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Egon Soda: «Utilizar tu cabeza para algo más que el móvil no te convierte en un esnob presuntuoso»

La superbanda liderada por Ferrán Pontón y Ricky Falkner arranca este jueves, en el teatro Lara de Madrid, la gira de su nuevo disco, «Dadnos precipicios»

Madrid Actualizado: Guardar
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—No es un grupo al uso, ni falta que hace. Sus componentes tienen muchos otros proyectos, y ni siquiera ensayan los temas antes de grabarlos. Y con esas, los que conocen bien las canciones de Egon Soda saben que en el panorama actual de pop-rock nacional es difícil encontrar grupos que ofrezcan un nivel parecido de calidad y buen gusto instrumental, de pericia compositiva y de sentido de la música como experiencia colectiva. Por qué no son ya famosos ostentando semejantes atributos artísticos, es algo que no debería extrañar a estas alturas del partido. Quién sabe, quizá con su tercer disco, «Dadnos precipicios», la historia sea distinta. Mientras, disfrutemos de una gira que da hoy en el teatro Lara el pistoletazo de salida.

—¿Cómo ha sido grabar este disco sin ensayos previos? ¿Fue así con el anterior?

—Egon Soda es un grupo que no ensaya. Como medio grupo malvive en Madrid y el otro medio malvive en Barcelona la dinámica de grabación  y conciertos es bastante peculiar. El disco anterior tenía la ventaja de ser hijo no esperado y se pudo cocer con algo más de tiempo. En este caso Ricky Falkner, Charlie Bautista y yo (Ferran Pontón, compositor principal) nos reunimos para dar forma a los temas antes de pasarlos por el tamiz de la banda. Pero la grabación, aunque fue por pistas, resultó tan rápida y directa como nuestra historia juntos podía hacer pensar.

—Al ser tantos y cada uno con otros proyectos, ¿la banda depende de vuestras agendas más que vuestras agendas de la banda?

—No. Para todos los miembros de Egon Soda ahora mismo es el proyecto principal. Lo que sucede es que vivimos en el mundo real y necesitamos otros proyectos para mantenernos y eso complica un poco el organigrama. Pero está muy clara cual es la principal cuestión. 

—Has comentado que vuestro segundo disco («El hambre, el enfado y la respuesta») ofrecía mucha información por ser doble, y que con el nuevo esperas ganar más público. ¿Te has parado los pies durante la composición, en algún momento que notaras que esa idea también se estaba «colando» en tu forma de escribir? Quiero decir, ¿en algún momento te has visto buscando un single? 

—No puedo hacer tal cosa (buscar un single) porque soy un compositor/letrista desastroso. No tengo disciplina alguna. En mi cabeza se cuecen conceptos, palabras, melodías y un día les da por secuestrarme y obligarme a echarlo todo. Para componer un single uno tiene que ser más minucioso y autoconsciente. Yo en eso soy un cero. 

Sin plan previsto

—¿En algún momento has pensado que quizá un álbum doble hubiera sido mejor como tercera entrega, con el «regreso» del grupo ya consolidado?

—No. Porque en Egon Soda todo fluye según sucede. No hay plan previsto. Nadie prevé qué pasará. Somos un grupo de miopes. De todas formas lo de la consolidación tiene que ver más con las dinámicas de grupo (grabación-directo-grabación) y ahora se dan de manera natural y fácil así que creo que ahora vivimos la consolidación de la banda, no como hace tres años cuando nos vimos e hicimos un disco antes de que las canciones me enterraran en vida. 

—Musicalmente, las fuentes de inspiración son las mismas ¿no? Rock americano, de raíz. ¿Algún nuevo artista prometedor que hayáis descubierto últimamente?

—Pues sin duda hay una banda que nos gusta mucho a todos y que ha estado muy presente en la grabación que es Dawes. Pero nuestras influencias son muy amplias y con tanta cana por centímetro de piel todo funciona por estratos superpuestos más que por arrebatos. 

—Siempre os he asociado con distancias cortas intensas, pero canciones como “Bueno, averno” me hacen pensar en imágenes bonitas con mucha gente, al aire libre. ¿Hay algo de ese espíritu en este disco, más que en el anterior? 

—Es un disco que invita a lo comunal. A vivir experiencias conjuntas. La culpa sobre todo la tiene Walt Whitman y el redescubrimiento de su obra vital «Hojas de hierba» gracias a la traducción de Pons Alorda al catalán. 

—No me digas que no salió la palabra Leño cuando grabasteis “Reunión de pastores, ovejas muertas”…

—Pues no al grabarla, pero hace mucho tiempo que tengo largas disputas defendiendo la gran herencia de Rosendo, Robe Iniesta y Josele Santiago en lo que a letristas se refiere.  

Un espacio propio

—«Roble inverso» resulta fascinante. ¿Es fruto de una de esas veces en las que un grupo vive un trance colectivo irrepetible?

—Seguro. Al escuchar a Gorka Benítez tocarla pensé: yo no puedo haber escrito algo así.  Esto suena como algo que ya he vivido en mi cabeza. 

—Vuestro cantante Ricky se anima a atreverse más cosas como vocalista en este disco, ¿no?

—Creo que Ricky es un cantante extraordinario. Se ha descubierto más cómodo que nunca y eso que es una de esos músicos que no falla nunca. Pero ha encontrado un espacio propio que emociona y a la vez te hace quitarte el sombrero. Confieso que he llorado mucho escuchando las tomas de voz de este disco.  

—Detalles como el de Amaia Montero son un contrapunto cómico («Amaia Montero me llama desde algún lugar. La vida no puede ser esto…» canta en «El cielo es una costra») que le va muy bien a vuestro equilibrio en cuanto a letras. ¿Te dejas llevar para conseguir dar con esos detalles, o son una búsqueda consciente?

—Que me conste, Amaia Montero nunca ha dicho nada malo de mí, que decía Eugenio. Vaya por delante. Ese verso es pura realidad; estaba yo desayunando en un café, empapado de resaca cuando sonó una canción suya y me sentí interpelado. Fue como una parusía, pero con mucho ibuprofeno. Por lo que he visto y leído a mucha gente le ha pasado algo parecido. Y duele.  

—¿Alguna vez te ha preocupado que la imagen de intelectualidad que os rodea se tome demasiado en serio, se convierta en una especie de sombra?

—Yo he nacido entre libros. Mi padre es editor.  Mi madre librera. Mi hermano profesor de teoría de la literatura. A mi no me sale escribir otra cosa que lo que hago.  Y lo que hago nace de lo que me he embebido: de libros, de literatura. Intelectual se ha convertido en casi un insulto, pero utilizar tu cabeza para algo más que aguantar el móvil contra la oreja no creo que te convierta en un esnob presuntuoso. Si alguien escucha una canción de Egon y eso le lleva a leer un libro o buscar una referencia literaria me siento muy orgulloso. Y pienso que hago algo por los demás. Algo que mi familia hizo por mí. No por ser unos esnobs presuntuosos sino por que creían, y creen, en la cultura como herramienta de mejora del ser humano. 

—Un título como «Dadnos Precipios» es de esos que aciertan al ofrecer infinidad de interpretaciones. Yo entiendo algo así como: «Lo que hay no me gusta, no sé cuál es la solución, pero acabemos con esto y después… ya veremos». ¿Te encaja?

—Bastante. Tiene dos interpretaciones: «Ponednos dificultades que se convertirán en acicates» y «yo me tiro y a ver qué pasa». Ahora mismo quedarse quieto y verlas pasar no es una opción. Y eso es algo que hemos ganado todos. Da lo mismo lo que pienses, pero toma las riendas de tu decisión e implícate por defender lo que te parece justo. En algún punto seguro que nos encontramos. Aunque sea a los pies del precipicio, hechos un siete.

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