John Berger, en una imagen de archivo
John Berger, en una imagen de archivo - EFE

Muere John Berger, poeta, novelista y crítico que enseñó a mirar con otros ojos el arte

«Il est parti» («Se ha ido»). Así anunció su nieta este lunes el fallecimiento, a los 90 años, del autor británico, uno de los más influyentes de su generación

MADRID Actualizado: Guardar
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La vida de uno de los más lúcidos críticos de arte del siglo XX, de un novelista que supo plasmar como pocos la vida de los campesinos, se apagó ayer a los 90 años de edad. John Berger nunca renunció al marxismo con el que aprendió a descifrar el mundo, y nunca dejó del todo su vocación de pintor, aunque fue en la lectura lúcida del arte, y en la escritura de poemas, novelas y guiones (es emblemática su estrecha colaboración en varios filmes con el cineasta Alain Tanner) donde alcanzó las más altas cotas.

«Il est parti» («Se ha ido»). Fue la expresión que empleó una nieta del autor de novelas como «G.», con la que ganó el premio Booker, para confirmar a la editorial Alfaguara, que publicó buena parte de su obra en España, la muerte de un autor que empezó a despedirse cuando en abril de 2015 perdió a Beverly, la compañera de buena parte de su vida.

A ella le dedicó, junto a su hijo Yves, uno de sus libros más sentidos («Rondó para Beverly»), una pieza de cámara con breves textos, fotografías y dibujos. La traducción era, como casi siempre, de Pilar Vázquez, que no ocultaba su pesadumbre: «Estoy muy triste». Su relación con Berger fue tan estrecha como con un amigo: «No he tenido con ningún autor la relación que con John. Era una relación de fraternidad. Con autores mucho menos renombrados y conocidos la relación no era ni mucho menos tan fácil. Traducirle era un placer, porque John Berger hablaba con un lenguaje muy claro acerca de cuestiones muy complejas».

Uno de los ciclos narrativos que le dio más prestigio fue «De sus fatigas», formado por las novelas «Puerca tierra», «Una vez en Europa» y «Lila y Flag», en el que relató las vidas de sus vecinos en la Alta Saboya francesa, adonde emigró desde su Londres natal hace décadas en busca de una vida más auténtica, más en contacto con la naturaleza. Fue allí donde le descubrió la pintora Marisa Camino. Fue ella quien se presentó una vez a la puerta de su casa campesina y quien le pidió que posara para tomarle una foto con una cámara oscura junto a un ciruelo. El artículo de aquel encuentro, que Berger publicó en «El País», fue el inicio de una fascinación para los lectores que le han acompañado libro a libro. Fruto de la amistad con Camino fue la exposición que ambos presentaron en el Círculo de Bellas Artes de Madrid: «Como crece una pluma, 1999-2005», en la que mostraban obras construidas a cuatro manos y enviadas por correo entre tres lugares de Galicia y Burgos (Vilares, Lanchares y Robledo de las Pueblas) y los montes y chimeneas de Quincy-Mieussy, en la Alta Saboya, no muy lejos de la frontera con Suiza.

Formado en la Central School of Arts, en la capital británica, no dejó nunca de pintar. Sentía especial devoción por el dibujo, por su inmediatez, porque es más difícil de engañar al que sabe mirar. Su análisis de los hallazgos y debilidades de Picasso la dejó bien clara en su obra «Fama y soledad de Picasso». En «Maneras de ver», que sirvió para una celebrada serie en la BBC, y en «Mirar», amén de en numerosísimos artículos, Berger dio las claves para admirar las obras de arte. Devoto de figuras como Giacometti o el escultor español Juan Muñoz, en «Mirar» llegó a conclusiones tan devastadoras como la extraña relación entre Bacon y Walt Disney. Describió al brutal pintor expresionista como «conformista», y lo explicó así: «Ambos hombres, Bacon y Walt Disney, se plantean el comportamiento alienado de nuestras sociedades; y cada cual de una forma diferente, convencen al espectador de que lo acepte como es». La consecuencia para Berger, es clara: «Tanto el rechazo como la esperanza carecen de sentido». No es de extrañar que uno de sus últimos libros se titule «Con la esperanza entre los dientes», y que a pesar de mantener siempre un espíritu crítico se negara a renunciar al marxismo como valiosa herramienta de análisis de la realidad. Entres sus deslumbramientos más constantes figuró en los últimos años el líder de la revuelta zapatista, el subcomandante Marcos.

Aparte de los espléndidos guiones que elaboró con el director francés Alain Tanner («La salamandra», «El centro del mundo» y «Jonás, que tendrá 25 años en el año 2000»), y de colaboraciones teatrales con Nella Bielski y el Teatro de la Complicidad, no dejó nunca de experimentar. En la poesía con obras como «Páginas de la herida», o en libros tan conmovedores como «Un hombre afortunado», ilustrado con fotografías de Jean Mohr, en el que habla de la vida de John Sassall, un médico inglés que ejercía su oficio, donde nunca quedaba de lado la piedad, en una comunidad rural. Ponerse en el lugar del otro, un principio filosófico caro a Simone Weil, rigió buena parte de los postulados estéticos y políticos de John Berger.

A raíz de un encuentro con el fotoperiodista Gervasio Sánchez, Berger confesó que «si hoy volviera a nacer, Goya sería un fotógrafo de guerra». Conmocionado, como todos los que le quisieron, Gervasio Sánchez, de quien se expone una gran antología de toda su carrera («Vida») en el Centro de Arte Tomás y Valiente de Fuenlabrada, escribió a vuelapluma desde Zaragoza estas palabras que acaso sirvan de epitafio: «John Berger ha sido un gran escritor y un gran crítico de arte pero, sobre todo, ha representado la decencia intelectual. Durante su larga vida nunca se dejó masajear por el poder político o económico y siempre mantuvo su compromiso con los más desfavorecidos. Sus modos de ver, sus formas de mirar, sus maneras de contar traspasaron las barreras generacionales y lo convirtieron en uno de los intelectuales europeos más influyentes. Tuve la suerte de conocerlo hace dos décadas. Pasé horas llorando de emoción cuando recibí en septiembre de 1997 el prólogo que dedicó a mi libro “Vidas minadas”. Era un hombre transparente capaz de sacar reflexiones de las preguntas de las ruedas de prensas como si quisiera que cada periodista se marcharse a su redacción con una cosecha personal. Ha muerto uno de los grandes hombres del siglo XX». Como dirían en su amado Portugal, «acredito».

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