El primer enemigo de Castella dio una vuelta de campana en su encuentro con el francés. :: ANTONIO VÁZQUEZ
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Generosa puerta grande de Castella en El Puerto

La falta de casta de las reses de Torrealta marcan un festejo en el que Enrique Ponce y Alejandro Talavante se van de vacío

EL PUERTO. Actualizado: Guardar
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Segunda corrida del abono portuense, que fue retransmitida a toda España por un canal televisivo de pago. Por lo que aficionados de todas las latitudes pudieron contemplar la belleza del más que centenario coso y hasta deleitarse con ese genuino sabor de una tarde de toros en El Puerto, tan loado y tan vendido publicitariamente a partir de la famosa sentencia del grandioso Joselito. Por fortuna, lo que también pudieron percibir los espectadores fue la agradable sensación de unos tendidos repletos de un público con ganas de disfrutar de la fiesta y entregados con los toreros. Lástima que después la falta de raza y de poder del ganado lidiado no correspondiera con su juego a tan felices propósitos.

Abrió plaza un manso que salía suelto de manera continuada y pertinaz del capote de Enrique Ponce, al que no permitiría estirarse a la verónica. El toro se aculó en tablas y costó un sin fin de capotazos, en esforzada y prolongada labor, conducirlo a jurisdicción del picador. No menos complicada se verificó la brega en banderillas, antes de que el valenciano tomara la franela, con la que intentaría en vano recoger a la res con dominadores pases por bajo. Pero el animal, manso de libro, se dedicó a dar grupas y a buscar con descaro el cobijo de las tablas tras cada intento de muletazo. Con dos pinchazos sin soltar, uno hondo y un descabello, puso fin Ponce al primer capítulo del festejo. No mucha más casta derrocharía su más cuajado segundo enemigo, con el que nada lucido pudo esbozar con la capa y cuya muerte brindó a la concurrencia. Ponce tiró de sus contrastados recursos lidiadores, de esa particular alquimia con la que mece y templa su muleta hasta embeber en ella al más aburrido y descastado de sus oponentes.

Fallos con la espada

Esto ocurrió, con toda su plenitud, frente al manso noblón que tuvo en frente, al que endosó multitud de medios muletazos, algunos con salpicada gracia y elegancia, pero con el que tampoco pudo firmar actuación maciza ni redonda. Falló con reiteración a espadas y no sólo perdió por ello el trofeo sino que llegaría a escuchar los dos avisos.

Recibió Castella con ajustadas verónicas la corta aunque repetidora embestida del bonito castaño que hizo segundo. Animal que tomó una vara trasera y dio en su salida del encuentro con la cabalgadura una vuelta de campana. Episodios desaconsejados según cánones de una buena lidia. Dibujó el francés un quite por chicuelinas, en el que un enganchón al tercer pase desacoplaría el conjunto armonioso de la serie. Tras un dilatado tercio de banderillas, en el que fue obligado a saludar José Chacón tras prender con garbo dos pares reunidos y en lo alto. Inició el francés el trasteo con el estoico hieratismo de pases cambiados por la espalda en el mismo centro del anillo. Ya en el toreo fundamental, al toro le faltó casta y humillación en sus adormecidas acometidas, por lo que la faena, a pesar del esfuerzo del torero, no pudo salir de la espesura grisácea de la monotonía. Tanto fue así, que hasta el animal, agotado y aburrido, se llegó a echar sobre la arena en dos ocasiones, en pleno intento de trasteo. Pero todo ello no constituiría óbice para que, después de la estocada, el bonancible público portuense solicitar con vehemencia un incomprensible trofeo. Circunstancia parecida sucedió en el quinto, burel de escasa fortaleza, que ya se derrumbó tras el encontronazo con la cabalgadura. Javier Ambel y Vicenta Herrera también saludarían al completar ambos un lucido tercio rehiletero, preludio todo ello de una maratoniana faena de Castella, quien supo conectar en todo momento con los tendidos mediante un toreo insistente y encimista a un toro tan noble como carente de fuerzas, de casta y de emoción. Alguna serie ligada y unos postreros martinetes y desplantes constituyeron los puntos álgidos de su esforzada y reconocida labor.

Muy corto viaje presentó el tercero de la tarde bajo el capote de Talavante, al que apenas dejó esbozar la verónica. Después, tras el consabido mono puyazo, el animal mostró que además de carecer de raza tampoco le sobraban las fuerzas. Torería y empaque poseyeron los iniciales pases por bajo del pacense, quien se ciñó cuanto pudo en la primera tanda de pases en redondo. Pero se estrellará ante el nulo viaje de su enemigo cuando intentó el toreo al natural. Realizó un sincero alarde de valor Talavante, aguantando parones y aviesas miradas, para extraer hasta el último conato de embestida del desrazado animal, del que consiguió, incluso, muletazos de cierta enjundia. Rubricó con una gran estocada su actuación, que tendría su continuidad ante el descastado ejemplar que cerraba plaza. Animal éste carente de intensidad alguna en sus embestidas, sin fuerzas ni atisbo de raza ni de transmisión. Anodina acometida que el extremeño intentó conducir con suavidad pero ante la que pronto se desesperó y dio por finalizado su empeño. Y concluía así un festejo que se saldó con una generosa salida a hombros y en el que el toro, una vez más, fue el elemento que dio al traste con iniciales expectativas.