Fútbol aficionado

Suplicio homófobo del juez

Ofensas, ultrajes y agresiones han apartado del fútbol a Jesús Tomillero, el árbitro gay cuya infancia fue peliaguda

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A Jesús Tomillero nunca le gustó el fútbol, no conoce la historia ni a las leyendas de este deporte y tendría severas dificultades para distinguir a un defensa de un centrocampista o un utillero en pantalón corto. Ya no hablamos de descifrar sistemas 4-3-3 ó 5-3-2 que a él le suenan a pedidos en el bar donde sirve cafés y tira cañas en horario de 7.00 a 15.00. Pero Tomillero Benavente (su nombre oficial como trencilla) se hizo árbitro por su elevado concepto del rigor y las normas, para conocer mundo, salir de su agujero en La Línea de la Concepción y descubrir gentes y almas más allá de un círculo que se cerró para él desde la cuna.

Jesús Tomillero es gay y en un entorno masculino y procaz como el fútbol, el juez ha sucumbido. Se rinde ante la incomprensión, las vejaciones y los insultos. La derrota en los campos es su triunfo social. Ha recibido una invitación del Parlamento Europeo y él, que luce a gala un viaje a Jaén como entorchado vital, volará a Montevideo y Miami invitado por diversas asociaciones ciudadanas.

«Si veo un partido de fútbol, que no lo veo nunca, solo me fijo en el árbitro», cuenta a ABC este «rara avis» de 21 años. No es colegiado por afición, casualidad o genes, sino porque el fútbol interfirió en su vida como un medio para impartir justicia. «Si es penalti, yo pito penalti. Y si es roja, es roja», comenta siempre atípico. Tomillero estudió el reglamento arbitral con todo el ahínco que le había faltado en el colegio, donde también dimitió en segundo de Secundaria. «Lo conozco del primer artículo al último», presume orgulloso. Un día de 2005, no había árbitro para el partido que disputaba su hermano, Jonny. Y ahí empezó todo. Lo bueno y lo malo.

Primeros insultos

Se inscribió como árbitro en la Federación Andaluza, primero como auxiliar, luego oficial y más tarde titular en la Cuarta división, la Preferente y la Segunda regional, en la que dirigía encuentros con su desparpajo natural hasta que se cansó de insultos homófobos. «Entiendo que va en el sueldo lo de hijo de puta y cabrón, pero ya me di cuenta que la cosa se torcía cuando un delegado de campo me dijo al terminar un partido: ¿Te crees policía o qué? ¿O solo eres un maricón al que le gusta que le partan el culo?».

Tomillero, tipo resuelto y de verbo ligero, se presentó en el comité de árbitros local para notificar la ofensa y mostrar su intención de denunciarlo. Entró la política en juego y ese afán por templar gaitas de los poderes oficiales. «Me dijeron que era mejor no montar líos. Pero yo busqué en el estatuto andaluz de árbitros y ahí también se sugiere que es mejor no hacer declaraciones. ¿Y por qué? ¿No somos personas libres?».

Tomillero no sabía que el fútbol transforma a las personas. Tipos apacibles se convierten en ultras desbocados cuando vociferan en un campo. Esa atmósfera de agresividad también lo distorsionó a él. En vez de árbitro empezó a ser el «maricón de mierda» para los espectadores, padres de cadetes y entrenadores de equipos. Así comenzó su desazón respecto al deporte rey.

La mañana del pasado 26 de marzo, en el campo Francisco Pozo, un adolescente de 14 años del equipo Peña Madridista Linense se le acercó iracundo después de que lo expulsara por una falta alevosa. «Me soltó a la cara que era un comepollas». El asunto acabó en trifulca de barrio, sin que ningún padre o tutor fuera capaz de aplacar los nervios y la sinrazón. Tomillero acabó acorralado como un conejo en el vestuario adscrito al trencilla, mientras le llovían piedras para que saliera del escondite que ponía a salvo su integridad. El delegado no atendió a su petición de avisar a la Policía y el árbitro gay escapó como pudo de aquel suplicio. Llorando y maldiciendo el fútbol llegó a su casa, donde le esperaba su pareja, con quien pretende casarse este invierno.

Se fue directo a la comisaría, sin atender a las recomendaciones de su órgano arbitral. Denunció. Abandonó la idea de seguir cobrando 50 euros por partido y el sueño de alcanzar un día la primera división. Olvidó a los salvajes que lo agredían con la palabra y se centró en su trabajo en la cafetería y en el pub de La Línea en el que ejerce como relaciones públicas.

Pero su caso saltó a la luz pública e ingresó en otra dimensión. El de símbolo. Lo interpeló el capitán de la selección española, Íker Casillas, en su cuenta de Twitter. También el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el líder de Podemos, Pablo Iglesias. Lo han convocado a una reunión en el Parlamento Europeo para que explique sus vivencias. Se ha convertido en un personaje. Dos tarjetas, una roja y otra amarilla, y un silbato tatuados en su gemelo derecho decretan que lo atrapó una pasión: la ley.

Una vida dura

Perdió a su padre con 3 años. Su madre lo abandonó en un centro de menores. Se ha criado con sus tíos y abuelos.

Sueldo de árbitro

Dirigía partidos de benjamines, alevines, cadetes y juveniles. Cobraba entre 15 y 100 por partido.

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