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Sapos y culebras

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A la insistente pregunta de «¿qué más nos quedará por ver?» -que lleva visos de convertirse en el himno oficial de nuestra crisis- intentan dar respuesta desde todos los ámbitos gubernamentales. Hacen bien en buscar soluciones y hacen bien en sugerir nuevos métodos de supervivencia, después de todo para eso se suponen que están, para buscar remedios. Hay remedios temerarios, como lo de los yogures caducados, los hay chapuceros -muy carpetovetónicos, por cierto- como lo de las duchas frías, y los hay del método casero con tintes pseudocientíficos, como el propuesto por la FAO la pasada semana.

Ya lo saben. La solución a la hambruna que nos acecha está en algo tan simple como comer bichos. El informe publicado lo dice bien claro, los insectos tienen tantas proteínas, vitaminas, fibra y minerales como la carne y el pescado, pero son muchísimo más baratos e infinitamente más fáciles de criar. Los escarabajos, las orugas, las abejas, las avispas, las hormigas y los grillos tienen un elevado contenido en calcio, hierro y zinc, y pueden ser la clave para nuestra propia subsistencia. Piénselo bien antes de sacar el insecticida, se está cargando el sustento de sus hijos.

No lo tome a broma. Esto de comer bichos no es tan extraño, no se crea.

Al fin y al cabo, llevamos años tragándonos sapos y culebras de gran tamaño y estamos tan tranquilos. Avaler des colulèvres que dicen los franceses cuando tiene uno que soportar injurias y humillaciones en silencio o cuando le hacen comulgar con ruedas de molino, y de eso sabemos por aquí bastante. Por si les intrigaba lo de qué más nos quedará por ver, aquí tienen un nuevo capítulo, de momento empiecen por comer bichos y después ya veremos.