Will Gadd escalando los hielos del Kilimanjaro
Will Gadd escalando los hielos del Kilimanjaro - CHRISTIAN PONDELLA
ALPINISMO

Espectacular escalada en los últimos hielos del Kilimanjaro

Will Gadd, «aventurero del año» de National Geographic, conquista las fantasmales aristas heladas del techo de África

MADRID Actualizado: Guardar
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«Pole pole». Dos palabras en suajili que significan una en español y señalan el primer mandamiento en el Kilimanjaro. Despacio. Un paso, y después otro. Segundo mandamiento: mucha agua. Tres litros al día —hervidos y potabilizados con pastillas— por prescripción de los guías, que parecen urólogos tal es su obsesión por el trasiego de líquido. Unos 20.000 excursionistas intentan todos los años hollar Uhuru Peak (5.895 metros), el pico cimero de este volcán situado al norte de Tanzania. Muchos son tipos con kilos y años de más, sudorosos e hiperventilando. No hay acuerdo sobre cuántos lo consiguen; hay fuentes que hablan de un 40-50 por 100 en la ruta Marangu, conocida como «ruta Coca-Cola», la más directa, popular y transitada, y que las estadísticas de Rongai y Machame son mayores, pero quién sabe.

Machame es más larga, más rompepiernas, pero también la que permite una mejor aclimatación a la altitud y la que regala las vistas más impresionantes sobre el Kibo, el cráter principal del Kilimanjaro.

Sube la marea al alba. Una marea negra, jadeante, que no conoce el desaliento. Son los porteadores, equilibristas en los muros de roca. Algunos cargan bultos inverosímiles sobre sus cabezas. Casi todos suben con más rapidez y agilidad que el mzungu (hombre blanco) que los ha contratado y al que hidratan, alimentan y hacen la cama. Si hay un paso difícil no serán ellos los que caigan, como en las películas de Tarzán, sino el patán llegado de Occidente. Van discretamente equipados en contraste con el uniforme de marca del primer mundo. Sin ellos las posibilidades del 99 por 100 de los turistas serían remotas. A ellos más que a nadie pertenece la «gran montaña nevada» que el astrónomo griego Ptolomeo citó en el siglo II en un escrito sobre una tierra misteriosa, habitada por caníbales, situada al sur de lo que hoy es Somalia. El mito adquirió viso de realidad tras las observaciones del misionero alemán Johann Rebmann en 1849, que son recogidas por la Royal Geographical Society.

El geógrafo alemán Hans Meyer, el alpinista austríaco Ludwig Purtscheller y el guía local Yohana Lauwo ascendieron hacia la ladera sureste, buscando un paso entre paredes imposibles y flujos de hielo, y después de atravesar el glaciar Ratzel pusieron el pie en el techo de África. Era el 6 de octubre de 1889. En 1926, otro misionero alemán, Richard Reusch, encontró en el cráter principal el cuerpo congelado de un leopardo. El felino se convirtió en un símbolo literario cuando Ernest Hemingway publicó «Las nieves del Kilimanjaro», un cuento que reflexiona sobre el ocaso de los días y la mortalidad y cuyo epígrafe dice: «El Kilimanjaro es una montaña cubierta de nieve, de 5.895 metros de altura, y dicen que es la más alta de África. Su nombre en masai es Ngáje Ngái, la Casa de Dios. Cerca de la cumbre se encuentra el cadáver seco y helado de un leopardo, y nadie ha podido explicarse nunca qué estaba buscando el leopardo por aquellas alturas».

Quizás buscaba la misma belleza que persiguió el escalador canadiense Will Gadd, famoso por ser la primera persona en trepar por la pared helada de la sección Horseshoe en las cataratas del Niágara. Recientemente nombrado «aventurero del año» por National Geographic, Gladd ha conquistado los últimos hielos del Kilimanjaro, que sobreviven al calentamiento global en el fondo de su cráter. Dicen los que saben que estas paredes y agujas relícticas no sobrevivirán a 2020. Se derretirán y serán un recuerdo. Un paisaje bello y fantasmágorico que puede apreciarse en este vídeo.

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