Crítica de «Musarañas» (***): Macarena Gómez, entre Bette Davis y Hannibal Lecter

La protagonista construye un personaje ferozmente contradictorio, cristalino y retorcido, tan digno de conmiseración como de agarrar el hacha

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Lo primero que hay que hacer ante esta película es situarla, o situarse, porque la naturaleza de la historia que aborda ansía cierta equidistancia entre el terror, la angustia y el astracán. Es un absoluto drama que chapotea entre lo psicológico, lo insano, lo grotesco y lo negro, tanto en el hilo que lo conecta al humor como al horror. Los directores, ese prometedor dúo que componen Juanfer Andrés y Esteban Roel, disponen un mecanismo de puesta en escena muy eficaz y controlable, con un escenario casi único (el piso de las protagonistas) y media docena de personajes tan diversos y opuestos que parecen llegados ahí cada uno de una película distinta, incluso de géneros distintos. Los principales son esas dos hermanas, la mayor que interpreta Macarena Gómez y la menor que lo hace Nadia de Santiago, cuya peculiar relación entre ellas y de ellas (en especial, la mayor) con el mundo, hubiera solicitado la presencia activa de un personaje más y que solo aparece en «off» telefónico, el del psiquiatra chiflado.

La fortuna de este guión y de su ejecución en imágenes está en el físico de Macarena Gómez, de ojos gordos como los de Bette Davis, y una actriz con (o que sabe poner) cara de necesitar mucha ayuda psicológica y alguna que otra correa de las que sujetaban a Hannibal Lecter (si se la ponen tan cerca de la cristalera como a la agente Clarice Starling, Lecter se viene abajo como un corderillo más)… , y que construye un personaje ferozmente contradictorio, cristalino y retorcido, tan digno de conmiseración como de agarrar el hacha. Pero al aparecer el nombre de Álex de la Iglesia certificado en los títulos de crédito como productor y alentador de «Musarañas», no desvelaremos la esencia de la intriga al decir que el hacha es una herramienta más útil para deshojar el argumento.

El recurso, tal vez discutible, de aliñar la olla con el pasado siniestro de las hermanas mediante unos «flash-back» o ensoñaciones que reviven a un padre hosco (con qué facilidad refleja lo huraño y lo ceñudo el rostro de ese gran actor que es Luis Tosar, otro que le hubiera amargado la cena a Lecter), y la mezcla de un tema manido como el desparrame del fervor religioso, impiden que la película se descargue de un exceso de caricatura, cuando ya la tenía sobrada con la graciosa entrada en tromba en la historia del tercer personaje, el objeto de «deseo» que encarna Hugo Silva indefenso en una cama.

En fin, Macarena Gómez aguanta mientras puede esa atmósfera equívoca entre víctima y azote, y mantiene un perfil cromado entre las causas de su chaladura y los efectos, pero el recurso «tópico Iglesia» y la mano gore de De la Iglesia nos empotran contra un último tramo en caída libre, más cercano al que pide la vez en una charcutería que al que pide un esfuerzo por encontrar una salida no tan trillada a ese laberinto de emociones y trastornos.

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