Una de las muchas caras de David Bowie
Una de las muchas caras de David Bowie
MÚSICA

Agotados de esperar el fin

Sin margen de maniobra en un pop que ya no da más de sí, David Bowie mira a los lados, se rinde a la evidencia y asume en «Blackstar» un final de trayecto que obliga a dar marcha atrás y a rehabilitar el clasicismo

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Para camiseta, la de los Ramones, fundida en negro. No hay color. Todas iguales, cortadas por el mismo patrón e impresas con el logo creado por Arturo Vega, homogeinizan y universalizan la imagen de un cuarteto cuya marca comercial supera de largo, talla XL, el eco de su producción musical. Más mudancero y variable, ajeno al machacón «hey ho, let’s go!» que los hermanastros neoyorquinos repitieron hasta su muerte, a David Bowie le han confeccionado y cosido tal variedad de camisetas, en función de sus distintos periodos y altibajos creativos, que su imagen pública se ha dispersado, sin la concentración visual de los Ramones. «Just gonna have to be a different man/ Time may change me/ But I can’t trace time» (« Changes»).

Uno de esos estampados textiles, sacado de la sección de oportunidades, reproduce el cartel de un certamen holandés de imitadores, con el rostro de un señor maquillado con el rayo que hace más de cuarenta años Pierre La Roche le puso en la cara al Bowie de « Aladdin Sane»: el plagio considerado como una de las bellas artes, la repetición y el homenaje como mecanismos de aproximación a un fenómeno artístico cuya permanente revisión ha contribuido a ensancharlo.

Imagen de marca

Los Ramones son su escudo de armas y el flequillo de Johnny, Elvis es un tupé engominado y una cadera torcida, los Sex Pistols son un colorista collage de diez letras recortadas y Public Enemy es un hombre negro al que apunta una pistola, pero David Bowie, «sound and vision», es un montón de cosas, en su mayoría falsificadas. El concurso de imitadores empezó hace ya cuarenta años. Ahora participa el mismo Bowie, pero tiene difícil ganar. Hay mucha y buena competencia.

Solo en los últimos meses, el aficionado ha podido disfrutar de álbumes tan curiosos como « Subterranean: New Designs On Bowie’s Berlin», del baterista británico Dylan Howe, la antología «A Salute to the Thin White Duke», editado por Cleopatra y en el que aparecen héroes del «indie» californiano como Rogue Wave, Jesca Hoop, Dum Dum Girls y los Muffs, o « Low: Live in Chicago», álbum en el que los Disappears interpretan de cabo a rabo y con una sobresaliente trama de continuidad una de las obras maestras de Bowie. La semana que entra, el genio británico se apunta al bombardeo con «Blackstar», disco en el que, además de citarse a sí mismo, ejercicio que le sirve para ponerse el dorsal y entrar en competición, expresa y confiesa un agotamiento que no es propiamente suyo, sino de un pop que ya no parece dar más de sí. El acabose.

El concurso de imitadores comenzó hace ya cuarenta años. Ahora participa el mismo Bowie

Sobrevalorado por la veneración que genera su autor, «Blackstar» no está, pese a su aparente novedad, a la altura de las obras más experimentales de Bowie, y conecta sin dificultad con algunas de las piezas de un álbum tan secundario en su discografía como «Reality», con el que hace doce años planeó su dimisión como agitador musical, se cortó la coleta y se encaminó a un estudio de grabación del que desde entonces apenas ha salido, y nunca con nada nuevo, que no bueno, que contar. «Blackstar» no es la excepción.

Sin alcanzar la condición de testamentario –aunque el título imponga, le falta voluntariedad– la mayor virtud del enésimo álbum de Bowie es reflejar, ahora de forma uniforme, como un ensayo bien tramado, sin las salidas de tono de sus anteriores trabajos, el agotamiento del pop, el fin de una historia que la industria y los medios mantienen viva de forma artificial y con un encarnizamiento terapéutico que es inversamente proporcional a la esperanza de que la cosa remonte. En estas circunstancias, Bowie mira hacia atrás y se encuentra con la legión que lo sigue, gente que tampoco tiene nada nuevo, que no bueno, que contar.

Paranormal

Como adelantado a su tiempo o como embaucador de multitudes, adaptador de fenómenos paranormales que han llegado al gran público de forma cabal y a través de una persona de tanta confianza como la que inspira, el autor de « Heroes» ha pasado buena parte de su carrera en la retaguardia de la vanguardia, que no es mal sitio. No hay más que oírlo. A partir de «Blackstar», da la sensación de que esto no da para más –ahí están las listas de los mejores discos de los últimos años, el «line up» de unos festivales que de ferias de muestras han pasado a ser capillas para la veneración del rock clásico o la consideración como innovación de una vía musical tan vieja como la abstracción melódica, que es el tractor amarillo que se lleva ahora– y que la evolución del pop es una mentira muy gorda e interesada. Lo mismo que se extinguieron el foxtrot, el bolero o el mambo, el rock hace mucho que no está sino para recreaciones como la de los Disappear con «Low», implícitas o explícitas. Lo dice el sentido común y lo explica de manera sobresaliente David Bowie en su nuevo trabajo.

No es que el creador de «The Jean Genie» esté ya mayor para meterse en berenjenales. Al contrario, es el pop el que agoniza, se muerde la cola y se engaña. Bowie da la cara y también una lección, si no de vitalidad, de ética creativa, honestidad recreativa y amor propio.

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