Editorial

Las claudicaciones del cuerpo

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Un buen día, sin avisar, una parte de tu cuerpo comienza a lanzar inequívocos destellos de alarma. Una víscera concreta, una rodilla, la espalda, tu hígado, la próstata, un hombro, el corazón. No hablemos ya de la capacidad visual o la auditiva y su gradual deterioro. Y, cuando estas alteraciones patológicas focalizadas deciden anidar en nuestra cartografía somática, la pesada túnica de la vulnerabilidad te cubre como un hábito talar definitivo. Médicos, especialistas, pruebas y revisiones clínicas periódicas empiezan a tachonar tu firmamento o calendario anual. En ese momento te das cuenta de que has comenzado un viaje sin retorno. El pequeño botiquín doméstico aumenta y comenzará a convertirse en una de las zonas sacralizadas de tu casa. Las farmacias de tu barrio, junto con los bancos y los supermercados, completarán la ineludible trinidad de tus peregrinaciones más cercanas. El elenco de la ilimitada farmacopea nos asedia y nuestras conversaciones adquieren una machacona medicalización obsesiva y recurrente. Cuando te anega sutilmente esa nebulosa, sabrás que has perdido, definitivamente, la juventud y una cuota importante de la alegría que engrasaba los ejes y engranajes de tu existencia anterior. A partir de ahora, tendrás que firmar un pacto de civilizada convivencia con los achaques.