Álex Ayla Ugarte, autor de «Los mercaderes del Che»
Álex Ayla Ugarte, autor de «Los mercaderes del Che» - Patricio Crooker
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Álex Ayala: «El periodismo narrativo consiste en fracasar cada vez menos»

Álex Ayala Ugarte es uno de los nombres más destacados de la crónica en español, aunque él se niega a que le encasillen como cronista. «Hay que seducir y conmover», asegura el autor de «La vida de las cosas»

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Álex Ayala Ugarte (Vitoria, 1979) aparece en la pantalla del ordenador. Son las veintidós horas de un domingo en La Paz, Bolivia. La familia de Ayala duerme, mientras él se da tiempo para teclear algunas respuestas. Convenimos esta entrevista por chat, porque Ayala no se lleva bien con el teléfono ni las videollamadas y, quien escribe, menos con las entrevistas por correo electrónico -aunque el interlocutor se encuentre a miles de kilómetros.

El entrevistado es una de las plumas destacadas del periodismo narrativo en Iberoamérica. Su trabajo ha sido reconocido por pesos pesados del oficio, como Alberto Salcedo Ramos o Jon Lee Anderson. Este último escribió sobre «Los mercaderes del Che: grandes hazañas de personajes minúsculos» (Libros del KO, 2012): «Álex Ayala es uno de los cronistas más originales y agudos que hay hoy en América Latina.

Ha escogido Bolivia como base de operaciones y allí se ha convertido en un detective ameno y audaz de la condición humana…».

Ayala es también autor del volumen de crónicas «La vida de las cosas» (Libros del KO, 2015) y de varias piezas periodísticas memorables publicadas en «Etiqueta Negra», «Paula», «Internazionale», «Anfibia»,«FronteraD» y «Emeequis», entre otras revistas. En 2001, viajó a Bolivia por una beca de periodismo. Después de varios años, pasó a ser director del dominical del diario «La Razón», editor del semanario «Pulso» y fundador de la desaparecida «Pie Izquierdo», la primera revista boliviana de no ficción. A principios de 2015, ganó la beca para periodistas de viajes Michael Jacobs, que ofrece la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Su propuesta fue «Rigor mortis», un libro de crónicas sobre la cotidianidad de la muerte en distintas latitudes de Bolivia, en el cual trabaja actualmente.

¿Qué encontró en Bolivia que le motivó a quedarse?

Llegué con una beca que me concedieron en el último año de universidad, gracias a que gané un concurso de periodismo de investigación. La beca la dio PRISA y me vine acá, a La Razón, un periódico que por aquel entonces pertenecía al grupo. Llegué a un país lleno de historias irrepetibles, de esas que te las cuentan y a veces no te las crees. Tuve la oportunidad de viajar. Me ofrecieron responsabilidades que nunca me habrían dado en España siendo tan joven [llegó con veintidós años]. Cada reportaje era una aventura. ¿Quién no se hubiera quedado?

¿En algún momento dudó si dejar España y venir a Latinoamérica?

En Vitoria yo tenía muchos amigos latinoamericanos. Con algunos de ellos, como Hollman Morris [hoy un periodista colombiano reconocido], me reencontré después en sus países de origen. Y en la universidad muchos me decían que yo no me quedaría en España. Así ha sido.

Antes de viajar a Latinoamérica, ¿por qué decidió dedicarse a este oficio?

Siempre me gustó escribir. En el colegio ya había creado una revista llamada Rincón natural y científico, que incluía artículos copiados de las enciclopedias u otros lados. Esa revista la distribuíamos gratuitamente entre gente de nuestro curso o de otros. Y bueno, yo creo que todo viene de aquella época. También comencé a leer muy pronto. Mi padre leía, mi hermano lee. Y aunque ambos vienen más del mundo de las ciencias, esas cosas influyen bastante.

¿Cuándo dio el paso al periodismo narrativo?

Uno no da el paso de repente. Es poco a poco. La forma de contar de los periódicos es muy notarial. En mi caso fui conociendo revistas como El Malpensante, Gatopardo, Etiqueta Negra y otras. Y descubriendo que se podían contar las cosas de otra manera, que como periodista no era suficiente narrar los hechos. Además tenemos que seducir y conmover al lector. Intentar que cada línea que le ofrezcamos sea memorable. Intentarlo, porque la mayor parte de las veces fracasamos, y esto consiste, a mi modo de ver, en fracasar cada vez menos.

Antes de iniciar la entrevista, precisó que no se considera cronista, sino periodista.

Muchos periodistas lo dicen, entre ellos Leila Guerriero: la palabra cronista se ha puesto de moda. Es como que todo el mundo hoy es cronista. O quiere serlo. O piensa que por serlo está por encima del resto de periodistas, y no es así. Por eso, al igual que Leila y otros colegas, yo también prefiero que me llamen periodista. Tampoco me enfado cuando me dicen cronista, pero prefiero que me cataloguen como periodista, porque al final es lo que somos todos los que estamos en esto.

¿Aquella moda perjudica al periodismo?

La crónica sigue siendo minoritaria. Donde ha ganado espacio, al menos en lo referente al mundo hispanohablante, ha sido en las editoriales más que en los diarios. Se publican más libros de no ficción, lo que es una buena noticia, pero no tengo la sensación de encontrarme con más crónicas en los medios tradicionales. La crónica no es mayoritaria en el espectro de los medios, pero creo que es nece-saria, porque contribuye con su profundidad, con su mirada y con muchas cosas que para mí son indispensables.

La lógica de consumo de información hoy es otra: noticias despersonalizadas, directas, rápidas. En ese sentido, ¿la crónica puede resultar atemporal o a contracorriente respecto a las tendencias actuales?

Las tendencias de hoy no sabemos si serán las tendencias de mañana. Por lo tanto, pienso que los que consideramos que la crónica no puede desaparecer tenemos que seguir insistiendo con ella. El tiempo nos dirá si estamos equivocados. Pero el hecho de que revistas como Etiqueta Negra subsistan y tengan adeptos creo que quiere decir algo.

Cuando hablé con usted para pedirle una entrevista, me comentó que es tartamudo. ¿Esa condición ha influido en su trabajo?

Bueno, he tenido dificultades: me cuelgan el teléfono, alguna vez no falta el que te hace bromas tontas sin conocerte, el que te falta al respeto o el que no entiende lo que te pasa por más que se lo expliques. Pero yo siempre he intentado darle la vuelta a la tortilla. El no hacer nada por teléfono me obliga a ver a todo el mundo en vivo y en directo, por ejemplo, y con eso a veces gano. La gente me ve más vulnerable y se abre más fácilmente. Y siempre he intentado no tener miedo a cumplir con mi trabajo. Nunca he dejado de hablar por miedo, estuviera en un día mejor o peor; siempre he tirado hacia adelante. Gracias a Dios, la mayor parte de los días son buenos y no se me nota tanto, salvo por teléfono, un aparato con el que sigo peleándome.

¿Quiénes han sido sus maestros y qué ha aprendido de ellos?

Presenciales, Francisco Goldman, Alma Guillermoprieto, Jon Lee Anderson, Alberto Salcedo Ramos, Julio Villanueva Chang, entre otros. Pero también considero maestros a autores a los que sigo: Ander Izagirre, Gay Talese, Susan Orlean, Daniel Titinger, Juan Pablo Meneses y un larguísimo etcétera. También Martín Caparrós y Leila Guerriero, por supuesto. En los talleres presenciales aprendes gracias a su experiencia y, sobre todo, si sabes leer entre líneas, entre anécdota y anécdota. Le puedo decir que todos ellos o la inmensa mayoría son muy humildes. Una cualidad que deberíamos tener quienes nos dedicamos a esto.

¿La humildad ayuda a acercarnos a otras realidades?

La humildad ayuda en todos los aspectos de la vida. El que no es humilde suele meterse en muchísimos más problemas. Con todo, un arrogante también puede ser buen periodista. En la viña del señor hay de todo.

¿Qué elementos tiene en cuenta antes de trabajar en una historia?

Intento que las historias que cuento tengan algún ingrediente universal, que hablen de cosas que se puedan entender en cualquier país. Y siempre he pensado que los verdaderos protagonistas de nuestra Historia son la gente anónima. Por eso intento poner el foco en ella. Por otro lado, trato de escribir historias que se alejen de lo que vemos en la prensa habitualmente. A veces tardan en aparecer. Hay que tener paciencia.

¿A qué lugares le ha llevado la investigación de «Rigor mortis», el libro en el que está trabajando?

A pueblos fronterizos, ciudades, pueblos no tan fronterizos. El libro tendrá 23 textos, por lo que cada uno intentará responder a una pregunta concreta. El objetivo será contar la muerte desde la cotidianidad, a través de los pequeños detalles, de historias mínimas. En el resumen del proyecto hay algunas preguntas que intentaré responder: ¿Qué ocurre cuando es un perro el que pierde al dueño y no el dueño el que pierde al perro? ¿Existe la adicción a los velatorios? ¿Hay turismo en los cementerios? ¿Cómo afecta una ola de suicidios a una comunidad pequeña? ¿Cómo se anuncia un fallecimiento en los lugares donde no hay prensa? ¿Cómo funciona un grupo de duelo?...

¿Trabaja en otro proyecto, aparte de «Rigor mortis»?

Colaboro con varias revistas, algunas de crónica y otras no tanto. Pero por ahora estoy bastante centrado en el libro.

Volviendo a Bolivia, ¿siente que ese es su lugar en el mundo?

Bueno, nadie puede decir dónde acabará. De momento, como familia, estamos a gusto y no hay por qué cambiar de lugar.

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