Viñeta del cómic autobiográfico «Las dos vidas de Andrés Rabadán»
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(Caprichoso) Diccionario de la crónica hispanoamericana

Leila Guerriero, Martín Caparrós, la revista «Etiqueta Negra», la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano creada por García Márquez... El que haya tantos nombres imprescindibles deja claro el buen momento de la crónica en el continente

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Alexiévich, Svetlana. Primera y con todo el aspaviento. Por mucho que aquí se hable de crónica hispanoamericana, ella tiene que ser la A de Alegría, de Al fin, de Aleluya. Insistiendo que es gerundio: la bielorrusa, Premio Nobel de Literatura 2015, es una reportera y, después del Nobel que recibió Gabriel García Márquez, periodista pero galardonado por su ficción, es el primero al periodismo. Esta distinción al oficio de contar bien la realidad se ha celebrado de México a Argentina. Queremos tanto a Svetlana, sobre todo cuando de su trabajo dice: «A veces me pregunto por qué continúo descendiendo a los infiernos. Creo que lo hago para encontrarme con el ser humano». A de Amén.

«Boom». Dicen y repiten que el nuevo «boom» de las letras latinoamericanas viene en formato crónica.

Pese a que sí, a que nadie duda que es un momento magnífico para el género en el continente, a que hay revistas exclusivamente dedicadas al periodismo de largo aliento, a que se publican antologías y libros de crónicas, lo que chirría es el concepto de «boom», ese término explosivo vinculado, sobre todo, al fenómeno editorial capitaneado desde Barcelona por la «Mamá Grande», Carmen Balcells. Esto que pasa desde hace unos años -llamémoslo buen momento de la crónica- nace, crece y se multiplica a lo largo y ancho de Latinoamérica, sin capitanía editorial en Europa.

El ornitorrinco de la prosa

Crónica, ¿qué diablos es? «La crónica es eso que nuestros periódicos hacen cada vez menos» (Martín Caparrós). «Si Alfonso Reyes juzgó que el ensayo era el centauro de los géneros, la crónica reclama un símbolo más complejo: el ornitorrinco de la prosa. De la novela extrae la condición subjetiva, la capacidad de narrar desde el mundo de los personajes y crear una ilusión de vida para situar al lector en el centro de los hechos; del reportaje, los datos inmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto y la sugerencia de que la realidad ocurre para contar un relato deliberado, con un final que lo justifica; de la entrevista, los diálogos; y del teatro moderno, la forma de montarlos; del teatro grecolatino, la polifonía de testigos, los parlamentos entendidos como debate: la ‘voz de proscenio’, como la llama Wolfe, versión narrativa de la opinión pública cuyo antecedente fue el coro griego; del ensayo, la posibilidad de argumentar y conectar saberes dispersos; de la autobiografía, el tono memorioso y la reelaboración en primera persona. El catálogo de influencias puede extenderse y precisarse hasta competir con el infinito. Usado en exceso, cualquiera de esos recursos resulta letal. La crónica es una animal cuyo equilibrio biológico depende de no ser como los siete animales distintos que podría ser» (Juan Villoro).

Defensa. Sí, lo sabemos: el Nobel de Literatura a Svetlana Alexiévich levantó de nuevo el debate sobre el lugar que ocupa el periodismo en la corte sagrada de la narrativa. A los que se rasgan las vestiduras Suecia enloqueció, dar el Nobel a una reportera, qué delirio, con la de escritores de ficción, de literatura con mayúsculas, que merecían ese premio, la argentina Leila Guerriero, imprescindible cronista, les contesta: «Yo no creo que el periodismo sea un oficio menor, una suerte de escritura de bajo voltaje a la que pueda aplicarse una creatividad rotosa y de segunda mano. Yo no creo en las crónicas interesadas en el qué pero desentendidas del cómo. No creo en las crónicas cuyo lenguaje no abreve, en la poesía, en el cine, en la música, en las novelas. No creo que valga la pena escribirlas, no creo que valga la pena leerlas y no creo que valga la pena publicarlas. Porque no creo en crónicas que no tengan fe en lo que son: una forma del arte. Yo no creo que haya nada más sexy, feroz, desopilante, ambiguo, tétrico o hermoso que la realidad, ni que escribir periodismo sea una prueba piloto para llegar, alguna vez, a escribir ficción. Yo podría morirme -y probablemente lo haga- sin quitar los pies de las fronteras de este territorio, y nadie logrará convencerme de que habré perdido mi tiempo».

El periodismo narrativo ha servido para poner en palabras algunas de las peores atrocidades de la historia de ciertos países

Ellas, ellos. Nombrarlos a todos en este espacio sería imposible. Además, muchos de ellos, como la mencionada Leila Guerriero o, por ejemplo, Alberto Salcedo Ramos (Colombia), Julio Villanueva Chang (Perú), Jordi Pérez Colomé (España), Gabriela Wiener (Perú), Juan Villoro (México), Martín Caparrós (Argentina), Alma Guillermoprieto (México), Juan Pablo Meneses (Chile), Josefina Licitra (Argentina), Cristian Alarcón (Chile), han conseguido que sus nombres sean sinónimo de cronista. Pero, en serio, quédense con estos otros nombres: Sabrina Duque (Ecuador), Martina Bastos (España), Joseph Zárate (Perú), Santiago Wills (Colombia), Javier Sinay (Argentina), Álex Ayala (Bolivia), Federico Bianchini (Argentina), Isabella Portilla (Colombia), Alba Muñoz (España).

Esfuerzo. «Yo siempre tuve claro que quería contar historias, pero para conseguir eso me tocó prestar el servicio militar obligatorio, es decir, cubrir fuentes, hacer noticias, encargarme del muertico en el bar y de la rueda de prensa en la oficina de salud pública. Muchos periodistas del día a día tienen la creencia errada de que quienes hacemos crónicas no sabemos hacer noticias, no nos gusta o no respetamos eso. Creen que gozamos de privilegios indebidos. Nada más falso. Yo no hago crónicas porque quiera sacarle el cuerpo a la reportería, sino porque creo en otro tipo de investigación donde no sólo importen los datos duros. Creo en una investigación que vea la vida también a través de pequeños detalles» (Alberto Salcedo Ramos).

Etiqueta Negra. La revista italiana « Internazionale» la llamó la revista más hermosa del mundo. Y lo es mucho, muy hermosa, pero además es una publicación de culto, que se trafica fuera de Lima con codicia. La publicación peruana, dirigida por algunos de los mejores periodistas del continente, pero sobre todo por Julio Villanueva Chang, incansable viajero y maestro del qué, pero sobre todo del cómo de la crónica, es el sueño húmedo de todo cronista: la frase publicar en Etiqueta Negra se dice siempre, siempre, salivando.

Un Shangri-La para periodistas

FNPI. Una de las mejores ideas que tuvo Gabriel García Márquez, enamorado desde jovencito del periodismo que se lee con deleite, la buena crónica, fue crear algo así como El Templo: la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, la FNPI, es escuela, casa de acogida, centro de reuniones y capacitación, plataforma, mecenas, relaciones públicas y, bien, basta de engañarnos, Shangri-La de todos los periodistas narrativos del mundo.

Gabo. ¿Hay que decir más?

Historia. «Toda crónica es un contrato con la realidad y con la historia. Un doble pacto: un compromiso doble. Con el otro (el testigo, el entrevistado, el retratado y sus contextos, el lector); y con el texto, que tras un complejo proceso de escritura (y montaje) lo representa en su multiplicidad…» (Jordi Carrión).

Iceberg. Dijo Ernest Hemingway, periodista también, que una crónica se debe escribir siguiendo la lógica del iceberg. Esto es, que el hielo que se ve en la superficie es sólo una parte de la montaña que está bajo el agua. Hemingway creía que el verdadero significado de un texto escrito no debe ser evidente a partir del relato de superficie; más bien, el quid de la narración tiene que residir por debajo de la superficie e irse trasluciendo. En otras palabras, tú, cronista, siempre debes saber más de lo que escribes.

El gran momento de la crónica en Hispanoamérica nace, crece y se multiplica en el propio continente, sin capitanía editorial en Europa

Justicia. El periodismo narrativo en algunos países, por ejemplo México, ha servido para poner en palabras, en negro sobre blanco, algunas de las peores atrocidades de los tiempos violentos que se viven en ese país. Probablemente sin la mirada de esos cronistas -Tryno Maldonado, Daniela Rea, Marcela Turati, Diego Enrique Osorno, Óscar Martínez, Alejandro Almazán-, entre muchos otros siguiendo el rastro de feminicidios, migración, violencia, narcotráfico, desapariciones y corrupción, todo ese horror se potenciaría -más, aún más- hasta el infierno.

Publicaciones. Además de Etiqueta Negra (ver E), existen revistas, tanto en papel como digitales, que abren sus puertas -sus páginas- al periodismo de largo aliento: «Gatopardo» (México), «Soho» (Colombia), «Mundo Diners» (Ecuador), «El Malpensante» (Colombia), «Anfibia» (Argentina), «El Faro» (El Salvador, Centroamérica), «Piauí» (Brasil), «Jot Down» y «Negratinta» (España).

Subjetividad. «La prosa informativa (despojada, distante, impersonal) es un intento de eliminar cualquier presencia de la prosa, de crear ilusión de una mirada sin intermediación: una forma de simular que aquí no hay nadie que te cuenta, que ‘esta es la realidad’. […] El truco ha sido equiparar objetividad con honestidad y subjetividad con manejo, con trampa. Pero la subjetividad es ineludible, siempre está» (Martín Caparrós).

En busca del azar

Tiempo. «Un cronista vive de publicar historias verificables, y el tiempo a su disposición -el que le conceden los editores de diarios y revistas- no es siempre el mismo: con suerte tres días, con cierto privilegio una semana, y con una insólita confianza, seis meses. En estos últimos dos casos, un cronista tiene más oportunidades de buscar una cosa y encontrar otra, inesperada y a veces fundamental para entender un acontecimiento. Hay una palabra en inglés para nombrarlo: «serendipity». El conde de Serindipit, un legendario príncipe de Ceilán, hallaba siempre lo que no buscaba. Contra lo que suponen los reporteros de noticias, un cronista necesita, para poder explicar los fenómenos de estos tiempos, más de obrero que de príncipe (y bastante menos de escritor que de detective). La búsqueda del azar cuesta no sólo tiempo, sino trabajo y dinero. Cuesta que editores y cronistas aprendan a esperar que suceda algo digno de contarse. Cuesta tener la fortuna de estar allí. Y cuesta organizar la impaciencia: a veces la condición imprescindible para publicar una gran historia es tan sólo aprender a esperar» (Julio Villanueva Chang).

WWW. Un buen puñado de excelentes crónicas se encuentran en la página Periodismo Narrativo en Latinoamérica. Y, por supuesto, en la de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.

Yo. «Me irrita bastante cuando veo a periodistas que sólo escriben historias haciéndolas pasar por su sola experiencia: lo que me pasó a mí con el entrevistado. Eso me aburre muchísimo» (Leila Guerriero).

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