Melania, modelo para Trump

El controvertido millonario, acusado de misógino, encuentra en su bella esposa el mejor recurso para suavizar su imagen

Corresponsal en Washington Actualizado: Guardar
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Por mucho que se empeñe, va a tener difícil convencer a los norteamericanos de que su marido oculta un lado cariñoso que emerge en la intimidad familiar. Aunque nada es descartable, si asumimos que los mítines de Donald Trump se convierten en una versión moderna de La Bella y la Bestia cada vez que aparece en el escenario su esposa, Melania. Si nos dejamos llevar por el discurrir del célebre cuento de hadas francés, hasta el monstruo más fiero puede terminar conquistando a la mujer más bella y convertirse en un príncipe azul… Pero eso es ficción. La realidad nos muestra a un agresivo millonario, de discurso populista, que con sus continuas ofensas ha logrado poner de acuerdo a la mayoría de las mujeres estadounidenses sobre su tendencia a la misoginia.

Por eso, en este momento decisivo de la carrera republicana, es la hora de Melania, quien, ayudada por la finura y el porte que sólo saben lucir las modelos, acude al rescate de su marido para pulir tantas y tan visibles aristas. «Estoy muy orgullosa de él como mujer», proclama en cada mitin. Va a necesitar toda su capacidad de convicción.

Melania Trump, nacida como Melanija Knav en Svenica, entonces Yugoslavia (hoy Eslovenia), en 1970, es la imagen de la belleza del Este europeo, con una dulzura de aparente frialdad. La mujer que vino del frío tuvo y retuvo. Tuvo desde muy pequeña, rodeada de los vestidos que diseñaba su madre, Amalija, quien influyó decisivamente en su carrera de modelo y profesional de la moda. Tanto, que a los 18 años, sólo dos años después de iniciarse en ese mundo, ya desfilaba en Milán. Después vendría París. Contratada por una agencia de la gran ciudad del norte de Italia gracias a su delgada figura, Melania pudo compatibilizar sus primeros trabajos como modelo con los estudios de diseño y arquitectura en Lubliana, la capital de Eslovenia. Hasta que desembarcó en Nueva York con 26 años, en lo que sería la consolidación de su carrera.

Su aparición en las portadas de Vogue, Harper's Bazaar, In Style, Vanity Fair y Glamour no sólo le convirtió en una de las caras más bonitas de la moda, sino que atrajo la atención de quien entonces ya se había convertido en uno los más pujantes hombres de negocios de la Gran Manzana, el controvertido Donald Trump. Una de las múltiples fiestas en torno a la New York Fashion Week les situó frente a frente en septiembre de 1998. En enero de 2005, Melania certificaría su ingreso formal en la más alta sociedad neoyorquina, cuando se convirtió en la tercera esposa de Donald Trump, ante la mirada de invitados como Bill y Hillary Clinton y Rudy Giulianni. Un año después vendría el primer y único hijo de ambos, Barron Williams. Y hasta hoy.

A Melania se le da bien el papel de esposa elegante, pero humilde, de un magnate acostumbrado al ordeno y mando. En sus comparecencias conjuntas en televisión, cada vez más numerosas, sabe combinar una discreción natural con las palabras justas, adaptación de un guión que cumple con profesionalidad. Por eso su marido, un vendedor nato, presume de que “sería una magnífica Primera Dama”. Una posibilidad con la que dos tercios del país tiemblan.

Pero Melania también ha sabido desarrollar un papel propio en el universo Trump. Además de su aparente buena relación con los hijos del millonario, ha sabido abrirse camino como empresaria de una colección de joyas, a la que más recientemente añadió productos para el cuidado de la piel. Todo es negocio alrededor de la marca Trump.

Choca que un candidato que ha hecho del combate a los inmigrantes su principal bandera, ofrezca a sus seguidores en cada mitin las palabras de Melania, que arrastra un inconfundible deje del Este europeo cuando se dirige al público en inglés. Alguno de ellos podría preguntar cuándo se coló esta mujer entre los más de 300 millones de estadounidenses, incluso aunque mostrara su certificado de nacionalización, del año 2006… Pero su dulzura lo compensa todo. Como este corresponsal ha comprobado, incluso los más agresivos fans del magnate, aquellos que acuden a su llamada en los más recónditos rincones de la América profunda, se entregan a Melania cuando la escuchan. Su capacidad de conquista es innegable.

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