En Marsella, con todos los futbolistas atendiendo a los medios en la zona mixta en un hecho paranormal, Cristiano Ronaldo desfilaba con paso firme, educado en el saludo cuando se le reclamó la atención. El Cristiano portugués es ante todo un capitán, creíble su discurso de «23 para uno» y encantador con los compañeros, los técnicos y los médicos. No pierde la oportunidad de destacar sus cifras, espectaculares en cualquier caso, pero defiende la idea común de todo un país, pendiente Portugal de saldar su deuda con la historia. Hace 12 años, en aquella final de 2004, se creyó campeón antes de tiempo y todavía escuece esa herida en el alma de Ronaldo. Ahora es el momento.

En la carrera de Ronaldo, ya con 31 años, tres Balones de Oro y activada la maquinaria en julio para que caiga el cuarto en enero, siempre quedará la imagen de ese crío llorando en el estadio Da Luz, imposible consolar el llanto después de una especie de «maracanazo» de difícil explicación. Portugal llegaba a su final con el champán en la nevera y Grecia, un equipo tacaño en su juego y fiel a la pizarra del veterano Otto Rehhagel, dejó a Lisboa y al país entero con un palmo de narices. Portugal llevaba 17 años sin perder en la capital y lo hizo el día más inoportuno.

A Ronaldo siempre le persigue esa imagen, entonces con el «17» porque el «7» le correspondía a Luis Figo, estrella y capitán. Las cámaras encontraron un filón en ese llanto, imposible poder animar al chico. «Entonces sólo tenía 19 años». Desde entonces, se prometió lograr un trofeo con Portugal y ahora está más cerca que nunca.

De aquel equipo apenas hay rastro, únicamente con el propio Ronaldo y con Carvalho en ambas plantillas. «Estamos más cerca y creo que vamos a ganar», vaticina imaginándose la foto. «Espero que esta vez sea una sonrisa o, en todo caso, lágrimas de alegría».