«El descanso de la modelo», (1941), témpera sobre papel de Wilfredo Lam
«El descanso de la modelo», (1941), témpera sobre papel de Wilfredo Lam
ARTE

Wifredo Lam, el artista mutante

El Museo Reina Sofía, en colaboración con otros grandes museos como la Tate o el Pompidou, organiza una gran exposición de Wifredo Lam cuya mayor virtud es dejar hablar al creador

Madrid Actualizado: Guardar
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El MoMA ha prestado para esta expo una de sus piezas de resistencia, el gran cuadro « La jungla». Es de 1942, y ya en 1943, con su proverbial rapidez y buen ojo, la compró para su colección. Sin embargo no se colgó directamente en las salas donde campaban a sus anchas las «Señoritas de Avignon» y la plana mayor de las vanguardias europeas (y blancas). Primero tuvo que pasar tres años en el limbo (¿o purgatorio?) del pasillo que llevaba al guardarropa.

Era un emblema, o más bien un síntoma, de las dificultades del canon occidental para asimilar el trabajo de Lam y otros venidos de las «periferias». Ni las mejores intenciones del mundo, esas que pavimentan caminos infernales, podían considerar el trabajo de los periféricos y los mestizos en pie de igualdad con la producción «seria» de los occidentales.

¿ Lam merecía estar en el MoMA? La pregunta, en realidad, sería si el MoMA merecía en ese momento la obra de Lam: si el discurso formal y teórico preponderante y bienpensante estaba preparado para los driblajes y los cortocircuitos que proponía en su trabajo.

Malentendidos

Porque uno sigue un poco la historia de la recepción de su obra en las grandes capitales europeas de preguerra y posguerra: del Madrid del 27 al París inmediatamente anterior a la ocupación; la Marsella refugio de surrealistas y el Nueva York de los años de guerra donde expone el cuadro que el MoMA compra bien y cuelga mal. Y a veces parece que su éxito fue fraguándose a base de malentendidos superpuestos, concebido cada uno para corregir las exageraciones, mitificaciones o puras supercherías folclóricas previas armadas en torno a su obra. Como una corrección más en ese palimpsesto, en realidad, podría describirse esta cita y su argumentación: una forma de matizar los excesos de entusiasmo de cierta mirada poscolonial aferrada aún a la visión de lo Otro como místico, telúrico, atávico, mágico.

Lo recuerda Catherine David en el texto de la publicación: «Al igual que la amistad y el apoyo de Picasso, de quien nunca fue “alumno”, la amistad de André Breton y la aventura surrealista –en la que solo participó de forma tardía y a la postre marginal– fueron objeto de interpretaciones reductoras, excesivamente inclinadas a sobrevalorar las lecturas “mágicas” y etnoculturalistas de su obra, que serían refutadas por los enfoques y los discursos cubanos contemporáneos iniciados al regreso de Lam a Cuba».

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