Durante estos días de abundancia, en Francia se exprimen las historias antes de la final, todo el mundo animado porque ha explotado «El Principito». Antoine Griezmann es el gol de la selección, un futbolista tremebundo que anima al país, prácticamente asegurada la Bota de Oro porque lleva ya seis tantos. Después de Platini y Zidane, es lo más parecido a un héroe en una tierra que reclama otra vez, como en su pasional himno, un día de gloria.

Hay un repertorio de fotos de ese niño rubio de Macon que abandonó su país rumbo a San Sebastián, todo por hacer con tan solo 13 años. En la Real Sociedad perfeccionó el oficio del gol, un futbolista con denominación de origen ya que su abuelo también le daba patadas a la pelota. Además, era portugués, Amaro Lopes de nombre, defensa del Paços de Ferreira que se fue a Francia en 1957 cuando terminó su carrera. Griezmann pudo jugar con Portugal, pero hoy es el ídolo del enemigo.

Su camino, como el de casi todos los buenos, también tiene episodios complicados, pues se le cerraron las puertas de Olympique de Lyon, Auxerre y Saint-Étienne porque no daba la talla, en el sentido literal de la expresión. Eric Olhats, ojeador de la Real Sociedad, tuvo suficiente con un par de acciones para intuir su proyección durante una prueba que estaba realizando con el Montpellier. Olhats se la jugó, pensando que algún día pegaría el estirón, y se encargó de su formación, haciendo incluso de padre. Griezmann solo le tenía a él, más de una noche llorando por la nostalgia del cariño de sus padres.

«Es muy importante para nosotros, está claro», sostiene Lloris, igual de decisivo en el área contraria. «Es muy joven y su temporada está siendo buenísima. Si aspira al Balón de Oro será que es bueno para nosotros», añade Deschamps.