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Mateo Maté, en su casa, rodeado de sus «obras-mueble»
DE PUERTAS ADENTRO

Mateo Maté: hacer de la «casa» un sayo

Para el artista y diseñador Mateo Maté, el estudio y la vivienda son espacios indisolubles. De hecho, es en el entorno doméstico donde este creador centra su producción. El salón como trinchera y el taller como ámbito acogedor

MADRID Actualizado: Guardar
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En el salón, sobre el sofá, una gran pancarta lo grita a voces: «Mateo, sabemos dónde vives». Técnicamente, nosotros también, pues ahí estamos, en la vivienda, que es además estudio, de Mateo Maté (Madrid, 1964), el protagonista de este último «De Puertas Adentro». El cartel acusador es una obra de Juan Pérez Agirregoikoa, y acompaña en esta estancia a otras piezas del propio Maté, en las que hay que poner mucha atención para no confundirlas con parte del mobiliario: esa mesa baja con la silueta de la Península Ibérica; el sofá de camuflaje; la alfombra que indica el punto geográfico exacto sobre el que se sitúa y que es además el lugar de juego de los dos hijos pequeños del artista (que nos miran con cara de pocos amigos al haber invadido su espacio natural...).

«El nacionalismo doméstico es el eje de buena parte de mi trabajo –explica–, y otros conceptos que no se relacionan con esta temática sí que lo hacen sobre cuestiones que me son muy cercanas, como el mundo del arte. Yo siempre me ocupo de mi entorno. Soy autor de obras dudosas, artefactos que podrían confundirse con el menaje o el mobiliario, sin sentido en un museo pero sí, y mucho, en una casa. Por eso son las piezas con las que convivo. Muchas otras, ajenas a todo esto, están almacenadas en cajas».

Literalmente partida en dos

Tiene pues sentido que, en el caso de Mateo Maté, el estudio del artista esté ubicado en su propio domicilio. «Nunca los he separado –continúa narrando–, porque tampoco separo los conceptos con los que trabajo del lugar donde llevo a cabo mi actividad. Incluso procedo de esta manera cuando viajo, hasta tal punto que hay obras que jamás se ejecutaron aquí, o que volvieron a casa tan sólo como documentación». Recuerda el madrileño que los anteriores estudios en los que desarrolló su labor «no diferían mucho de este: eran grandes, luminosos, en la zona de Malasaña o Estrecho».

La casa actual, muy cerca de la Puerta de Alcalá, está literalmente partida en dos: de un lado queda la vivienda, donde se obliga a que todo esté muy ordenado («yo mismo lo soy. Mi mujer no tiene la culpa de que su pareja sea un artista», bromea). Del otro, el área de trabajo, con un recibidor, una gran sala con ordenadores, su despacho al fondo, y un almacén donde comprobamos ese deseo del creador de que todo tenga un espacio asignado. «Sin embargo –confiesa– hay jornadas en las que no paso por la zona habitacional en todo el día. Hoy, sin ir más lejos, no he “vuelto a casa” a comer».

Mateo Maté en la pequeña sala para recibir a las visitas de su estudio
Mateo Maté en la pequeña sala para recibir a las visitas de su estudio - I. Permuy

Dado que lo doméstico y la relación con el espacio social es la base de la obra de Maté, la vivienda se ha convertido siempre en un «laboratorio de expermentación». A esta compartimentación, casi como de muñecas rusas, del estudio dentro de la casa, que es la base del trabajo en el estudio, se une un ámbito más: el del taller de un segundo artista, Óscar Seco. Porque Mateo no ha compartido nunca taller con otros creadores en un sentido literal, pero sí que es cierto que en todas sus casas ha habido un rincón, más grande o más pequeño, para el quehacer de este otro pintor: «Somos de la misma edad y no tenemos nada que ver plásticamente, pero llevamos casi toda nuestra trayectoria artística juntos. Pero el también es un creador contenido, ordenado; como digo yo, de esos que casi pintan con traje. Esto es divertido porque convierte este lugar en un foco de atención para otros compañeros, un punto de encuentro, de cita, de charla».

Nuestra conversación va llegando a su fin. Hay que devolverle a los niños su espacio de juegos. Y se nos van los ojos hacia la isla del tesoro que Maté le ha construido a sus hijos para que atraque allí otro barco: el de los piratas de sus playmobils. Es lo que tiene tener un papá artista. En la estancia dedicada a su despacho, otra pieza basada en un juguete copa nuestra atención. Es una obra antigua, hecha con piezas de lego, que dan lugar a un castillo controlado con pequeñas cámaras de vigilancia. Hasta llegar allí, mapas que retratan la geografía de su cama, escudos de armas con utensilios de cocina, alguna de las maquetas y cuadros de Seco...

Maté nos enseña sus últimas obras, unas cajas de luz sobre las que se proyectan unas radiografías de su cuerpo, reliquias de artista para el coleccionista que se precie y que ha expuesto con NF en este último ARCO. «No sé si este será mi último estudio. No influye en ello que sea mi casa. Soy un artista del presente y soluciono presentes. Es cierto que tengo otro, un segundo, en el campo, al que me traslado con mi asistente y en el que desarrollamos labores más propias de taller. Y posiblemente ese sí que sea más definitivo en el sentido de que se ubica en un espacio más personal». Una vez más, Mateo Maté es de los que piensan que, en casa, como en ningún sitio. Aunque le guste convertir el salón en un campo de batalla por la posesión del mando a distancia.

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