Editorial

La solidaridad según Cádiz

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Hace unos cinco años, su padre luchó, dio la cara en público y se expuso por su hija, con una grave discapacidad. Intervino en plenos, recurrió a los medios -esos prostíbulos llenos de apesebrados- que ayudaron a difundir su noble lucha. La niña, con severos problemas de movilidad, tenía en los bordillos de su calle un obstáculo diario. Y bastantes le había puesto la vida como para añadir esos escalones, murallas para ella, tan fácilmente eliminables. Así que la calle se allanó. Poco a poco, con más lentitud de lo deseable. Pero tramo a tramo, los bordillos desaparecieron y esa cría puede hacer su recorrido con menor dificultad. Todos los vecinos de la calle llevaron las obras con buen ánimo. Tenían un buen motivo. Ella ganaba y nadie perdía. Directamente, o con su silencio cómplice, todos respaldaron la iniciativa. Hasta ahí, lo mejor. Sin comparación. Antes, ahora y siempre. Para ella y para todos. Pero quedaba algo por arreglar. Quedaba completar el logro. En esa calle, ahora no se puede estar. Los coches, incluso de administraciones, las motos y furgonetas de reparto ocupan las aceras inexistentes, aprovechan que se quitaron los bordillos con aquel buen motivo y asfixian a los que viven allí. Llegan a tapar portales, a impedir el paso de casi todos. Toda la mañana, de «es un minuto» en «es un minuto». Cada día.

La bienhallada obra quedó inconclusa. Unos bolardos, pivotes, bien espaciados para permitir el paso de discapacitados, podrían mejorarla. Pero ya no hay quien los reclame. Las víctimas nuevas -ancianos y personas con problemas de movilidad aunque incomparables con los de aquella niña- no tienen Policía Local que les ayude. Está liada. El resto de residentes de la calle no tiene ya un motivo tan fuerte ni a un padre como aquel, ese al que apoyaron y ahora, ingratitudes de la vida, los propios vecinos temen. Tampoco hay protesta ni nadie da la cara como él. Una pena, porque este Ayuntamiento que parece tan autoritario (lo son sus amparados y cómplices, que no tienen siglas) se lo hace todo encima al primer tuit, al primer grito, al primer amago de movilización desde el inmóvil sillón de cualquier casa.

Será que aquí la solidaridad funciona así en todos los casos. Tengas o no una buena causa, una lucha cabal, parece necesario gritar, con justicia o para aprovecharse. Incluso, intimidar a los que discrepan. Entonces, ya con lío, los que pueden, los que mandan, hacen. Sin distinguir entre justos y listos, con el mismo miedo.

La inmensa masa que está entre unos y otros mira callada, muerta de asco.