Un Selfie tomado por Worsley durante su travesía antártica
Un Selfie tomado por Worsley durante su travesía antártica
Exploración

Gloria y tragedia en el hielo

Worsley, héroe de otro tiempo, muere en su intento de cruzar la Antártida un siglo después de la epopeya de Shackleton

Madrid Actualizado: Guardar
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«Mi viaje llega a su fin. Me he quedado sin resistencia física y con una incapacidad absoluta para deslizar un esquí delante del otro y recorrer la distancia necesaria para alcanzar mi meta». Enero de 2016. Henry Worsley, aventurero británico de 55 años, vencido por el cansancio y la deshidratación, realiza una llamada de socorro desde el interior de su tienda, batida por el viento en la desolación de la Antártida. El continente que ha estado a punto de cruzar en solitario y sin asistencia, hito nunca conseguido.

Después de 70 jornadas arrastrando un trineo de 135 kilos a lo largo de más de 1.700 kilómetros, a tan solo 48 de grabar su nombre en la historia de la exploración, la voz de Worsley suena débil (el mensaje completo puede escucharse aquí). «Cuando mi héroe, Ernest Shackleton, se situó a 97 millas del Polo Sur en la mañana del 9 de enero 1909, dijo que había hecho todo lo que estuvo en su mano.

Hoy tengo que informar con un poco de tristeza que yo también he hecho todo lo que estuvo a mi alcance».

La carrera del Polo Sur

Hace cien años, en enero de 1916, el irlandés Shackleton, probablemente el más grande de los exploradores de la edad heroica, flotaba en una gran banquisa de hielo en el Mar de Weddell junto a los miembros de la Expedición Imperial Transantártica. Aquel proyecto iba a resarcirle de su derrota en la carrera hacia el Polo Sur, en la que tres nombres brillaron con luz propia: Robert Falcon Scott, Roald Amundsen y el propio Shackleton. Un legendario pique entre británicos y noruegos.

En 1902, Scott, Shackleton y el doctor Wilson recorrieron 1.536 kilómetros en 94 días y llegaron a casi 1.200 kilómetros del Polo Sur, teniendo que regresar tras pasar un infierno. Sin Scott pero con hombres de confianza, Sir Ernest partió en octubre de 1908 de Cabo Royds, en la Gran Barrera de Hielo. A unos 160 kilómetros del Polo, hambrientos y congelados, decidieron dar la vuelta. La honorable rendición a la que se refería Worsley.

Nuevas expediciones de Scott y Amundsen emprendieron la marcha en 1911; el británico siguió la huella abierta por Shackleton y, como aquel, utilizó caballos (a pesar de su demostrada inutilidad en este terreno), además de trineos a motor que no funcionaban y perros que nadie sabía guiar. Cuando llegaron a su destino comprobaron que el rival noruego les había ganado por la mano. «Ha sucedido lo peor. Se han desvanecido todos los sueños», escribió Scott en su diario. «¡Santo Dios, esto es un lugar espantoso!». Unas últimas palabras que recuerdan mucho a las de Worsley.

Shackleton, endeudado y en el dique seco, tuvo que leer en la prensa la noticia de la muerte de Scott y el triunfo de Amundsen. «Nunca la bandera arriada, nunca la última empresa», se dijo. En agosto de 1914, días antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, partió hacia el sur. «Queda el viaje más impresionante de todos, la travesía del continente».

Atrapado en el hielo

Henry Worsley, teniente coronel del ejército, era un tipo que se habría encontrado en su salsa con Shackleton, Scott y compañía. Partió de Londres en octubre pasado con la idea de que su «locura» sirviera para conmemorar la que intentó su ídolo y, de paso, recaudar fondos para la Endeavour Fund, organización benéfica de ayuda a militares veteranos. El 14 de noviembre comenzó la ruta. En su trineo, provisiones para 80 días, pertrechos y música de David Bowie, Meat Loaf y Johnny Cash. A su alrededor, temperaturas inferiores a los 40 grados bajo cero, vestiscas y largos días de helado silencio. El día de Navidad, Worsley recibió la llamada del príncipe Guillermo. El 3 de enero alcanzó el Polo Sur.

Un siglo atrás, el barco de Shackleton, el «Endurance», quedó atrapado en el hielo. La batalla por la supervivencia duró veinte meses y ni uno solo de los 27 tripulantes perdió la vida. Los expedicionarios tuvieron que soportar penurias inimaginables, el naufragio del «Endurance» y una durísima travesía en los botes salvavidas a la isla Elefante antes de que Shackleton, con un puñado de hombres, realizara a bordo del bote «James Caird» uno de los viajes más memorables de la historia de la navegación hasta las Georgias del Sur.

Durante su última y extenuante marcha, cruzando a pie glaciares y montañas en la isla de San Pedro en busca de la estación ballenera de Stromness, de la salvación, Shackleton y sus acompañantes sintieron que alguien más caminaba con ellos. Una especie de ángel de la guarda. Allí está la tumba del indomable explorador, que pudo rescatar al resto de sus hombres en isla Elefante. Murió en 1922, de un ataque al corazón, cuando iniciaba una nueva empresa antártica.

Tras ser evacuado, su admirador Worsley falleció el domingo pasado a consecuencia de un fallo multiorgánico en una clínica de Punta Arenas (Chile), poniendo punto final a una historia de gloria y tragedia de otro tiempo.

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