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Bacaladilla

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Vivimos en el angustioso día a día de los índices, los niveles, las cuotas y los afinados tantos porcentuales que tratan de precisarnos el estado real de salud de nuestra famélica economía. A modo de resultados de diarios análisis de sangre que nos avisasen del peligroso colesterol de la prima de riesgo, que midieran la anemia del déficit o nos emparejasen el alto nivel de los triglicéridos con el del endeudamiento. Pero nada tan esclarecedor como la espontánea radiografía del esperpento.

Tengo un hijo que estudia veterinaria en la correspondiente facultad de la Universidad de Extremadura. Sabemos de los problemas de financiación de las universidades públicas españolas. Tampoco dejo de ser consciente de que, frente a los cientos de miles de jóvenes de su edad que ya engrosan las listas del desempleo, mi hijo debe, sin duda, considerarse un privilegiado. Días atrás me relató, no obstante, algo que me llevó directamente al callejón del Gato.

Para la realización de sus prácticas los alumnos de esa facultad cuentan con un perro conservado en formol durante años, con la cabeza descompuesta de un caballo, con una vaca tuerta y con un burro herido por el continuado estrés académico. Mas como la práctica en cuestión consistía en detectar los parásitos que anidan en la carne del pescado, el profesor los conminó para que al día siguiente todos ellos volvieran provistos de la correspondiente bacaladilla.

Cuando yo hice mi carrera la universidad española estaba aún tratando de liberarse de la desnutrición de más de tres décadas de dictadura. Si Valle-Inclán viviera hoy, aquí tendría la imagen para describir el estado real de la Universidad pública española a principios del siglo XXI: un alumno de veterinaria que acude a clase con una bacaladilla adquirida por él en el supermercado.

Las tasas de matriculación, a la sombra de la crisis, han experimentado este curso un indecente incremento que no ha tenido reflejo en el ámbito docente, donde continúan los vergonzosos exámenes tipo test y las aulas atiborradas de alumnos. Esto no nos coge por sorpresa, pero lejos estábamos de imaginar que una facultad experimental en un país de la Europa del Euro no diera de sí ni para un mal boquerón.