Moreno Bonilla, ayer, se abraza a un simpatizante para hacerse una fotografía en los aledaños del Palacio de Congresos de Sevilla. :: SUR
EL RAYO VERDE

Ante el gran cambio

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«Aquí no va a pasar nada. Somos todos muy disciplinados», me decía un joven y acreditado cachorro del PP andaluz cuando empezaba la jornada congresual. Lo que venía a reconocer que se llegaba con mar de fondo. No hacía falta ser un águila para notar la incomodidad. Bastaba con situarse en los arcos voltaicos del controladísimo congreso. Los sectores en liza llegaban por parejas, o en grupo, como amparándose unos a otros. Demasiado evidente como para ser casual. No es que coincidieran en la puerta, vamos. Primero se vio pasar a Arenas con el que fue su secretario general, Antonio Sanz. Ni locuaces ni contentos, en contra de su imagen en días pasados, cuando parecía que se atribuían la victoria en la pugna interna por colocar/descolocar candidato.

Llegaba después Juan Ignacio Zoido, presidente saliente, con José Luis Sanz y Alicia Martínez, entre otros. Aseguraban estar satisfechos, pero miraban a todos lados con visible inquietud.

Los numerosos medios acreditados se arremolinaban ante cada primer espada y esperaban a Cospedal con impaciencia. La línea de cámaras y micrófonos avanzaba cada vez más hasta llegar a pie de calle, porque la secretaria general se retrasaba. Nadie apreció, cosas del 'sevillanocentrismo', que Carlos Floriano, que se adelantó media hora a su jefa, sólo se paró con el presidente de Málaga, Elías Bendodo, posiblemente la persona más segura, más satisfecha y mejor informada desde los inicios de la jornada congresual.

Un espacio difícil

La cita en el pabellón nuevo de Fibes, acero y cristal, cien millones de coste, tenía un primer escollo. Espacial, digamos: había que llenar el gran salón de actos, con capacidad para 3.500 personas. En el ambiente pesaba la demostración de fuerza en el mismo escenario, la semana pasada, de Susana Díaz. ¿Por qué se había elegido un aforo de tan alto riesgo? ¿No había otros muchos salones en Sevilla para contratar, con menos sobresalto? Quizá el partido sevillano quiso hacerse necesario, demostrar su fuerza, pero tuvo en vilo a los organizadores del congreso, malagueños en su mayoría, encabezados por Carolina España. Fue el 'tour de force', el margen de maniobra que tuvo el PP de Sevilla. Lo resolvió bien. Lleno ayer sábado con afiliados de Sevilla y el compromiso de completar la sala en la sesión de hoy domingo, con Rajoy en la clausura, en un esfuerzo repartido entre las provincias.

Con todo, hubo demanda entre los afiliados. Según el aparato, mucha gente quiso venir. No es que se notara entusiasmo pero sí expectación.

Sevilla proclamó en el escenario su apoyo a Juanma Moreno con una vehemencia que no requería más explicación. Pero el congreso en general dio a José Luis Sanz el cariño que requería la desairada posición en que le habían colocado las intrigas palaciegas y pareció que todo el mundo se quedaba en paz.

Cuestión de imagen

Cospedal se esforzó en echar pelillos a la mar a pesar de haber tardado una semana en llamar al candidato, de resistirse a acudir al congreso o de rebrincarse públicamente por su derrota. Todas las buenas palabras de apoyo eran desmentidas por su lenguaje no verbal. Llegó tarde, se fue pronto, habló con desgana de lugares comunes -salvo su críptica advertencia de que «nada te desoriente, ni lo que ha pasado ni lo que pasará»- y sobre todo comunicaba distancia su 'look' del día, vestida como de madre superiora, sin alegría, ella que tanto cuida su imagen.

Y es que esto de la apariencia física ha dejado de ser una apreciación frívola para pasar a categoría política. Lo dijo ante el plenario el presidente de Nuevas Generaciones de Andalucía, Luis Paniagua: «La camisa de cuadros tiene que ganar a la lisa, las Vans y las Converse, a los mocasines», proclamó ante el desconcierto (y la hilaridad) general.

Entre tanto se iban repartiendo las cuotas provinciales en la nueva ejecutiva, Cristóbal Montoro y Fátima Báñez confirmaban su parecido con sus 'alter-egos' de la chirigota de Vera Luque (pasará un tiempo hasta que dejemos de verlos como sus 'sosias' de la gran agrupación del carnaval gaditano) y mitineaban (ella) o confirmaban que habían comido bien (él) como teloneros de Juanma, o Juan Manuel, que el matiz parecía tener relieve y así se anotó durante el discurso de Cospedal.

De modo que para cuando Juanma, o Juan Manuel, porque yo no le conozco, subió a la tribuna de oradores muchas espadas se habían envainado, se conocía la primera línea de mando y comenzaba a vislumbrarse lo que Teófila Martínez me había catalogado un rato antes como «el gran cambio». No un maquillaje, o una escenificación, sino un salto generacional con ambición de dar un giro profundo al partido.

Hasta dónde cambiar, qué conservar, será la gran cuestión. La «nueva etapa», dice el lenguaje oficial del PP-A, no el «tiempo nuevo», nótese la diferencia, viene con tantas aspiraciones como dificultades. Aunque se den por superadas las anomalías del «dedazo divino», Moreno Bonilla habrá de mostrar su carisma, hacerse con su propio equipo con mando en plaza, romper las inercias 'sevillanocéntricas' de la sede de la calle San Fernando; recomponer los equilibrios internos, ver qué hace con Javier Arenas, si éste quiere seguir siendo un actor en la política andaluza, lograr que convivan las dos almas del PP, posicionarse en un difícil territorio, sin asimilarse al Gobierno de Rajoy y, sobre todo, correr mucho. Los próximos dos meses, dicen los viejos del lugar, serán decisivos.

Luego está el horizonte de las elecciones anticipadas, una baza que quizá juegue Susana Díaz, pero ante la cual el nuevo presidente del PP-A sólo puede hacer como Escarlata O'Hara: «Ya lo pensaré mañana». Su proyecto ha de tener luces más largas. De momento, en sus primeros pasos Moreno ha mostrado un perfil propio, con decisiones individuales como el nombramiento de Bendodo como portavoz, que permitirá al presidente del PP malagueño tener un sitio en Génova y que sitúa a éste como su visible hombre de confianza. También se ha mostrado cauto, aun a riesgo de parecer flojo, en su discurso ante el plenario. No era cosa de incordiar a nadie en un momento de cierre de heridas.