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Purgatorio

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Gran parte de la feligresía de Medina está que arde. Las llamas incluso llegan a las redes sociales. Algunas de las que asistieron al acto me hablan del origen del incendio. El día de Tosantos el párroco de la iglesia del Barrio, durante la homilía de la misa celebrada en pleno cementerio, sembró dudas acerca del hecho de que los familiares difuntos de los allí congregados estuvieran realmente disfrutando de un merecido lugar en el Cielo. En el mejor de los casos había que imaginarlos en el Purgatorio.

El oficiante sostuvo, frente a la incredulidad de los fieles, que los únicos que estaban con seguridad en la Gloria eran aquellos que habían sido canonizados, o cuando menos beatificados, por el Santo Padre. La parroquia lo escuchaba y no daba crédito. Comenzaron los cuchicheos de inquietud. El sacerdote pidió silencio. Su requerimiento, lejos de ser oído, provocó un aumento en el tono de la protesta. Se produjo una tensa escalada entre las repetidas exigencias de respeto al lugar y al rito religioso y las voces que, cada vez más altas, manifestaban el disgusto generalizado. El tonsurado acabó perdiendo los estribos y agravió de palabra a varias de las más disconformes. Algunas de ellas optaron por abandonar el campo santo.

En estos tiempos que sufrimos, cuando los vivos no saben con seguridad qué terreno pisan, venir a plantear complejas ecuaciones teológicas a los que sólo buscan un poco de consuelo es ir demasiado lejos. Los familiares habían ido a encalar los nichos de sus difuntos y a adornarlos con flores creyéndolos en mejor vida. Ahora resulta que podrían estar retenidos sine die en el Purgatorio. Una especie de atestado campo de refugiados internacional donde los difuntos se hacinan en la espera de que alguna autoridad celestial a cargo de tan delicada burocracia les expida el ansiado pasaporte a la Gloria.

No, hombre, no. Bastantes quebraderos de cabeza tienen los que no saben cómo llegar a fin de mes como para que un cura de pueblo, armado de su Summa Theologica de bolsillo, esparza incertidumbre sobre el destino final de aquellos que llevaron una vida acorde con las exigencias del Credo, o cuando menos tuvieron ocasión de confesar, como queda establecido en el contrato, en última instancia sus pecados. Desde mi posición de descreído pienso que mejor mantenerse en el silencio cuando no puedes estar seguro de tu verdad.