Sandu muestra el banco en el que dormía en el Parque de Varela. | F. JIMÉNEZ
CÁDIZ

«El primer día que dormí en casa sobre un colchón no pude coger el sueño»

Sandu tiene 46 años y después de vivir desde el 2008 en la calle, ahora ha conseguido un techo y lucha por salir adelante

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En el barrio unos lo conocen por Alejandro, otros por Sandro, pero su verdadero nombre es Sandu. Sólo tiene 46 años, aunque su aspecto le hace parecer algo mayor. La vida en la calle le ha pasado factura, aunque se siente privilegiado por no haber sufrido ningún altercado grave, como le ha sucedido a otros compañeros. «Sólo me han robado una vez, y lo hizo un compatriota rumano», asegura. Nació en una pequeña ciudad al oeste de Rumanía, donde vivía con su familia y sus hermanos, y donde incluso llegó a casarse, pero las circunstancias dramáticas en torno a las que siempre ha girado su vida, le obligaron a romper con todo. Primero una separación, después la muerte de sus dos hermanos y de su madre y por último la crisis de la empresa que gestionaba el taller de chapa y pintura en la que trabajaba. Todo se alineó para tomar una decisión: salir de su país. Las promesas de dinero y trabajo de un familiar que residía en España terminaron por convencerle y con sólo mil euros en el bolsillo, llegó a Ciudad Real.

«Me engañó», reconoce Sandu. «Me pidió 500 euros para arreglarme los papeles cuando cuesta 10 y casi todo lo restante para alquiler y comida». Por esta razón, decidió abandonar Ciudad Real a los pocos meses de su llegada y buscar trabajo por sí solo, pero la suerte volvió a abandonarle. Al igual que muchos de sus compañeros, recorrió gran parte de España en busca de una esperanza. Barcelona, Jaén, Córdoba, Granada, Málaga, Sevilla... «y eso que nunca había salido de mi país», bromea. Desde entonces -2007- emprendió un viaje que le ha llevado a vivir un auténtico infierno. «Yo no sabía lo que era vivir en la calle, ni cómo se podía dormir con el frío y la lluvia que hace en pleno invierno, así que aprendí de otros que estaban en mi misma situación. A coger cartones, a abrigarme. Lo aprendí de ellos», relata con tristeza.

Entonces llegó a Cádiz, «lo mejor que me pasó en todos esos años». Después de recorrer a pie la distancia entre Puerto Real y Cádiz, Sandu encontró un pequeño rincón donde dormir en el Parque de Varela, que se convirtió en su hogar hasta hace poco más de dos meses. «Una señora que me daba siempre dinero para comer, que me veía limpio y buena persona, me dijo que me iba a ayudar y que si me buscaba algo, me pagaba el alquiler de la casa», cuenta emocionado. «Esas cosas no suelen pasar en otros sitios. Pero el corazón que tiene la gente de Cádiz no lo he visto en ninguna otra parte», confiesa, a la vez que nos cuenta en secreto los favores que también le hacía algún operario municipal que trabajaba en la zona.

De hecho, Sandu ni se lo creía cuando entró por las puertas de su nuevo hogar, esta vez con techo y cama de verdad. «El primer día daba vueltas en el colchón y no pude coger el sueño. No me lo creía», afirma.

Beber para dormir

Desde el mes de abril comparte piso con tres compañeros y con la ayuda de organizaciones como Cruz Roja, Centro Luz y Sal o Calor de la noche intenta salir de los vicios y las malas costumbres que conlleva el vivir en la calle o, dicho con otras palabras, el malvivir. «Siempre estaba borracho porque era la única forma de soportarlo. Quería beber para dormir y no enterarme de nada. Y cuanto más bebía, más dormía. Es lo único que hacía. Esto sólo lo comprende los que hemos vivido en la calle», asegura.

Aunque se siente un afortunado por haber encontrado un hogar, la realidad es que vive con el poco dinero que saca cada jornada pidiendo en la calle y con los donativos de muchos de los vecinos de la zona. «Si un día consigo diez euros es que he tenido mucha suerte, ya que con eso puedo comer durante tres o cuatro días». Por esta razón, este hombre rehabilitado quiere encontrar un trabajo y poder vivir con sus propios medios. «No sé hasta cuándo me van a pagar el alquiler y tampoco quiero que lo hagan durante más tiempo. Ahora estoy arreglando los papeles para conseguir una ayuda económica y pagar así mi casa». También está recibiendo ayuda de asociaciones como Calor de la Noche para ponerse una prótesis dental y para formar parte de otros programas de rehabilitación. «No soy alcohólico porque puedo dejar de beber cuando yo quiera. No lo necesito, pero aún así participaré en los programas que me han propuesto», afirma este buscavidas, que no olvida sus raíces, ni a sus amigos a pesar de la distancia y de los años que han pasado desde que abandonó su tierra en busca de un futuro mejor que aún no ha encontrado. «Allí no tengo familia y en Cádiz he tenido la posibilidad de ver el mar, pero echo de menos mi ciudad. Sé que algún día voy a volver a ver a mis amigos, mi ciudad. No sé cuando pero volveré. Ahora no», afirma con nostalgia alguien que se ha convertido en un referente para los que viven en la calle. Se puede salir.