Cáncer de mama, bullying y violencia de género: en riesgo decenas de proyectos sociales

La falta de «inversores pacientes» condiciona el despegue del emprendimiento social en España

Gema Navarro

«Un emprendedor social no da un pez, ni tampoco enseña a pescar, sino que revoluciona toda la industria pesquera para hacerla más justa». Esa frase de Bill Drayton , fundador de Ashoka y padre del emprendimiento social, resume la esencia de la labor de estas personas comprometidas con el planeta, cuyo principal objetivo es generar un cambio importante y sistémico para la sociedad, sin que el beneficio económico sea prioritario. El fenómeno comienza a echar raíces en nuestro país, aunque según el último informe del Especial Global Entrepreneurship Monitor (GEM), los índices de creación de iniciatiava sociales « continúan muy por debajo de la media Europea».

Para Federico Gutiérrez-Solana , director de CISE (Centro Internacional Santander Emprendimiento) y ex presidente de la CRUE, estos datos reflejan que «el emprendimiento no se ha cuidado en nuestro país, no hay una cultura emprendedora ni un aprecio social suficiente hacia los emprendedores que promueva las iniciativas sociales». A pesar de ello, el director de CISE se siente optimista porque considera que cada vez hay más empresas españolas e importantes fundaciones implicadas en la innovación y el emprendimiento. «Que muchas de las iniciativas puestas en marcha se pierdan en el camino y no consigan crear una empresa exitosa no es un fracaso», opina.

Es más importante que las multinacionales estén preparadas para crear entornos de apoyo bien estructurados donde impulsar a estos aventureros de los negocios. «Saber emprender ya es un logro de por sí. El entrenamiento que consiguen poniendo en marcha sus iniciativas les aporta mucho a los jóvenes de cara a la empleabilidad y de ser útiles allá donde estén y por tanto enriquecer a la sociedad. Si están formados para emprender, contemplan ya una forma de activar su conocimiento de otra manera. Uno puede tener muchísimo conocimiento interno, pero si no es capaz de transmitirlo es absolutamente inútil y esto solo se consigue con entrenamiento, emprendiendo», asegura Gutiérrez-Solana.

Una de esas organizaciones de referencia en innovación social es Ashoka. David Martín , codirector de la Fundación explica que considera importantísimo que cada vez haya más lanzaderas, premios, concursos y fundaciones que ofrezcan una labor de apoyo a este sector en auge, pero «no hay que olvidar que hace falta algo más. Eso es solo una primera ayuda». Para que los proyectos se conviertan en realidad «es necesario un inversor paciente que entienda que las transformaciones sociales llevan tiempo. El emprendimiento social no es algo que se alimente a través de la foto. Medir el impacto social es muy complicado y eso es difícil de entender para un inversor, que generalmente busca un retorno económico fuerte y a corto plazo».

Soluciones para grandes problemas

Rebeca Delgado busca a ese inversor paciente: «Me apasiona ayudar a los demás, sentir que cada día estoy contribuyendo a mejorar la sociedad», dice esta estudiante de un ciclo superior de desarrollo de aplicaciones multiplataformas, que ha desarrollado una aplicación. «Braille Writer» para que las personas invidentes puedan reconocer imágenes, identificar alrededores y leer textos a través de la cámara. Elena Hidalgo, ingeniera industrial, se encuentra en la misma situación; cuando hizo el proyecto final de carrera se preguntó «por qué no utilizar la ingeniería para cambiar el mundo». «A mi abuela, cuando yo tenía nueve años, la detectaron demencia senil. Terminó postrada en una cama -recuerda- y mis padres decidieron cuidarla en casa. Ella nos había cuidado antes, y ahora era el momento de hacerlo con ella». Tras esa experiencia ha desarrollado un módulo, «Hibed» , (dispositivo electrónico adaptable tanto a camas hospitalarias como a las convencionales para monitorizar el estado de los pacientes en tiempo real). Junto a ellos, otros muchos proyectos, como «Mamapp» (herramienta de prevención, seguimiento y autoexploración del cáncer de mama); «Un botón, una vida» (dispositivo que ayuda a posibles víctimas de violencia de género, de acoso escolar y al cuidado de personas dependientes); «Eye of Horus» (sistema ideado para personas con parálisis o problemas de movilidad, cuyos usuarios podrán controlar objetos simplemente con mirarlos); «Comprimir para vivir» , un nuevo sistema de almacenamiento de energía en forma de aire comprimido para utilizarlo en aquellos lugares donde tienen un acceso precario a la electricidad, «Bauspace» (cuadro de mandos para la gestión de situaciones de crisis, que recoge toda la información y la muestra en una interfaz donde el usuario podrá observar de forma inmediata qué está ocurriendo, y poder así coordinar de manera más eficiente los servicios de emergencia), «@SAMEBullying» (sistema de Inteligencia Artificial que detecta, previene y trata el ciberbullying a través de una #VacunaDigital inoculada en redes sociales) o «LegioAgro» , (app nacida para impulsar una agricultura inteligente a través de un sistema que automatiza los riesgos conforme a la necesidad del cultivo). Todos ellos proyectos nacidos de una idea impulsada y becada por Fundación Telefónica, dentro de su programa Think Big , y que ahora buscan la financiación necesaria para poder llevar sus proyectos a un segundo nivel y hacer realidad su sueño de mejorar la vida de los demás.

Nuevas herramientas

La solución para impulsar este tipo de proyectos pasa según algunos expertos por crear nuevas herramientas de financiación que ayuden a los emprendedores a generar rendimiento económico. Paris de l’Etraz , experto en economía financiera y empresarial y director de Venture Lab de IE Business Scholl, apuesta porque las administraciones se impliquen creando nuevas alianzas con los emprendedores sociales «En España, insiste, hay una necesidad enorme de apoyar las iniciativas de emprendimiento social, esto ahorraría dinero a las arcas del Estado». Así lo avala también el informe Cotec 2017 , que constata el bajo rendimiento de nuestro país en innovación social y deja patente la necesidad de «promover un rol más activo de las administraciones públicas en España en el impulso de la innovación social».

Estamos por el buen camino, pero queda mucho por hacer. El emprendimiento social se encuentra en tierra de nadie y sin un marco legal que les defina. De momento, se trata solo de personas buenas , sensibilizadas con los problemas de la población más vulnerable y con muchas ganas de aportar un pequeño grano de arena para hacer del mundo un lugar mejor. Pero, desgraciadamente, los granitos de arena indivuales aún no mueven montañas.

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