El Arco de la Victoria se construyó para conmemorar la victoria en la guerra civil
El Arco de la Victoria se construyó para conmemorar la victoria en la guerra civil - Ángel de Antonio

El Arco del olvido

ABC desveló los planes del Ayuntamiento para convertirlo en museo del frente republicano

Madrid Actualizado: Guardar
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Tan solo una cadena de metal y un candado de ferretería protegen los secretos del Arco de la Victoria de Madrid. Las dobles puertas metálicas que dan acceso a sus dos pilares, ambas en la parte interior de la estructura, han sido una y mil veces quebrantadas. Las pruebas están en cada centímetro de su desconocido interior: paredes, puertas, escaleras, hasta los caballos de la cuadriga tiene restos de tinta en forma de pintadas que buscan algún tipo de efímera gloria. Afortunadamente la barbarie no se refleja en las impolutas paredes exteriores.

Al acceder a las entrañas del monumento, que por dentro no es macizo sino hueco, y una vez superada la primera impresión de abandono, uno se sorprende por el distribución del vestíbulo.

Tres puertas –dos para los ascensores y una para un sucio y decadente baño- y dos escaleras. Una sube hacia la azotea; la otra desciende hacia un cuartucho en el que la historia de España está, de nuevo, pisoteada: Cuadros con el retrato de Don Juan Carlos y Doña Sofía se apilan en el suelo y en cochambrosas estanterías. La Universidad Complutense, cuyas aulas presidieron años atrás retratos como estos, no tuvo mejor idea que convertir el monumento en almacén. Curiosa utilidad, aunque sin duda mejor que el actual abandono.

En el interior del Arco que un día conmemoró la victoria en la guerra civil (1936-1939) -y que con el tiempo devino en almacén de los retratos de los Reyes que trajeron la democracia a España- hoy vence la oscuridad y reina el olvido. Es la situación idónea para que los amantes de una reconstrucción colectiva de la memoria jueguen a remover el pasado. En esto, como cada vez más en la izquierda española, la pasión se antepone a la razón.

Estamos pues ante el Arco de la Victoria como síntoma de un país que no asume su historia, de un país al que le cuesta avanzar, de un país empeñado en reabrir heridas que se habían suturado con el mejor cicatrizante: el acuerdo. Sin embargo cuando se cumplen 40 años de las primeras elecciones democráticas, la izquierda española se ha conjurado para reventar la Transición. Podemos lo dice abiertamente, y actúa en consecuencia; el PSOE no lo dice, pero participa del juego sosteniendo unos gobiernos populistas obsesionados con el pasado y permitiendo los ataques a los símbolos.

Sin embargo, cuando Podemos juega a la memoria histórica y el PSOE le sigue la corriente no están negando a Franco, ni los cuarenta años de dictadura; ni siquiera están negando la victoria. Están negando a la izquierda que un día volvió del exilio y generosamente renunció a mucho a cambio de la concordia nacional. Así, cuando en 2017 la izquierda española revisa el callejero no niega la nomenclatura franquista, niega la profunda revisión que hizo en su momento Enrique Tierno Galván, uno de sus referentes intelectuales. A la izquierda española del siglo XXI se le ha olvidado que el franquismo se superó en la Transición, cuando los procuradores se hicieron el harakiri y la izquierda renunció a la ruptura, a la revolución. Aquello fue un pacto de caballeros, y saltárselo a la torera revela poco respeto por la historia y ganas de dividir a la sociedad. Exactamente lo contrario de lo que se logró en la Transición, el espejo en el que debemos mirarnos cuando echamos la vista atrás.

En política, ante la cuestión de la memoria histórica hay tres opciones. La primera consiste en asumir la historia como sucedió y no remover el pasado. La segunda sí echa la vista atrás, pero para estudiar los hechos y explicarlos a las nuevas generaciones. Es esta una posición bienpensante que solo es admisible con el respaldo de amplísimas mayorías y huyendo de sectarismos: con consenso. El último en este ámbito fue en la Transición y es ahí donde debemos fijar los límites. La tercera opción también echa la vista atrás, pero para imponer su visión de parte. Una irresistible tentación para quienes tratan de reescribir la historia, tan de moda en nuestra izquierda.

ABC desveló hace hoy siete días los planes del Comisionado de la Memoria Historia del Ayuntamiento de Madrid: convertir el arco en un museo del frente republicano que trató de contener la entrada del ejército franquista en la capital. Suena crudo decirlo, pero esto supondría convertir el Arco de la Victoria en el arco de la derrota. Además, hacerlo en una sala de 70 metros cuadrados y seis descansillos de 12 podría provocar el efecto contrario al perseguido.

Conocidas las pretensiones del Comisionado y desvelado por ABC el estado del Arco, ¿qué hacer, pues, con él? Parece que el Ayuntamiento de Carmena quiere rebautizarlo con un nombre más neutral, arco de la memoria. Pero resulta que el titular del uso del terreno en el que se levanta es el Consorcio Regional de Transportes de Madrid, que depende del Gobierno regional, en manos del PP. Por tanto, se haga lo que se haga, requerirá del demandado consenso.

Una opción es construir un mirador como el del Arco del Triunfo de París. Asumir nuestra historia con naturalidad nos vendría muy bien y las vistas, desde luego, merecen la pena: la Casa de Campo, el Pardo y al fondo la sierra de Guadarrama. Hacerlo implicaría remodelar las explanada en la que se levanta el arco, rodeada por carreteras, con un único y poco transitado acceso para peatones y destartalada por el desgaste de los jóvenes que practican con sus monopatines. Dudo que nuestra clase política, con una izquierda empeñada en remover el pasado y una derecha que prefiere pasarlo de puntillas, sea capaz de llegar a un acuerdo sobre qué hacer con el Arco de la Victoria, pero es una obviedad que su actual estado no es tolerable.

Dado que la obsesión revisionista nos impide mirar al futuro, al menos contemplemos el paisaje. Es, sin duda, una de las vistas más hermosas de Madrid.

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