses después, el pasado 17 de febrero, se hizo finalmente pública la sentencia. Si nunca es fácil leer en su integridad una resolución judicial, no resulta difícil imaginar qué puede suponer enfrentarse a una resolución que tiene nada menos que 741 páginas en total. Por esa razón, una vez avanzadas ya en los medios las penas o las absoluciones para los diferentes encausados, los periodistas nos centramos aquel día en leer los distintos pormenores del fallo judicial. A lo largo de horas y horas y horas —y más horas— fuimos leyendo todas las argumentaciones, al igual que hicieron las acusaciones y las defensas. Los ansiolíticos fueron ese día nuestro mejor y mayor aliado.

Críticas en la plaza pública

Cuando los medios empezaron a pedir una primera valoración de la sentencia a todas las partes relacionadas con el caso, la prudencia fue el elemento común en casi todas las respuestas, a la espera de poder analizar con mayor detalle y a fondo el contenido del fallo. En las redes sociales, en cambio, no fue así. A los pocos segundos de haberse hecho pública la resolución, había ya críticas inmisericordes, acompañadas en no pocos casos de insultos y de descalificaciones personales, contra la sentencia, contra las magistradas, contra Horrach, contra los periodistas, contra la Monarquía, contra el Gobierno e incluso también contra la oposición, contra la Fiscalía y contra la Justicia —en mayúscula— supuestamente parcial que al parecer se estaría aplicando en determinadas ocasiones en nuestro país. Algunos dirigentes políticos se sumaron también de inmediato a esa lapidación en la plaza pública.

Las críticas inmisericordes se repitieron, con mayor intensidad si cabe, el pasado jueves, cuando las magistradas dictaron el auto de medidas cautelares contra Urdangarin y contra Torres. Salvo contadas y loables excepciones, los denuestos contra la sentencia o contra el citado auto no se apoyaban en ninguna argumentación concreta aparecida en dichos textos, sino sólo en la circunstancia de que la Infanta había sido absuelta y en el hecho de que las penas habían sido menores de lo que esperaba una parte de la opinión pública.

Más allá de este proceso judicial concreto, parece haber una manera de entender el mundo según la cual sólo habría justicia cuando se condena a quien yo quiero que se condene y se exculpa a quien yo quiero que se exculpe. Las pruebas, las garantías legales o las leyes pasarían a ser, en ese contexto, casi, casi, un engorro. En los nuevos tribunales populares, que hoy parecen concentrarse mayoritariamente en las redes, los juicios son siempre sumarísimos, las sentencias son inapelables y las posibilidades de poder presentar recursos son por supuesto inexistentes. Y cualquiera que no coincida con esa visión del mundo es considerado de inmediato un sospechoso o un lacayo del sistema. O incluso algo mucho peor.

Pedagogía

Por suerte, en las democracias suele prevalecer aún el criterio de los tribunales tradicionales, normalmente algo más garantistas, aun reconociendo las limitaciones e imperfecciones que puedan tener y que en ocasiones de hecho tienen. Por lo demás, equiparar, como se ha hecho, algunas sentencias previas más o menos polémicas con la del caso Nóos, creo que es ser un poco ventajista. El caso Nóos no debería ser una especie de «punching ball» sobre el que descargar nuestra indignación por el posible acierto o no de otras sentencias, la mayoría de ellas muy alejadas en el fondo y en la forma del desarrollo de esta causa judicial.

Además, en el caso Nóos se juzgaban, sobre todo, posibles delitos de carácter económico. La mayoría de dichos delitos —aunque no todos— implican normalmente penas de cárcel, y está bien que así sea, para ejercer un posible efecto disuasorio, porque pocas cosas socavan más una democracia y también la confianza de los ciudadanos en sus instituciones que la corrupción. Pero deberíamos distinguir siempre claramente entre lo que es un delito, una irregularidad administrativa y un comportamiento que pueda haber sido poco ético. Por desgracia, cuando se hablaba del caso Nóos demasiado a menudo parecía haber una especie de «totum revolutum» en ese sentido.

En ese contexto, en los medios seguramente se ha perdido una gran oportunidad —una más— de poder hacer un poco de pedagogía, de exponer argumentos en lugar de intentar imponer opiniones propias apoyándose casi siempre en la visceralidad, emoción que nunca suele ser una buena consejera. Escuchando además las opiniones de las grandes estrellas tertulianas del momento, uno tenía en ocasiones la impresión de que, supuestamente, no habían seguido el juicio, ni se habían leído la sentencia ni tampoco el auto posterior. Ya digo, presuntamente.

A veces era como oír hablar a alguien de un deporte del que no conoce las reglas, o de un partido de fútbol que no ha visto, o de un árbitro al que vitupera sólo porque no ha pitado un penalti a favor de su equipo o porque le ha sancionado con uno en contra, más allá del posible acierto o desacierto en la decisión de señalar la pena máxima. Pero, insisto, podría ser una impresión mía equivocada.

El amable lector habrá podido comprobar ya que el fútbol es un deporte que me gusta mucho. «Después de muchos años, lo que finalmente sé con más seguridad sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol». Estas palabras tan sabias, que también hago mías, las escribió igualmente, cómo no, el maestro Albert Camus, un referente ético para todos nosotros y también un ejemplo de lo que debería de ser siempre el verdadero periodismo crítico: honesto, veraz y compasivo.

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