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Vacaciones en casa

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Hablar del síndrome postvacacional en el mes de agosto, sitiada por sombrillas y con el sol calentando a tope el cristal de la ventana que me acompaña a diario en la redacción, tiene su toque masoquista. Pero hay algunos que ya descontamos de nuevo los días para arribar un año más a la playa de las vacaciones; si llegamos, claro, porque en este país seguir en el tajo cada mes es una heroicidad.

A mis amigos ya les anuncié mi intención de no salir de España este verano y les animé a hacer lo mismo, dada la negra crisis que nos mantiene tiesos como la mojama a la mayoría que carecemos de pedigrí político y empresarial. El argumento es viejo y alguno me recordó cómo se convirtió en letanía para el antaño ministro de Turismo durante la dictadura, que lo utilizó como reclamo para que sus paisanos veranearan en suelo patrio. A mi amigo se le olvidó un matiz y es que entonces, ese mensaje llegaba a una ciudadanía que no tenía muchas oportunidades de ir más allá del pueblo de sus abuelos en la Sierra, y los pocos que podían financiarse unas vacaciones en el extranjero, eran eso: pocos. En mi caso, la propuesta nacía de quién aún puede elegir entre quedarse o tomar rumbo a otros países como hice otros años.

Mi mes de desconexión lo he repartido entre la arena del litoral de Barbate -el frente costero más hermoso de este país- y Galicia. Si aún hay posibilidad de gastarse algunos cuartos, preferí que se quedaran aquí, donde tanta falta hace y donde tan poca ayuda exterior nos llega si no es en forma de crédito que hipoteque a nuestros bisnietos. Tener ese sentimiento de proteger lo nuestro suele tener una traducción perversa: si defiendes lo nacional, eres facha. Es mucho más 'in' viajar a Vietnam, a India o a Nueva York; mientras millones de personas recalan en España atraídos por una diversidad geográfica, cultural y artística única. Nuestro Caribe se llama Zahara, Caños, Zahora, Tarifa... y puestos a buscar algo exótico, en las Islas Cíes me mostraron la que en su día el diario británico 'The Guardian' calificó como la mejor playa del mundo (Rodas y no, no está en Grecia).

Este artículo lo escribo con la playa de La Victoria mirándola de reojo y cuando termine no tendré que tomar ningún coche, ni tren, ni avión que me agote para pasear por ella. Así da gusto reincorporarse a la rutina; una suerte que ya quisieran los ricos alemanes.