Dos trabajadores ayudan a un compañero herido por la Policía durante una protesta en Phnom Penh. :: EFE
MUNDO

Camboya arde con protestas laborales y políticas

La Policía reprime las manifestaciones de los trabajadores de la industria textil, en huelga por los bajos salarios y una normativa abusiva

SHANGHÁI. Actualizado: Guardar
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Entre en cualquier establecimiento de una gran cadena multinacional de moda. De esas que se denominan 'fast fashion'. Busque la etiqueta de las prendas, que por la locura de las rebajas ya se amontonan sin orden alguno, y verá que al 'Made in China' le han salido importantes competidores. Si lo que tiene en sus manos es un zapato, es posible que esté fabricado en Vietnam. Si es una prenda textil, el abanico se abre: Marruecos, India, Bangladesh, Sri Lanka, Indonesia. Y Camboya.

La industria busca destinos baratos ante el aumento de costos en China, y los países emergentes del resto de Asia son la opción preferida. Allí, los gobiernos reciben a las multinacionales con los brazos abiertos. Con la excepción de Tailandia y de Malasia, en todos esos estados el salario mínimo es inferior al chino, y la normativa que regula las condiciones laborales resulta más permisiva. Además, los controles rara vez dan con los muchos niños que trabajan en fábricas y talleres, porque reina el sobre por debajo de la mesa. Es el sueño húmedo de cualquier empresario sin escrúpulos.

Pero hay quienes plantan cara. Los camboyanos han sido los últimos en salir a las calles. Hartos de que se les pague cada mes menos de lo que cuestan algunas de las prendas que confeccionan, la semana pasada muchos de los 500.000 trabajadores del sector -el 90% son mujeres- se declararon en huelga y comenzaron a manifestarse para exigir una mejora de su situación laboral y económica. «Queremos vivir con dignidad», gritaban. Piden que se les pague al menos 118 euros al mes, mientras que el Gobierno ofrece un máximo de 75 euros. Ahora cobran 60.

La diferencia puede parecer nimia, pero en Camboya supone un abismo. Así que no parece haber espacio para el acuerdo y la policía militar respondió con la máxima contundencia: abrió fuego con fusiles automáticos, mató a cuatro de los manifestantes e hirió a otros 21. La ONG pro derechos humanos local Licadho aseguró que se trata de «la peor violencia ejercida contra civiles en Camboya en los últimos 15 años». Y para evitar que se repita, el eterno primer ministro del país, Hun Sen, no cree que lo más adecuado sea el diálogo. Todo lo contrario.

Las manifestaciones han sido prohibidas, y el derecho de reunión se ha puesto en cuarentena. A Hun Sen no solo le preocupan las protestas de los trabajadores del sector textil, una de las principales fuentes de divisas extranjeras que supone el 80% de las exportaciones del país. También tiene abierto un peligroso frente político con quienes le acusan de tongo en las últimas elecciones generales, celebradas el pasado mes de julio. De hecho, el episodio mortal del fin de semana es ya el tercero desde que se celebraron aquellos comicios, y se espera que continúen. «Han prohibido todas las protestas, pero van a seguir», confirma a este periódico el fotoperiodista español de Getty Omar Havana, que cubre el conflicto.

Los partidos democráticos que se niegan a aceptar los resultados de las urnas exigen a Hun Sen que dimita y que vuelva a consultar al pueblo. «Esto es una farsa de democracia», afirmó Sam Rainsy, uno de sus líderes principales. Pero el primer ministro no cede un milímetro.