Tribuna

Paraísos fiscales

PARLAMENTARIO DEL PSOE Actualizado: Guardar
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El Gobierno promete reducir el 'salario' de los banqueros a un máximo de 500.000 euros al año. Eso debe ser más de cuatro veces lo que gana el presidente o cualquiera de los ministros. Es la realidad, ni siquiera una metáfora de la relación entre la política y la economía, es la consideración intelectual y social de quienes las ejercen: políticos y financieros. Los primeros en boca de todos, denostados y maldecidos; los segundos, a resguardo de los titulares, respetados y envidiados.

La acción política se somete al dictamen de las urnas y al control permanente del parlamento. Las finanzas están en manos de gestores que presiden consejos de administración que ellos mismos han cooptado, que ganan sueldos astronómicos y comisiones escandalosas, en función de unas cuentas de resultados que ellos mismos aprueban y son supervisados por agencias que auditan al dictado de quienes las contratan.

Todos los presidentes de gobierno han perdido las elecciones a consecuencia de la crisis, mientras que los financieros que la provocaron por su ineficiencia y desvergüenza, han escalado peldaños en la escalera de poder y nos los podemos encontrar de ministros en España, de presidente en Italia o al frente del Banco Central Europeo. La zorra al cuidado de las gallinas.

Ya es sabido, aunque no siempre admitido, que el ser humano no es bueno ni malo, sino ambas cosas a la vez. En todo caso y por mucho que se empeñara Shakespeare, lo importante no es «ser o no ser» sino parecerlo, «esa es la cuestión», y en eso tiene mucho que decir el dinero, «los posibles», que dirían los castizos.

En el carnaval rural de mi pueblo hace muchos años se criticaba a un personaje, con un cuplé que no recuerdo completo pero que terminaba más o menos así: «.que monería de niño, que tiene cosas de hombre, se divierte con el pueblo y todos quedan conformes». Les viene que ni pintado a esos financieros de salarios multimillonarios que, después de conducirnos a la ruina, son elevados a las máximas responsabilidades de la política o las finanzas, mientras que cubrimos entre todos los agujeros que han dejado en las cuentas públicas y privadas.

Claro que lo de «entre todos» es mucho decir, especialmente en nuestro país y en algunos de los vecinos del sur, en los que aplicamos la disciplina moral del confesionario a los pecados contra el fisco, perdonando las deudas con facilidad e imponiendo ridículas penitencias a los evasores, como ha hecho recientemente el gobierno de Rajoy, con la cantinela de que favorece el afloramiento de los dineros ocultos. Se recorta a los de abajo que pagan sus impuestos y se amnistía a los de arriba que defraudan y ocultan.

En todos los sitios cuecen habas, pero en materia fiscal, los del norte se lo toman más en serio considerando la evasión como delito, mientras que para nosotros el que engaña al estado es digno de admiración social, aunque nos esté robando a todos cuando transita por las carreteras y es atendido en los hospitales sin contribuir en los gastos. Esos del norte son unos exagerados, mira que meter en la cárcel a Al Capone por no pagar los impuestos.

Hacienda es indulgente, comprende que son muy fuertes las tentaciones que ofrecen a los ricos los paraísos fiscales, esos seudo estados que proliferan como los confesionarios en los ejercicios espirituales, que se adornan de un 'glamour' de opereta, venden patentes de neutralidad política y garantizan la máxima discreción de sus repletas cajas de caudales.

Son las cloacas y depuradoras del capitalismo, por donde desaguan y se blanquean ingentes cantidades de dinero opaco, casi siempre manchado de dolor y de sangre. Suiza reclama, por vulnerar la confidencialidad bancaria, la extradición de un ex empleado de banca que grabó en un CD el listado de los titulares de cuentas opacas, gracias al cual supimos que entre los miles de depositantes españoles estaba la familia Botín, que tenía una calderilla de doscientos millones de euros en una cuenta olvidada y a salvo de hacienda.

En las cámaras acorazadas que proliferan en el subsuelo de Zúrich o Ginebra se guarda el dinero de dictadores y narcotraficantes, que sangran y destruyen a sus pueblos, que envenenan a muchos jóvenes con el señuelo de los paraísos alucinados, mientras amasan ingentes fortunas. Allí y en cualquiera de esos paraísos fiscales, se esconde el dinero de los señores de la guerra y las suculentas comisiones que cobran respetables intermediarios de las empresas de armamento, el de los capos del cártel de turno y el de los evasores disfrazados de artistas o de deportistas de éxito.

No creo que el PIB, la renta per cápita y la calidad de vida de los paraísos fiscales se alcance fabricando relojes de cuco o cronómetros de precisión, ni con las ganancias obtenidas con la venta de tabaco, chocolatinas y botellas de ginebra, aunque ésta sea de la marca preferida por la reina madre de su graciosa majestad.

También en materia de política fiscal y gasto público es estimulante luchar por las utopías, aunque sean tan antiguas y denostadas como la que pretende establecer: «a cada uno según sus necesidades, de cada uno según sus posibilidades».